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– Pero tú me enseñaste otro lado de la vida -gritó ella-; y sin embargo, para ti, sólo era un juego.

– No más que…

– ¡Vamos, por favor! Para ti, no ha sido más que representar un papel. Y cuando te canses de ello, volverás a tu vida normal. ¿Verdad, señor Dane?

– Preferiría que no me llamases así. Soy Gil Wakeman.

– Gil Wakeman no existe -gritó ella-, es un hombre falso que vive una vida falsa. Pues bien, ya me he cansado de tu teatro. Se acabó.

Gil se la quedó mirando.

– ¿Qué quieres decir con eso de que se acabó?

– Que se ha acabado la broma. Te presté dos mil libras porque creí que las necesitabas.

– Y las necesito para…

– ¡Tonterías! Ve a pedírselas a Gilbert Dane.

– No puedo, no quiere tener nada que ver conmigo.

– Deja de hablar como si fueras dos personas distintas.

– Es que así es. Somos distintos. Hay algo que aún no te he dicho, y es lo más difícil. No estaba probando sólo mi capacidad para abrirme camino por mí mismo. La verdad es que, antes de eso, me examiné a mí mismo y no me gustó nada lo que vi. Gilbert Dane era una máquina de hacer dinero y nada más. No tenía tiempo para la gente porque no podía levantar la cabeza de los números que representaban ese dinero. Ya no podía soportar estar con él. Sabia que había otro yo en alguna parte, pero no le había dado la oportunidad de existir.

Gil la miró fijamente.

– Ese Otro yo es Gil Wakeman. Al principio, me resultó difícil ser éclass="underline" pero al poco tiempo, se apoderó de mí y comenzó a ser lo más natural del mundo. Gil Wakeman es como es, natural. Es quien quiero ser. Y después… te conocí y me enamoré de ti. Y tú también te enamoraste de mí; al menos, de Gil Wakeman. Y quiero seguir siendo el hombre del que te enamoraste, pero necesito tu ayuda. Sin ti, puede que vuelva a ser Gilbert Dane y no quiero hacerlo. Por favor, Jane, te lo ruego, no me obligues a ser él otra vez.

Pero Jane se había obligado a dejar de escuchar.

– Eres muy hábil con las palabras, pero deberías haberme confesado la verdad hace tiempo.

– Tenía miedo de estropear lo que había entre los dos cuando era tan perfecto.

– Es demasiado tarde…

– No es demasiado tarde -dijo Gil apasionadamente-. Ayúdame, Jane. No me pidas que te pague ahora porque, si tengo que echar mano del dinero de Dane, significará que habré fracasado. Tengo que lograr el contrato con Joe Stebbins.

– En ese caso, espero que lo consigas -dijo Jane con voz fría.

– ¿Cómo voy a conseguirlo sin tu ayuda? Van a ser los mayores que he hecho hasta ahora, contaba contigo.

– Que te ayude Tommy, le encantará.

– Tommy se ha ido a hacer un curso de formación profesional. Además, quiero que me ayudes tú. Los dos trabajamos bien juntos. Por favor, Jane, significa mucho para mí. La semana que viene voy a tener otra función aquí, en Willhampton, y el señor Stebbins va a venir a verla. Dame un poco de tiempo, el suficiente para que Stebbins vea el trabajo. Después, le pediré que me dé algo de dinero avanzado con el contrato y te devolveré el préstamo.

– Muy bien, tienes dos semanas -contestó ella por fin.

– ¿Y me ayudarás a montarlo?

– No, de eso nada. Ya me he retirado del mundo de los fuegos artificiales.

– Al menos, ven a ver la función. Habrá un mensaje para ti.

– ¿Es que no comprendes que eso ya ha pasado? -gritó ella-. Me has engañado una vez, pero no lo harás dos veces.

Gil se la quedó mirando fijamente. La expresión de él le rompió el corazón, pero se negó a dar su brazo a torcer. Después de unos momentos, recuperó la compostura.

– ¿Estás ya listo para hablar de negocios? -preguntó ella.

Gil pareció salir de un trance.

– Está bien -dijo Gil con voz queda-. He traído unos papeles que tenemos que revisar. Contienen nuestra propuesta de…

Jane se obligó a concentrarse en el trato y pronto vio que Gil era un experto con las cifras. En el pasado, le habría considerado el hombre apropiado para ella, pero ya no.

