– No te dejaré descansar.
Aidan bufó.
– Créeme, dormiré bien de noche. Tengo los recursos y el derecho de luchar contra ti hasta el amargo final, por lo que más importa en… mi vida y… -miró a Leta-, mi corazón… estoy más allá de ti.
– Tú…
Deimos terminó sus palabras con una patada rápida a la cabeza que dejó a Donnie inconsciente.
– ¿Alguien más estaba aburriéndose con su mierda?
Leta levantó la mano.
Aidan se paró.
– ¿Lo mataste?
– Nah. A pesar mío, respira. Sigo diciéndote que deberías dejarme cortar unas pocas partes de su cuerpo.
– No. Lo quiero intacto para que lo único en que se pueda concentrar sea en lo que se ha hecho. Más pronto o más tarde sus mentiras se desvanecerán y verá la verdad. No soy quien lo ha herido. Él lo es.
Deimos pareció desilusionado por el hecho de que no podía matar a Donnie.
– Dado que esto parece estar superado, me iré y forzaré a Phobos para jugar otra serie conmigo. Hasta luego -Desapareció.
Aidan deja salir un aliento irritado bruscamente.
– No he tenido la oportunidad de agradecérselo.
– No te preocupes por ello. Los demonios odian los agradecimientos.
– ¿De verdad?
Ella asintió.
– Como otra persona que yo sé, que se incomoda siempre que es alabado.
Aidan sentía que una comisura de su boca se elevaba mientras la tiraba más cerca de él.
– Creo que lo he superado.
– ¿De verdad?
– Sí, pero sólo cuando viene de ti.
Ella le devolvió su sonrisa con una que le debilitó las rodillas.
– Convoqué a la policía hace un segundo. Estarán aquí en unos pocos minutos.
– Bien -Por lo menos fue lo que pensó hasta que se dio cuenta de algo-. ¿Qué va a pasarte ahora que Dolor se ha ido?
– Tengo que irme
El estómago de Aidan se encogió cuando un sentimiento enfermo lo atravesó.
– ¿Irte?
Ella miró a lo lejos como si fuera incapaz de encontrar su mirada.
– Soy una diosa, Aidan. No puedo permanecer en el reino humano. No pertenezco aquí.
El quiso rogarle que se quedara con él, pero no pudo. Ya le había contado porque no podía quedarse. Todos los ruegos le harían sentir mal por algo que ninguno de ellos podía evitar.
Como dijo, era una diosa.
Quizá podría llegar a ser mortal. Pero él no quería eso. Ella envejecería y moriría.
¿Cómo podría pedirle eso a alguien que era siempre joven y hermoso? Sería egoísta.
– Te perderé.
Leta tragó ante el dolor que oía en su voz. El trataba tan duramente de ser fuerte, pero por dentro estaba roto. Podía sentirlo.
El temor marcó su frente.
– ¿Estará Dolor allí, esperándote?
– No. Cuando falló en matarte y su cuerpo humano se desintegró, se volvió impotente. Ha vuelto al éxtasis ahora. Tomará otro sacrificio humano para volver a despertarlo -Por lo menos eso era lo que creía que le había sucedido. La verdad era que no lo sabía y no lo sabría seguro hasta que volviera a casa.
Aidan frunció el ceño.
– ¿Por qué tiene que tener un sacrificio humano para aparecer como un humano cuando tú no?
– Con la ayuda de Hades, yo lo maldije a ello. Mi pensamiento fue que nadie sería lo bastante vicioso para matar a alguien a quien amara para liberarlo. Pensé que había encontrado la manera de encerrarlo fuera del mundo humano para toda la eternidad.
Aidan miró a su hermano, que todavía estaba inconsciente en el suelo.
– Adivino que ambos sobreestimamos la humanidad de Donnie.
– Quizás, pero recuerda, nadie más en el mundo está tan enfermo como él.
– ¿Pero tu no estás realmente en este mundo, verdad?
– Aidan…
El silenció sus palabras colocando un dedo sobre los labios.
– No prolongues la herida, Leta. Arranca la tirita de mi piel y deja que el ardor me lo recuerde por un dia. Te lo dije antes, prefiero un momento de increíble felicidad antes que una vida vacía -Colocó un tierno beso en su frente-. Ahora vete. Sólo vete.
