Выбрать главу

Jane recuperó la compostura.

– Me gusta mucho salir contigo, Kenneth -declaró Jane con firmeza-, te lo digo en serio.

– Querida, me encanta oírte decir eso, pero… ¿es necesaria tanta vehemencia? -preguntó Kenneth, mostrando ligera sorpresa.

– ¿Lo he dicho así?

– Lo has dicho como si estuvieras anunciando una medida política a la prensa.

– Simplemente, se me ha ocurrido que quizá no te diga con frecuencia lo mucho que te aprecio.

– Te lo recordaré la próxima vez que necesite un préstamo.

– No hablemos de préstamos esta noche, por favor.

– Sólo era una broma, pero te pido disculpas. Se me estaba olvidando.

– ¿Qué se te estaba olvidando?

– Que no sólo eres la directora de una sucursal bancaria, sino también una mujer muy hermosa.

Las palabras eran adecuadas, pero no su tono. Sus galanterías sonaban automáticas. Jane se preguntó por qué no lo había notado antes.

– ¿Qué tal van los preparativos de la celebración de las bodas de oro de tus abuelos? -le preguntó Kenneth.

– Bien. Aunque la verdad es que quien está haciéndolo casi todo es la mujer de mi hermano James. Como tienen una casa muy grande, la elegimos para la fiesta.

– ¿Vais a estar todos?

– Sí, todos, incluso mi tío Brian, el que vive en Australia. El problema es que se mantenga en secreto. Sarah y Andrew creen que se trata sólo de una cena familiar, pero cuando entren se van a encontrar con casi cien personas en la casa.

– Nunca he comprendido por qué dos personas tan tradicionales y dignas permiten a sus nietos que los llamen por el nombre de pila.

– De todos modos, mi abuelo no ha pasado por que le llamen Andy; a mi hermano Tony se le ocurrió llamarle Andy un día y le pusieron en su sitio.

– Gracias a Dios. Tus abuelos deben estar muy orgullosos de su familia. Cinco hijos, dieciocho nietos y ni un sólo garbanzo negro en la familia.

– Es un comentario algo extraño.

– Lo que es extraño es que, entre tantos, no haya salido alguno que haya dado problemas. Más aún, la banca y la abogacía son las dos profesiones que mantienen este país, y todos vosotros os habéis dedicado a una u otra de las dos.

– Se te olvida Tony, que intentó ser actor.

– Sí, pero recobró el sentido común a tiempo.

– Sí, supongo que sí. Pero me parece que no ha vuelto a ser feliz desde que se metió a trabajar en el banco.

– Bueno, no ha llegado tan lejos como tú, y dudo que lo haga, pero tiene una posición social y económica sólida.

Kenneth bebió un sorbo del excelente vino que había pedido y se recostó en el respaldo de su asiento con expresión pensativa.

– Casados cincuenta años -dijo con incredulidad-. Felizmente casados. Jamás olvidaré el primer día que me llevaste a cenar con ellos. Tu abuelo contó una anécdota muy divertida sobre un conejo, y tu abuela lo escuchaba y lo miraba completamente absorta.

– Sí, lo sé -Jane se echó a reír-. Uno no imaginaria que ha oído esa anécdota más de mil veces. Mi abuelo siempre la cuenta cuando tiene invitados, y la abuela se ríe como si fuese la primera vez que la oyera.

– ¿Lo ves? Devoción de esposa. Apoyo mutuo, tanto para lo bueno como para lo malo. Seguridad y dependencia. Esas cosas son lo que importan.

– ¿Y el amor, no importa?

– Por supuesto. La gente se casa para que el matrimonio les ayude a aguantar juntos en los momentos de crisis. Es fundamental elegir a tu pareja en base a los valores que importan, y éstos son los valores duraderos.

– Sí, pero hay cosas que no duran y que también son importantes.

– ¿Como qué?

– Como…, los fuegos artificiales. Duran sólo segundos, pero te dejan con el recuerdo de su belleza.