Cuando acabaron, Gil levantó la cabeza de los papeles, la miró preocupado y dijo con voz tierna.

– No pareces encontrarte bien. Cariño, perdóname. No quería…

– Mi salud es perfecta, muchas gracias. Me pondré en contacto contigo para hablar de esto dentro de un par de días.

Tras unos momentos, Gil dijo:

– Gracias, señorita Landers. Le diré a mi padre que ha sido un acierto decidir hacer negocios con este banco. Y también me aseguraré de que lo sepan los de la oficina central.

– No me hagas ningún favor -le contestó Jane.

– No es un favor. Eres una excelente directora de un banco, Jane. Te deseo mucha suerte con tu carrera.

Entonces, Gil se marchó y Jane ya no tuvo que seguir conteniendo las lágrimas.

Tres días después, por la tarde, cuando Jane entró en su casa oyó voces. Rápidamente, sonrió encantada.

– Tony -gritó al ver a su hermano preferido.

El se puso en pie de un salto y la dio un vigoroso abrazo. Tony tenía veintiocho años, cara de niño y ojos sonrientes…, aunque no habían sonreído mucho desde que Tony «sentó la cabeza» y dejó el teatro.

Después de saludarse y echarse piropos el uno al otro, Sarah llevó el té y Jane preguntó.

– ¿Cómo está Delia?

Delia era la hija del jefe del banco donde trabajaba Tony, y la familia entera esperaba que cualquier día anunciasen su compromiso matrimonial.

– Está bien -respondió Tony con cautela.

– ¿Pero?

– Bueno, íbamos a hacerlo oficial cuando Jim, mi agente, me llamó; bueno, ya no es mi agente, desde que he dejado el teatro. Pero me llamó para decirme que hay un trabajo para el que, al parecer, soy perfecto.

– ¿Quieres decir un trabajo de actor? -le preguntó Jane.

– Sí, eso es. Se trata de una serie policíaca de televisión. Quieren a alguien para el papel de compañero del protagonista. Jim dice que la cara que tengo es perfecta. Me he presentado a las pruebas y me han dicho que el papel es mío si lo acepto. Pero eso significa que tengo que dejar el banco, y la serie son sólo doce episodios. Y después…

Tony se encogió de hombros con gesto elocuente.

– Es tu oportunidad -le dijo Jane-. Llevas mucho tiempo esperando algo así.

– Sí, pero ojalá se me hubiera presentado antes -Tony suspiró-. Soñaba con ser un gran actor y representar a Shakespeare, pero eso ya no va a ocurrir; con esta cara que tengo, es imposible. Pero Jim piensa que si hago la serie me empezarán a conocer y me seguirá entrando trabajo.

– ¿Y qué dice Delia de todo esto?

Tony volvió a suspirar.

– Delia se subió por las paredes cuando se enteró de que había ido a las pruebas. Dice que voy a desilusionar a su padre con mi falta de responsabilidad. No sé qué hacer.

– Sí, claro que lo sabes -dijo Sarah enérgicamente-. Sabes perfectamente lo que debes hacer. Acepta ese trabajo y dile al padre de Delia que se vaya a freír espárragos, y a ella también si no te apoya. Si no te quiere lo suficiente para ponerse de tu parte, estarás mejor sin ella.

Tony se quedó mirando a su abuela con la boca abierta.

– ¿Que es lo que estoy oyendo?

– Sarah ha cambiado -le dijo Jane-, ¿no te habías enterado todavía?

– Algo había oído, pero…

– Decidas lo que decidas, no te pases la vida preguntándote qué habría ocurrido si no lo hubieras hecho -continuó Sarah-, Sigue tu instinto, haz lo que tu instinto te dice que hagas. Y no hagas caso a nadie que te diga lo contrario.

– Lo haré -dijo Tony con repentina decisión.

– Llama ahora mismo a Jim -le dijo Sarah.

Tony hizo la llamada al instante y las dos mujeres lo miraron entusiasmadas. Era maravilloso volverle a ver feliz, pensó Jane.

Por fin, Tony colgó el teléfono y lanzó un grito de alegría.

– Jim dice que tengo que ir a verlo inmediatamente. Gracias a las dos. Dentro de cinco años, cuando todas las revistas quieran hacerme entrevistas, le diré al mundo entero que os lo debo a las dos. ¡Yupiiii!