– Jane, por favor -dijo él en tono bajo y apresurado-, no me juzgues sin escucharme primero.
– Pero, señor Dane, si no he hecho más que escucharle durante un mes entero.
– No me llames así, por favor -le rogó él.
– ¿No es su nombre? Me han dicho que lo era, aunque no usted.
– Para ti, soy Gil, Gil Wakeman. Escucha, vamos a un sitio tranquilo donde podamos hablar. No quería que te enterases así.
– No querías que me enterase en absoluto -dijo ella amargamente.
– Eso no es verdad. Tenía intención de decírtelo. Quería que fuéramos completamente honestos el uno con el otro, pero…
– Me sorprende, señor Dane -le interrumpió ella-. Su forma de comportarse durante el último mes no ha sugerido que quisiera ser honesto.
– Lo sé y lo siento. No era mi intención engañarte. La situación se escapó de mi controlo y… Por favor, deja que te lo explique.
– No puedes explicarme lo que no tiene explicación -dijo Jane, enfadada-. Y me estás insultando al pensar que puedes engañarme por segunda vez.
En ese momento, Jane vio a Constance acercándose a ellos y dijo con voz animada y ligera:
– Debe presentarme a su encantadora prometida… ¿o ya es su esposa? Me temo no saberlo.
– No, no estamos casados todavía -respondió Constance con una risita.
– Pero no me cabe duda de que pronto lo estarán -dijo Jane-. Un hombre que regala un anillo de compromiso así debe estar muy enamorado.
– Sí, ¿verdad que es precioso? -dijo Constance con más risitas-. El querido Gilbert dijo que nada era suficientemente bueno para mí. Soy Connie Allbright. ¿Y usted quién es?
– Me llamo Jane Landers. Soy la directora de una pequeña sucursal del banco Kells.
– Ah, sí, ya sé que ahora también hay mujeres directoras en los bancos, ¿verdad? -dijo Connie como si Jane fuera un bicho raro-. Gil me ha dicho que ha conocido a algunas muy curiosas, ¿verdad, cariño?
– No, no te he dicho nada -dijo Gil con firmeza-, debes haber malinterpretado mis palabras.
– Tonterías. Tú y yo nos entendemos perfectamente, siempre lo hemos dicho.
– Connie…
– Por favor, deje que la señorita Allbright diga lo que quiera decir -dijo Jane- encuentro su conversación muy interesante…, e instructiva.
Jane le oyó respirar profundamente, pero antes de que pudiera decir nada, un hombre muy alto apareció y le dijo:
– Gil, chico…
Se parecían mucho y a Jane no le sorprendió cuando Gil hizo las presentaciones y resultó ser su padre. Hablaron de nada en particular durante unos minutos y luego, el Dane padre se llevó a su hijo para hablar con alguien, Jane se quedó con Connie.
– Estoy encantada de conocerla, señorita Allbright -dijo Jane-. He visto su fotografía en una revista.
– ¿Cuál? Oh, bueno, da lo mismo. Todas las revistas quieren enterarse de lo mismo, ¿verdad? El querido Gil odia que le fotografíen, pero yo le digo que es un deber social, ¿no le parece?
– Sin duda alguna -respondió Jane-. Y yo me atrevería a pensar que él la escucha.
– Oh, bueno…, la verdad es que nos criamos juntos. Probablemente, lo conozco mejor que nadie en el mundo, así que le puedo decir cosas que nadie más se atreve a decirle.
– Sí, seguro que puede.
– Por ejemplo, no hace mucho, le dije que había nacido con una cuchara de plata en la boca. Gil tiene gustos muy caros, pero jamás le ha faltado dinero para permitirse cualquier lujo que quiera. Le pregunté que si conseguiría sobrevivir si tenía que defenderse por sí mismo.
Constance sonrió y añadió:
– ¿Qué cree que hizo? Se marchó por ahí para demostrar que podía triunfar en un negocio por sí mismo, sin echar mano del dinero de su familia. ¿No le parece encantador? Es como un caballero dispuesto a ponerse a prueba para ganarse los favores de su dama.
