– Así que también vas a ser una novia mañana, ¿eh? -le dijo Jane a Tilly-. ¿Quién es el novio?
– Es Lord Bertram Hannenmere de Marshall Denby -contestó la señora Delford con orgullo-, aunque creo que le llaman Bert. Por lo menos, podían llamarle Bertie.
– ¿Qué tiene Bert de malo? -preguntó Jane. La señora Delford parpadeó.
– Es un diminutivo muy plebeyo.
– ¿Y él es un perro distinguido?
– Sí, lo es.
La señora Delford comenzó a hablar de pedigríes y Jane escuchó tranquilamente. Al parecer, el servicio que iban a prestarle a Tilly costaba quinientas libras.
– Por ese dinero, debe ser el mejor -comentó Jane mientras bebía su té.
– La verdad es que los mejores son los basset Moxworth -concedió la señora Delford a pesar suyo-. Por cruzarla con uno de ellos se pagaría mil libras, pero sólo les cruzan con sangre que tenga linaje de campeones.
– Esnobs -dijo Jane al momento.
– Es para proteger la reputación Moxworth. Su objetivo es que cada carnada produzca al menos un campeón, y es más fácil si la madre tiene genes de campeona.
– Pobre Tilly, rechazada por no ser suficientemente buena -dijo Jane, dando unas palmadas a la perra.
La señora Delford la miró con curiosidad.
– Habla usted como una mujer con educación. ¿Cómo es que va por ahí con ese hombre de reputación dudosa?
– Estoy de vacaciones -dijo Jane-. En realidad, soy directora de una sucursal bancaria.
La otra mujer no contestó, pero arqueó las cejas con expresión incrédula. Evidentemente, no la había creído.
La señora Delford dejó su vaso de té.
– Bueno, creo que será mejor que me vaya a la cama para tranquilizarme, la boda me tiene muy nerviosa.
Se despidieron y Jane volvió a la caravana sigilosamente. Gil acababa de despertarse.
– ¿Adónde has ido? -murmuró él cuando ella se metió en la cama.
– He ido a dar un paseo y me encontrado con la señora Delford, que me ha presentado a una de sus bassets, una perrita encantadora que se llama Tilly. Mañana también va a ser el gran día para ella, va a recibir a su novio, Perry, márchate de aquí. ¿Qué te pasa esta noche?
– ¿Has estado acariciando a Tilly? -le preguntó Gil a Jane con una carcajada.
– Sí. ¡Oh, Dios mío! Vete, Perry. Y mañana pórtate bien. Esta dama es una aristócrata, no se junta con los de tu ralea.
Al cabo de un rato, Jane consiguió convencerle para que se bajara de la cama y el perro se tumbó en el suelo lanzando un suspiro de tristeza.
Capítulo 9
Era un día perfecto para una boda. El sol caía de plano sobre la lujosa carpa en la que iba a celebrarse la boda. Llegaron furgonetas con flores y comida, y los camareros colocaron las mesas y las cubrieron con manteles blancos.
Jane, ignorando las protestas de Perry, lo encerró en la caravana y comenzó a llevar cajas con cohetes y fuegos artificiales al lugar donde iban a lanzarlos. Durante las horas siguientes, trabajó cavando agujeros y rellenándolos. Gil estaba levantando el andamio, un jardinero le ayudaba.
A las tres de la tarde, la comitiva nupcial salió para la iglesia. Dos horas más tarde, el primer coche volvió. Los camareros se detuvieron. El coche se detuvo, y Patricia era como una visión blanca con luz propia.
– Vamos a parar para comer algo y para descansar -dijo Gil.
Comieron beicon y huevos. Desde la carpa se oían voces, brindis y risas. Jane pensó que aquella era la clase de boda que habría tenido de haberse casado con Kenneth. Pero con Gil… ¿cómo sería su boda? ¿Se casarían? Se tocó el anillo de plástico. Gil no le había mencionado el matrimonio, pero le había puesto el anillo en el dedo adecuado y también le había dicho que sus intenciones eran honorables.
Cuando empezó a oscurecer, la banda de música entró en acción y la gente bailó en los jardines. Había lámparas de colores colgadas de los árboles y algunas parejas se paseaban agarradas del brazo.