– Mmm. En mi opinión, la belleza se encuentra en el arte verdadero, no en un espectáculo momentáneo y efímero. Nunca he subestimado la importancia del arte para el espíritu. Una gran pintura puede inspirarte enormemente.

– Pero mirar a una pintura es algo pasajero, ¿no? Uno no puede pasarse la vida mirándola.

– No, pero se puede comprar una litografía.

– Sí, una litografía de mucho gusto -comentó Jane recordando…

– Si la eligiera yo, querida, no te quepa duda de que sería de mucho gusto.

Por cambiar de tema de conversación, Jane le preguntó qué tal le iba el negocio. Kenneth era el propietario de una constructora muy próspera que se encargaba, sobre todo, de proyectos de rehabilitación.

– Estar en una caseta en la feria de muestras ha sido una buena idea -declaró él cuando llegó el plato principal-. Derek, que es quien está en al caseta, dice que ha ido mucha gente.

– Eso es estupendo -contestó Jane educadamente.

– Lo que me ha parecido una equivocación es que hayan puesto atracciones.

– A la gente le gusta ir a las ferias a pasar el día con la familia.

– Sí, pero eso es precisamente lo que no puede ser. En las ferias de muestras se firman muchos contratos y el dinero cambia de manos, ¿qué tiene que ver una feria de carruseles con eso? ¡Y fuegos artificiales!

Kenneth continuó con comentarios semejantes durante el resto de la cena. Jane lo escuchó a medias. Mientras tomaban el café, Kenneth se miró el reloj y sacó su teléfono móvil.

– Bueno, la feria está a punto de terminar. Permíteme que llame a Derek un momento para ver qué tal ha ido todo hoy.

– ¿Por qué no vamos allí? -sugirió Jane impulsivamente.

– Es muy amable de tu parte, querida. No me vendría nada mal charlar un momento con Derek; además, nos gustaría discutir algunos asuntos financieros contigo.

Ya era de noche cuando salieron del restaurante. El trayecto a la feria en coche sólo les llevó unos minutos. Cuando Kenneth condujo hacia el estacionamiento, Jane se fijó en una caravana que había bajo unos árboles. A un lado de la caravana, se leía: Los Maravillosos Fuegos Artificiales de Wakeman pero no había rastro de su dueño.

Salieron del coche y se dirigieron al recinto de las casetas, pronto llegaron a la de Kenneth. Derek estaba hablando con un cliente, la conversación finalizó a los pocos minutos, después de hacer una cita con el cliente para la semana siguiente. Los dos hombres empezaron a hablar y. ocasionalmente, se dirigieron a Jane en busca de confirmación de algún detalle financiero. Ella respondió mecánicamente, sin prestar demasiada atención. No podía dejar de pensar que los fuegos artificiales iban a empezar al cabo de diez minutos.

Aquella noche, una extraña inquietud se había apoderado de ella, empujándola a darse una vuelta por el recinto ferial. Intentó atraer la atención de Kenneth, pero él estaba haciendo negocios. Por fin, Jane se alejó de allí.

– Damas y caballeros, los fuegos artificiales van a comenzar en los campos adyacentes al recinto… -la voz procedía de unos altavoces.

Jane llegó cuando los primero cohetes estallaron dejando rastros de luces doradas. La multitud miraba hacia el cielo y exclamaba.

Jane vio a Gil subido a una plataforma, lanzando los cohetes. Las luces y las sombras le conferían el aspecto de un mago. Jane lo observó con fascinación. Podía encender el fuego. Era mágico. Y, hasta ese momento, en la vida de Jane no había habido magia.

Gil lanzó tres cohetes, uno después del otro; al llegar a lo más alto, estallaron en nubes de lluvia dorada. La gente jadeó encantada cuando, por separado cada uno volvió a estallar en luces multicolores que cayeron como paraguas.

Más cohetes estallando como flores en el negro firmamento. Colores increíbles. No sólo colores, sino tonos de luces. Luz. Belleza. Había arte, pero también inteligencia.

Jane miró a su alrededor. Como Gil había dicho, todos miraban hacia arriba con ojos brillantes y una sonrisa en los labios. Los rostros de los niños estaban maravillados.