– En estos momentos, sí. Pero, como ya he dicho, ¿quién sabe lo que el mañana traerá?
– Te va a traer una patada en la espinilla y antes de mañana -dijo Jane, indignada.
Sarah y Gil se miraron y se echaron a reír.
– Lo siento, querida -dijo Sarah, dándole una palmadita en la mano a su nieta-. No creerías que ibais a engañarme, ¿verdad?
– Ella sí, yo no -contestó Gil con expresión de niño pequeño sorprendido en una travesura.
– Jane es un encanto, pero demasiado inocente -le confió Sarah Gil.
– Me gustaría que terminaseis ya -protestó Jane.
– Me temo que no lo he hecho muy bien -admitió Gil.
– Te has excedido -le informó Sarah-. Es evidente que no servirías para actor.
– Pero es verdad que vivo en una caravana y que me dedico a los fuegos artificiales.
– ¿Y qué tiene eso de malo?
– Que no tengo seguridad ni nada. Sólo deudas; si no me cree, pregúnteselo a Jane.
Sarah miró a su nieta con gran cariño.
– No le preguntaría a mi niña nada. Ella sabe mucho de números, pero muy poco sobre las personas.
– ¿Eso crees? -preguntó Jane.
– Sí, hija. En vez de utilizar a Gil para asustarme, deberías haberme dicho lo guapo y lo encantador que es.
Gil suspiró.
– Por fin una mujer que me aprecia -dijo mirando traviesamente a Jane.
Jane intentó poner una expresión seria, pero no lo consiguió. Los tres estallaron en carcajadas.
– Sois imposibles -dijo Jane, dándose por vencida.
– Los hombres más atractivos son imposibles -dijo Sarah-. Si hubiera conocido a Gil hace cuarenta años, habría dejado a tu abuelo por él sin pensarlo ni un segundo.
– Y yo me habría asegurado de que lo hiciera -dijo él galantemente.
Gil volvió a llenar los vasos y brindaron.
– Y ahora, el postre -anunció Sarah-. Chocolate con trufas y crema.
Durante el resto de la cena, Jane se relajó y disfrutó viendo a Gil y a Sarah coqueteando. Tomaron café y, cuando les apeteció más, Gil insistió en prepararlo él. Mientras estaba en la cocina, Sarah terminó el vino que tenía en el vaso y murmuró:
– Es un hombre realmente misterioso.
– ¿Misterioso?
– Este vino es un reserva especial. Puede que parezca un rebelde, pero tiene un gusto muy sofisticado. Me gustaría saber cómo lo ha adquirido.
Gil regresó antes de que Jane pudiera preguntar al respecto, y sirvió el café como un experto.
– Bueno, es hora de que me vaya -dijo Gil por fin-. Señora Landers…
– Sarah y, por favor, tutéame.
– Está bien, Sarah, hacía años que no disfrutaba tanto una cena.
– Vuelve cuando quieras -le dijo Sarah, y Jane se dio cuenta de que lo decía de verdad.
– Voy a acompañar a Gil a la caravana -dijo Jane-, no tardaré en volver.
Durante el trayecto, Gil no dejó de hablar de Sarah.
– ¡Qué encanto! ¡Qué suerte tienes de tener una abuela así!
– A ella también le has gustado -dijo Jane con una carcajada.
– Siento no haber representado bien mi papel. No he estado muy convincente, ¿verdad?
– Da igual, ha sido una cena estupenda.
Por fin, llegaron a la caravana. Gil la miró con ojos brillantes.
– Es hora de decir buenas noches.
– Sí -Jane suspiró.
– Y me marcho mañana muy temprano.
– ¡Oh, no!
– Volveré lo antes que pueda; lo más seguro, dentro de una semana.
– O puede que no vuelvas nunca -dijo Jane con un súbito temor.
Gil le puso los dedos debajo de la barbilla y la obligó a alzar el rostro.
– Volveré -respondió con voz queda-. No voy a poder olvidarte.
Gil acercó los labios a los de ella.
– Por muy lejos que vaya, siempre volveré a ti, siempre.
