– ¿Qué significa esto? ¿No eras tú el hombre que creía en los placeres inesperados de la vida?
– Sí, pero…
– Pero nada. He venido aquí sin que se me pasara por la cabeza subirme a la noria, así que eso es precisamente lo que voy a hacer. Es tu filosofía, ¿no?
– Una versión de mi filosofía, pero…
– No soporto a los hombres que no practican lo que pregonan, y me voy a subir a la noria.
– ¿Con ese vestido? No es de mucho sentido común. -Jane lo miró fijamente.
– He tenido sentido común toda mi vida, esta noche estoy descansando. ¿Entendido?
Al momento, Gil se tocó un tacón con el otro y la saludó al estilo militar.
– Sí, señora. Lo que usted diga, señora.
– ¡ldiota!
Jane pagó las dos entradas y ocuparon sus asientos. Cuando la noria se puso en marcha, Jane comprendió las dudas de Gil respecto a su vestimenta. Arriba, hacía más frío. Llegaron a lo más alto y volvieron a bajar; cerca del suelo, Gil se quitó la chaqueta y se la echó a ella por los hombros.
– Gracias. Tenías razón -dijo Jane.
El sonrió maliciosamente.
– Los magos siempre tienen razón.
Arriba de nuevo, se quedaron parados un tiempo. Jane sintió el brazo de Gil sobre sus hombros. De repente, tenía una mano de él bajo la barbilla, obligándole suavemente a ladear el rostro. El roce de sus labios fue ligero, pero suficientemente poderoso como para hacerla sentirse suspendida en el aire. Volaba, estaba en otro mundo donde estrellas de muchos colores estallaban a la vez cantando música celestial.
Sin saber cómo, se encontró con la cabeza en el hombro de Gil, besándolo. Abrazándolo. Lejos, en otra vida, se vio a sí misma atrapada y asustada. Pero allí, al calor de los brazos de él, en ese hermoso lugar, no cabía el miedo, sólo la felicidad.
Los labios de Gil eran firmes y la acariciaron con gusto, incitándola, pero no exigiendo. Ese era el Gil que había visto en el banco, un espíritu libre, pero también tierno y sólido. Jane se relajó, sabía que él la mantendría a salvo de todo.
Pero incluso en ese momento, sintió algo más en su beso: una poderosa y peligrosa virilidad que la excitó. Gil no sólo era un espíritu libre vagabundo, era un hombre de instinto y misterio.
Gil la abrazó con más fuerza. Jane jadeó tras la sensación que la boca de él despertó en ella al intensificar el beso, hablando así con más elocuencia que con mil palabras. Gil le había contado las maravillas de los fuegos artificiales, pero la verdadera maravilla eran sus brazos. La deslumbraron, la abrieron nuevos horizontes jamás soñados, invitándola…
Risas y aplausos la devolvieron a la realidad. Atónita, miró a su alrededor y se dio cuenta de que habían llegado a abajo y un sonriente grupo de personas los miraba.
– ¿Cómo hemos bajado? -preguntó Jane sin comprender.
– Como todo el mundo, cuando la noria se ha movido en esta dirección -dijo él con una sonrisa.
Gil la ayudó a bajar. A Jane le temblaban las piernas aunque sospechaba que se debía al beso de Gil. Casi no podía creer que había perdido la noción del tiempo y el espacio en sus brazos no se había dado cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
De repente, Jane tuvo una sensación de peligro.
– Gracias por dejarme la chaqueta -dijo ella devolviéndosela.
– Dámela luego…
– No, no, tengo que marcharme ya. Ya es muy tarde. Adiós.
– Jane, espera… por favor.
– Tengo que irme, lo siento -respondió ella apresuradamente.
Jane se dio media vuelta y salió de allí a toda prisa. Era demasiado honesta para no admitir que estaba huyendo, escapando de aquella magia para refugiarse en su bien ordenado mundo.
Cuando llegó a la caseta de Kenneth vio que estaba vacía. Al parecer, se había cansado de esperarla y se había marchado a casa. Jane no podía culparlo.
