– ¿Y no has vuelto a darle rosas en todos estos años? -preguntó Jane, sufriendo por aquel hombre al que, durante años, le había creído aburrido y falto de imaginación.
– ¿Para qué? No tenía sentido hacerlo -contestó Andrew-. Sabía que nunca sería más que un segundo plato como quien dice.
Se oyó algo a sus espaldas, mitad gemido y mitad sollozo. Andrew se volvió rápidamente y vio a Sarah con las mejillas llenas de lágrimas. Sin mediar palabra, abrió los brazos a su esposo y éste corrió hacia ella.
– Andrew, cariño, no eres un segundo plato -le dijo Sarah con voz ahogada-. No lo eres, no lo eres.
– He pasado la vida esperando que vinieras a mí… todos estos años…
– No sabía que lo sabías… Oh, qué idiota he sido.
Sarah abrazó a su esposo como si su vida dependiera de ello.
Jane salió sigilosamente de la habitación, ahora no la necesitaban. Bajó un momento a comprar leche y, cuando volvió, encontró a sus abuelos sentados en el sofá agarrados de la mano.
– ¿Todo bien? -preguntó Jane, sonriendo.
– Todo maravilloso -respondió Sarah con una radiante sonrisa-. Tan maravilloso como puede ser.
Acarició el rostro de su esposo antes de decir:
– Ahora sé que tomé la decisión acertada hace años. Cariño, tus rosas significan más para mí que las que nadie pueda darme -después, miró a Jane-. Una necesita a un hombre que te pueda dar las dos cosas: la libertad, pero también la seguridad. Y podrías tenerlas, si no estuvieras empeñada en ponerte cabezota. Vamos, vete antes de que sea demasiado tarde.
De repente, Jane se vio presa del pánico. Fue como si le hubieran retirado una venda de los ojos. Gil le había rogado que le comprendiese y le ayudase a lograr su sueño, pero ella se había negado.
Se miró el reloj. Eran las nueve y media. No tenía mucho tiempo para…
– Conduce con cuidado -gritó Sarah cuando Jane echó a correr hacia la puerta.
En el momento que se cerró tras ella, los dos ancianos volvieron a abrazarse.
Cuando aparcó el coche en el descampado destinado a estacionamiento, oyó anunciar por los altavoces que los fuegos artificiales iban a comenzar Jane comenzó a correr.
En su carrera, se chocó con Joe Stebbins.
– Creí que no iba a venir -dijo él-. Es una pena que no haya llegado antes, Gil ha tenido muchos problemas para montarlo todo él solo.
– ¿Dónde está? -preguntó ella con frenesí.
– Allí, preparándose para lanzar los fuegos.
Jane siguió la dirección que Joe Stebbins le dio y vio a Gil subiéndose al andamio.
– ¡Gil! -gritó Jane- ¡Gil, te quiero!
El volvió la cabeza. Al verla, el rostro se le iluminó de felicidad e, instintivamente, extendió un brazo hacia ella.
Fue entonces cuando ocurrió la desgracia. No se había sujetado bien con el otro brazo, perdió el equilibrio y cayó al suelo con un ruido horrible.
Jane lanzó un grito de terror y corrió hasta él. Gil tenía el rostro contorsionado por el dolor y jadeaba. Ella extendió las manos para tocarlo, pero las volvió atrás al darse cuenta de que podía hacerle más daño.
– Cariño, mi vida -dijo Jane-. Lo siento, lo siento, debería haber venido antes.
Gil consiguió sonreír a pesar del dolor.
– No importa, ahora ya estás aquí. Dame un beso.
Ella se inclinó sobre él y lo envolvió en sus brazos con gentileza.
– Ha sido una mala caída -dijo Joe Stebbins acercándose-. Se ha oído el golpe aun kilómetro de distancia. Me da la impresión de que se ha debido romper algún hueso.
– Sí, creo que me he roto la clavícula -contestó Gil jadeando.
– Voy a ir a buscar al equipo médico -dijo Joe.
– ¡No! -gritó Gil-. Todavía no. Después, cuando termine la función.
– No puede hacerlo en este estado -protestó Joe.
– ¿Me va a hacer el contrato sin ver la función? -preguntó Gil.