Jane no podía hablar, pero su respuesta la dieron sus labios. Estaba enamorándose de Gil, a pesar de que era una locura. Pero no podía evitarlo. Los besos de él la volvían loca, y la idea de separarse de él era insoportable. Cuando Gil profundizó el beso, ella se aferró a él con todas sus fuerzas.
Por fin, con desgana, Gil se apartó de ella.
– Será mejor que te vayas a casa ahora mismo, esto se está poniendo peligroso.
– Me encanta el peligro -respondió Jane instintivamente.
– Lo sé, cielo -dijo Gil acariciándole el rostro-, pero aún no estás acostumbrada. Ahora, que aún puedo, voy a salir del coche. Pero volveré pronto.
Jane le vio alejarse hasta desaparecer en el interior de la caravana. Después, ella también se marchó triste por la separación.
Entró en su casa sin hacer ruido por si su abuela estaba durmiendo, pero Sarah estaba sentada en la cama con expresión radiante.
– Es un joven maravilloso -dijo tan pronto como Jane entró-. ¡Tan lleno de vida!
– Es muy divertido -concedió Jane con precaución.
– ¡Vamos, no seas tan estirada! Y no finjas que no estás enamorada de él porque lo estás, no podías quitarle los ojos de encima.
– Sólo estaba preocupada por si te agotaba. No es la clase de hombre a la que estás acostumbrada.
– ¡Para desgracia mía! -exclamó Sarah-. Hay algo regio en él.
– ¿Regio?
– Sí, regio. ¡Y qué cuerpo!
– Creo que has bebido demasiado -dijo Jane severamente-. Te sentirás mejor por la mañana.
– Deja de hablar como Andrew. En realidad, eres peor que Andrew, hablas como mis padres. Ellos sí que habrían echado a tu Gil de la casa a patadas.
– No es mi Gil, y eres tú quien debería haberle echado.
– Por nada de este mundo -declaró Sarah-. Hay muy pocos hombres como él.
– Hablas como la señora Callam. Es tina viuda que ha tenido dos maridos. El primero, por lo que he oído, era un bastión de la comunidad; el segundo, se gastó casi todo el dinero que el primero le dejó. Sin embargo, el retrato que lleva consigo a todas partes es el del segundo.
– Lo que demuestra lo que te digo.
– ¿El qué? He perdido el hilo.
– Sí, Gil le hace a una perder el hilo, ¿verdad?
– Me voy a la cama -dijo Jane con firmeza.
Capítulo 5
A Jane se le hizo interminable la semana que Gil estuvo ausente.
Sarah fue asentándose en su nuevo hogar y disfrutaba la vida. Andrew llamaba por teléfono cada dos días para preguntar por su esposa.
– Está bien -le decía Jane-. ¿No quieres hablar con ella?
– ¿Para qué? Sé lo que está haciendo, derrochar el dinero. Acaban de enviarme el balance de la cuenta corriente.
– Cuando te arruines, no podrá gastar más.
– Puede que sea una desagradecida y una irresponsable, pero sé cuál es mi deber hacia mi esposa, aunque ella no sepa cuál es su deber respecto a mí. Dile que he metido mil libras más en la cuenta, aunque no dudo de que se las gastará en un abrir y cerrar de ojos
– ¿Por qué no se lo dices tú?
– Porque no quiero hablar con ella -Andrew colgó el teléfono.
– Ya habéis salido de los números rojos, Andrew ha metido otras mil libras -le dijo Jane a Sarah.
– ¡Estupendo! Ahora podré comprarme un abrigo nuevo.
Sarah había llamado por teléfono a todos sus amigos y había recibido toda clase de invitaciones. El correo de Jane era menos interesante.
– ¿Qué pasa, hija? -le preguntó Sarah una mañana mientras desayunaban.
– Nada, es sobre mis vacaciones -contestó Jane-. Me han escrito de la oficina central para decirme que aún me quedan dos semanas de vacaciones del año pasado, pero si no las tomo antes de finales de junio, las perderé.
– Pues tómate unas vacaciones inmediatamente.
– No me queda casi tiempo, Ya he reservado otras dos semanas este año, pero estaba pensando en dejarlas pasar también.
– No empieces a dejar de tomar tus vacaciones -le advirtió su abuela-, sé a lo que eso conduce. Tómate las cuatro semanas juntas y diviértete.