El problema era que ella no quería dejarle. Quería quedarse, pero no había modo de que pudiera. Su cuerpo temporal no duraría en este plano de la existencia.
– Te visitaré en tus sueños.
– No -dijo él, su voz quebrada-. Eso sólo lo haría peor. No podría soportar verte allí, sabiendo que no puedo realmente tocarte. Deja que la herida cure. Déjame ser capaz de pensar en este día y recordar a la mujer que salvó mi vida.
Tenía razón, y la mataba admitirlo.
– No te olvidaré, Aidan.
Aidan no respondió verbalmente, pero la luz atormentada en esos ojos verdes dijo más que las palabras.
Él la recordaría también.
El sonido de las sirenas de la policía perforó el aire.
– Vete, Leta.
Ella retrocedió con el corazón en la garganta. Todo lo que quería era estar con él. Si sólo pudiera. Pero los dioses habían decretado un destino diferente para ellos. No había necesidad de luchar una batalla que no podrían ganar.
– Te amo, Aidan -dijo antes de que destellara de vuelta a la Isla Desvanecente.
Aidan se paró allí en el centro de su cabaña, mirando fijamente al espacio donde Leta había estado. Fue sólo entonces que permitió que las lágrimas aparecieran. El dolor de ellas ardía en su pecho y lo estrangulaba.
Finalmente ella le habría traicionado también. Todos le traicionan.
Quizás, pero ya no creía eso. Leta le había enseñado mejor.
El oyó el trueno de la policía corriendo por su porche.
– ¡Ponga las manos detrás de la cabeza! ¡Arrodíllese!
Aidan no se estremeció mientras los policías entraban por su puerta rota con sus armas en la mano. Obedeció sus órdenes y se arrodilló en el piso mientras uno de los oficiales corría detrás de él y le esposaba las manos juntas.
– Para el registro, yo soy la víctima.
Pero dado que no lo sabían seguro, siguieron el protocolo estándar de asegurarlo antes de llamar a una ambulancia para Donnie.
Una vez que se dieron cuenta de que Donnie era un criminal escapado y de que Aidan de hecho vivía en la cabaña y de que había sido él el atacado, le quitaron las esposas y le dejaron coger una toalla fría para limpiarse la sangre de su cara y hombro.
– ¿Está seguro de que no quiere ir a un hospital? -preguntó uno de los oficiales masculinos.
Aidan negó con la cabeza mientras les miraba acarrear a un semiconsciente Donnie fuera de su salón. No había ayuda para lo que realmente le dolía. Solo Leta podía hacerlo.
– Estaré bien.
– ¿Está seguro?
Por primera vez en años, lo estaba.
– Sí. El que no nos matara…
– Requiere mucha terapia tratar con él.
Aidan dio una pequeña risa mientras el policía se encogía de hombros.
– Oye, en mi negocio, es realmente verdad -El oficial de repente parecía incómodo mientras miraba a la repisa de la chimenea donde Aidan tenía su Oscar. Era una postura tímida que Aidan conocía muy bien.
– ¿Quiere un autógrafo?
La cara del oficial brilló.
– No quería pedírselo con usted sangrando y todo, pero mi mujer es realmente una gran fan suya y esto me conseguiría algunos puntos con ella. Si pudiera ponerlo bajo el árbol, sé que le daría las Navidades.
Aidan sonrió aunque le dolía su labio partido.
– Cuélguelo -Fue a su oficina y sacó un montón de fotos publicitarias que Mori había enviado y que había ignorado y un bolígrafo antes de volver al salón-. ¿Cuál es su nombre?
– Tammy.
Otro oficial entró.
– Oh, hombre, ¿puedo tener uno también? Adoro la película Alabaster. Hiciste un gran trabajo en ella y la chavala que estaba con usted… ¿Era ella tan caliente en la vida real?
– No, era incluso mejor.
El oficial rió.
Aidan vaciló mientras la vieja alegría que solía sentir volvía como una inundación. Todavía podía recordar la primera vez que alguien le había pedido un autógrafo hacía todos esos años. La primera vez que alguien le paró en la calle para decirle cuanto le gustaba su trabajo. No había nada como eso. No importaba cuando o donde, adoraba ser parado por sus fans. Compartir unos minutos charlando con ellos.