Fue a buscar un taxi. A su alrededor, todos los puestos estaban cerrando y las luces se apagaban.
Capítulo 3
Jane se despertó sintiendo que se había puesto en ridículo completamente, no tenía excusa. Ella, que se preciaba de mujer responsable, había sucumbido al encanto de un buscavidas inteligente.
Lanzó un gruñido al recordar la facilidad con que se había echado en sus brazos en la noria. Desgraciadamente, el recuerdo le hizo revivir el beso. Durante unos momentos, le había pertenecido por completo, al igual que una adolescente con su primer beso. Ese hombre representaba todo lo que ella desdeñaba y reprobaba. Sin embargo, sus brazos y su beso habían tenido un efecto único, algo que jamás había sentido.
Pero ahora se daba cuenta claramente de la estrategia de él. Estaba segura de que, por la mañana, se presentaría en la oficina del banco para canjear el cheque, seguro de que ella le concedería además el préstamo. Y ella había estado a punto de caer en la trampa.
Tomó un virtuoso desayuno consistente en café y pomelo. Después, llamó a Kenneth para disculparse.
– Me tropecé con un hombre que quería un préstamo -le dijo Jane-, lo siento. Espero que no estuvieras demasiado preocupado.
– Admito que fue un poco extraño -contestó él-. Nos han hecho muchos pedidos y vamos a tener que ampliar el negocio, no nos habría venido mal algunas opiniones tuyas.
– No creo que tengas ningún problema para conseguir un crédito.
– Si pudiéramos revisar unos números…
– En ese caso, será mejor que hablemos en el banco -le dijo Jane, incapaz de hablar de eso en aquellos momentos-. Mi secretaria te llamará para arreglar una cita.
Mientras conducía al trabajo, tomó varias decisiones. Aquello no podía continuar. Iba a dar instrucciones a los empleados para que, cuando Gil se presentara en el banco, no la molestasen.
Tan pronto como entró en el banco, llamó a Harry a su despacho.
– Quiero que tomes nota de esto -le dijo con su voz más profesional-. Si un tal Gilbert Wakeman se presentase hoy por la mañana para canjear un cheque del ayuntamiento, por favor, asegúrate de que…
Jane se interrumpió y respiró profundamente. Imágenes de luces de colores en el firmamento, gente riendo y exclamando…
– ¿Sí? -preguntó Harry, que la miraba fijamente.
– Por favor, asegúrate de que… de que me llamen para que yo hable con él.
– ¿Es una suma importante?
– Doscientas cincuenta libras.
Harry frunció el ceño.
– Por una cantidad así no sueles…
– Por favor, haz lo que te he pedido, Harry. Y que todos lo sepan.
– Sí, de acuerdo.
Jane trató de concentrarse en el trabajo. Llegó el mediodía, pero no Gil no había dado señales de vida. Jane decidió tomar un bocadillo en su despacho en vez de salir a comer. El tiempo siguió transcurriendo y el banco cerró a las tres.
Jane trabajó una hora más antes de decirle a su secretaria:
– Tengo que marcharme ya. Deja esos papeles encima de mi mesa, los miraré mañana.
Casi corrió hasta su coche y, a los pocos minutos, iba de camino al recinto ferial. Cuando llegó, encontró un lugar desolado. Las casetas habían desaparecido y estaban derribando las marquesinas. Estaban desmontando la feria.
Jane llevó el coche hasta donde había estado aparcada la caravana de Gil.
No estaba.
Paró el coche, sintiéndose como si la hubieran golpeado en el estómago. El mago se había esfumado y, de repente, se vio presa del pánico, tenía miedo de no volverlo a ver.
– ¿Estás buscando a Gil?
Jane se sobresaltó. Volvió la cabeza y vio a la mujer de avanzada edad dueña de la camioneta del té.
– Si. Me dijo adónde iba, pero se me olvidó anotarlo y… -la respuesta parecía la típica de una colegiala.
– Hawley -respondió la anciana, nombrando la ciudad más cercana-. Hay un tipo que va a dar una fiesta de cumpleaños a su hija.
– No sabe dónde exactamente en Hawley, ¿verdad?