– Sí, encantador -dijo Jane con voz neutral.
– Ha estado por todo el país en una vieja caravana montando fuegos artificiales. ¿No le parece divertido?
– Para morirse de risa-dijo Jane-. Debe estar encantada de que se haya esforzado tanto por usted.
– Sí, claro, por supuesto. Aunque no lo parece, Gil es un romántico.
Jane asintió.
– Sí, creo que puede ser muy distinto a lo que parece.
– Por supuesto, yo lo he llamado por teléfono de vez en cuando para animarlo.
– Sí, es de suponer -murmuró Jane.
– A él le encantaba. Me dijo que significaba todo para él que yo lo llamara. ¿No le parece encantador?
– Sí, adorable -contestó Jane.
Pero por dentro, Jane estaba rabiosa. Sin embargo, ya no había quién parase a Connie.
– Es un sentimental. Incluso insistió en llevarse a mi perro.
– ¿Su perro?
– Pendes. Gil me lo dio como regalo de compromiso. Lo elegimos juntos cuando era un cachorro; pero cuando Gil se marchó para probarse a sí mismo, le dejé que se llevara a Pendes…, para que tuviera algo mío todo el tiempo.
Jane creyó que iba a volverse loca si oía una palabra más. Fue un alivio cuando Henry Morgan la llamó para presentarle a alguien.
Durante el trayecto de regreso, el señor Morgan le dijo:
– Bien hecho, señorita Landers.
– ¿Perdone?
– Dane & Son van a trabajar con nosotros. Hay unas industrias de la localidad que han llamado su atención, y va a haber importantes inversiones.
– Excelente, pero estoy segura de que no es necesario que yo participe en ello.
– Habla como si no quisiera participar.
– Hay una sucursal de Kells mucho más grande que la mía en Wellhampton; sin duda, Dane & Son preferirán hacer negocios con ellos.
– Normalmente, sí; pero en este caso, lo dudo. Si quieren hacer negocios con usted, eso es lo que haremos. Además, quiero que se le reconozca el buen trabajo que ha hecho. No voy a negar que tenía mis dudas cuando le ofrecieron el puesto, pero usted ha demostrado que yo estaba equivocado. Bien hecho. Después de esta noche, yo diría que está en el sendero que lleva a la cima. Si, tiene un futuro brillante por delante.
Capítulo 11
El teléfono sonó y Jane volvió a contestar.
– ¿Sí? -preguntó en tono crispado.
– Es él otra vez -contestó su secretaria.
– Creí que había dejado muy claro que no voy a contestar ninguna llamada del señor Dane.
– Le he dicho que no puede hablar con usted, pero no se da por vencido.
– Ya me he dado cuenta -contestó Jane.
– Lleva llamando cada media hora desde hace dos días. Ojalá un hombre así de guapo estuviera interesado en mí.
– No sabes lo que dices, el señor Dane no es guapo. ¡Es un fraude!
– Tiene un mensaje para ti.
– No quiero saberlo.
– Dice que Perry se acuerda mucho de ti.
Jane contuvo la respiración.
– ¡Eso es lo más insultante que he oído en mi vida! ¿Es que no tiene escrúpulos?
– ¿Quieres que se lo diga?
– Dile que no quiero hablar con él.
– ¿Y qué hay de Perry?
– Perry es tan fraude como su amo -contestó Jane antes de colgar el auricular enérgicamente.
Aquel día, Gil no volvió a llamar.
Jane había decidido apartarlo de su vida para siempre. Lo que había habido entre los dos era una aberración.
Sarah, por supuesto, estaba en desacuerdo con ella.
– Deberías dejar que el pobre Gil se explicase -le dijo cuando Jane le contó lo que había ocurrido.
– No es «pobre Gil». Me ha engañado.
– Tiene que haber una explicación. No lo sabrás, si no le dejas hablar contigo.
– Sarah. ¿Qué demonios te ha pasado?
Transcurrieron dos días y no hubo más llamadas. Jane se dijo a sí misma que se alegraba de que Gil, por fin, la hubiera dejado en paz. Se negaba a reconocer el dolor que sentía en lo más profundo de su ser.