– ¿Me concedes este baile? -le preguntó Gil, haciendo una reverencia-. No tenemos que ponernos en marcha hasta un poco más tarde.
Bailaron y Jane se sintió feliz. En la distancia, vio llegar un coche, y vio a la señora Delford salir a recibirle. Un hombre salió del coche con un magnífico basset.
– Me parece que ya ha llegado el novio -murmuró Jane.
– ¿Qué? Oh, ese novio. El que le ha chafado los planes a Perry. A propósito de Perry, creo que será mejor que le saquemos a dar un paseo antes de la función.
– Sí, creo que deberíamos hacerlo.
Con desgana, Jane se soltó de Gil y fue a la caravana. Al llegar a la puerta, se quedó helada.
– Gil, la puerta está abierta.
– No puede ser, la he cerrado.
– ¿Con cerrojo?
– No, pero… -guardó silencio al ver los arañazos junto a la puerta-. No te asustes, ya sabes cómo es. Lo más seguro es que esté quitándoles la comida a los invitados. A estas horas ya debe haberse comido la mitad de la tarta nupcial y por ahí deben estarnos llamando monstruos por tenerlo muerto de hambre.
– Esperemos que sólo sea eso. Venga, vamos a buscarle.
Fueron rápidamente a la carpa tratando de pasar desapercibidos. A simple vista, no consiguieron localizar a Perry.
– Allí -dijo Jane-. Mira a esa pareja que están tirando comida a algo en el suelo.
Pero el algo resultó ser un caniche, que se ofendió mucho cuando Jane le interrumpió en medio de la cena. Jane y Gil se miraron, y la gente comenzó a mirarlos a ellos también.
– No se puede evitar, tú ve por ese lado, yo iré por éste -murmuró Gil.
Al instante, se agacharon y comenzaron a caminar a cuatro patas por debajo de las mesas mientras llamaban a Perry con voz baja. Se acababan de reunir cuando estalló la tormenta.
La señora Delford gritó con horror en la distancia y no dejó de gritar hasta que llegó a la carpa.
– Mamá, ¿qué te ocurre? -dijo Patricia.
– Tilly no está. Hay un agujero debajo de la pared de la perrera y Tilly no está.
– Lo más seguro es que se haya aburrido de estar sola y haya ido a casa -contestó Patricia, tratando de calmar a su madre.
– He ido a la caravana, señora -dijo la voz de un hombre-. Pero no hay rastro de la pareja.
– ¡Lo sabía! ¡Han raptado a Tilly!
Gil se llevó las manos a la cabeza.
– ¿No podríamos quedarnos aquí escondidos hasta que todo haya pasado, Dios mío? -rogó él.
– Vamos, tenemos que dar la cara.
Jane lo agarró de la mano y, como dos niños traviesos, salieron de debajo de una mesa.
– ¿Qué han hecho con mi Tilly? -preguntó la señora Delford con voz estridente.
– Nada -respondió Jane-. No sabemos dónde está su Tilly.
– ¿Es simplemente una coincidencia que estuvieran escondidos debajo de una mesa?
– No estábamos escondidos, estábamos buscando a Perry -contestó Gil, tras lo que se hizo un horrible silencio antes de que él lo interrumpiera-. Tampoco nosotros encontramos a Perry, por desgracia. Pero eso no significa necesariamente que…
– ¡Tonterías! Claro que significa algo -gritó la señora Delford-. ¡Oh, mi pobre Tilly! ¿Dónde estarán?
– Allí -dijo uno de los invitados.
Todas las cabezas se volvieron. A unos metros, bajo unos árboles con lámparas, los amantes jugueteaban felices. Perry acariciaba románticamente a Tilly con la nariz.
– Me temo que sea demasiado tarde -dijo Gil en tono ligero.
La señora Delford se volvió hacia Jane y Gil.
– Va a pagar esto muy caro. ¿Cómo se ha atrevido a dejar suelto a ese perro callejero?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Gil enderezó los hombros y, de repente, se convirtió en la vida imagen de la dignidad ofendida.
– Señora, tengo que comunicarle que el nombre completo de ese callejero como usted dice es Prince Pendes Heyroth Talleyrand de Moxworth… IV.