– Bueno, no. Necesito ver una función mayor que la del otro día, pero quizás el año que viene…
– El año que viene será demasiado tarde -contestó Gil-. Es ahora o nunca.
– Cariño, no importa-le rogó Jane.
– Sí importa -insistió Gil-. ¿Es que no comprendes por qué importa?
De repente, Jane sintió como si un estallido de luz le hubiera revelado todo claramente. El orgullo y el sueño de Gil estaban en juego, y la única que podía ayudarle era ella.
– Está bien, lo haremos juntos -dijo Jane-. Tú me das las órdenes y yo los lanzo.
Jane sintió que él se relajaba en sus brazos. Después, Gil alzó la cabeza y la miró con adoración.
– Ayúdame a incorporarme.
Gil le enseñó dónde estaban los interruptores.
– Ese va primero, es el de las estrellas. Los siguientes son cohetes; después van las velas silbantes…
Jane se concentró en todo lo que decía y, rápidamente empezó a trabajar con naturalidad para preparar el comienzo.
Se besaron una última vez antes de empezar la función. Gil puso en marcha la música y Jane apretó el primer interruptor.
Continuó apretando interruptores mientras el cielo se iluminaba de belleza. Y lo estaban haciendo juntos. Gil había encendido una linterna de mucha potencia y, mientras Jane iba y venía, lo vio mirándola de vez en cuando, animándola con su sonrisa. Y Jane sabia lo que estaba pensando, que formaban un equipo fantástico y que siempre sería así.
Ya no faltaba mucho, sólo la pieza final.
– ¿Dónde está el interruptor? -gritó ella-. Ilumínalo con la linterna.
Sin embargo, vio a Gil levantarse con gesto dolorido.
– Yo lo haré, quiero que te vayas ahí delante a verlo.
Jane reprimió su protesta instintiva. Vio en él una determinación que le indicó que aquello le importaba más que el dolor que pudiera causarle. Jane comenzó a retroceder, sin dejarle de mirar angustiada, viéndole avanzar dolorosamente hacia los interruptores.
Gil lanzó los últimos. Eran de color rojo y formaban pétalos. Un pétalo y otro y otro… hasta que la figura apareció perfecta en el cielo oscuro.
Era una rosa roja, tal y como Gil le había prometido. Jane la contempló con reverencia y deleite, y su corazón rebosaba felicidad.
Cuando el público rompió en aplausos, Jane corrió hacia él. La frente de Gil estaba bañada en sudor tras el esfuerzo, pero había un brillo de triunfo en sus ojos.
– Te lo había prometido -jadeó él-. Ese era el mensaje que quería que vieras. Significa…
– Sé lo que significa. Oh, cariño, te quiero tanto…
– ¿Listo para irnos, señor? -un enfermero señaló la ambulancia.
– Todavía no -contestó Gil-. ¿Dónde está Joe?
Joe Stebbins apareció.
– ¡Maravillosos! -declaró Joe-. Tan pronto como se recupere, firmaremos el contrato.
Las puertas de la ambulancia se cerraron con Gil y Jane dentro. Al instante, él la besó.
– Tenía tanto miedo de que no vinieras… Pero luego me dije que lo que había entre los dos era demasiado especial para perderlo. Siento haber cometido tantas equivocaciones, y siento que te enterases de esa manera…
– No te preocupes -dijo ella apasionadamente-. Debería haberlo comprendido. Tienes razón, lo nuestro es algo muy especial. Oh, Gil, he estado a punto de dejarlo escapar.
– No te habría dejado -contestó él-. Te habría seguido hasta…
– Pero si no hubiera venido esta noche, ¿habría sido lo mismo?
El sacudió la cabeza.
– No -respondió Gil-. Te habría querido igual porque siempre te querré, pero no habría sido lo mismo. De todos modos, has venido, tenias que hacerlo. Queriéndonos como nos queremos, no podría haber sido de otra manera. Y a partir de ahora, no volveré a dejar que te me escapes.
– Así que… ¿de vuelta a la carretera los dos? -preguntó ella.
– No. Tengo que volver a la compañía. Ahora ya puedo hacerlo. Los fuegos artificiales de Wakeman han sido un éxito y eso es algo que siempre tendré. Y tú necesitas ser directora de un banco y seguir con tu trabajo.