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Poco después, una chica de facciones negroides pero de piel clara salió para entrar otra vez después de dar la vuelta al letrero que ahora anunciaba «Abierto». Wexford la siguió y se encontró en una oscura cueva, cuya única iluminación procedía de unas lámparas al otro lado de la barra, y del interior de unas oscuras botellas de Chianti que habían colocado sobre cada mesa. Las cortinas de la ventana eran de color marrón y plateado y estaban totalmente corridas. La chica estaba sentada en un taburete hojeando una revista bajo la lámpara más potente.

Le pidió un vaso de vino blanco y preguntó si se encontraba el dueño o el encargado.

– ¿Se refiere a Vic?

– Supongo que sí, si él es el jefe.

– Iré a buscarlo.

Volvió acompañada de un hombre de unos cuarenta años.

– Victor Vivian. ¿Qué se le ofrece?

Wexford le mostró su tarjeta y procedió a explicarle el motivo de su presencia. Vivian parecía contento de la inesperada visita, y la chica miraba boquiabierta.

– Siéntese en uno de esos bancos -dijo Vivian no del todo desacertadamente, porque el lugar tenía la penumbra de una capilla dedicada a algún culto esotérico. Pero en este propietario no había nada que pareciera sacerdotal. Llevaba téjanos y algo que estaba a medio camino entre una camiseta deportiva y un jersey, en el que aparecían un grupo de campesinas en la vendimia-. Gren no está. Se fue de vacaciones a Francia, ¿sabe usted? Veamos, esto fue el domingo de la semana pasada.

– ¿Es usted el propietario de la casa?

– No sería propio decir que soy el propietario. Quiero decir que el dueño es Notbourne Properties. Yo sólo soy el subarrendatario.

Se presentaba como el clásico tipo que no deja de recurrir al «quiero decir» y al «¿sabe usted?» Wexford los conocía bien. Sin embargo, tales personas son de las que hablan por los codos y sin ninguna discreción.

– ¿Lo conoce bien?

– Gren y yo somos viejos amigos, ¿sabe usted? Ha vivido catorce años aquí y es un inquilino muy bueno, quiero decir que él mismo se hace todas las reparaciones. Además, siempre es bueno tener a alguien en casa cuando el bar está cerrado. Muchas tardes baja a tomar algo ¿sabe usted?, y también muy a menudo subo a beber a su piso y, quiero decir, nos quedamos toda la noche ¿sabe usted?, y entonces…

Wexford cortó esta inútil parrafada.

– En realidad no es en el señor West en quien estoy interesado. Estoy intentando encontrar la dirección de alguien que pudo ser amigo suyo. ¿Ha leído usted algo sobre el asesinato de Rhoda Comfrey?

Vivian silbó como un colegial.

– ¿La mujer que fue apuñalada? ¿Se refiere a que era amiga de Gren? Oh, lo dudo, quiero decir, lo dudo de veras. Quiero decir, ella tenía cincuenta años ¿no? Y Gren tiene cuarenta, quiero decir, tal vez menos, treinta y ocho o treinta y nueve. Más joven que yo, ¿sabe usted?

– No me refería a una relación sexual, señor Vivian. Puede que sólo fueran amigos.

Esta posibilidad no entraba dentro de la comprensión de Vivian, y la ignoró.

– Gren tiene novia. Ella lo adora, ¿sabe usted?, besa por donde pisa. -Guiñó ligeramente a Wexford-. El viejo Gren es un pájaro astuto, sabe mantenerla a una cierta distancia, supongo que por miedo a que se lo lleve al altar. Se llama Polly, o algo así, es rubia, y no tendrá más de veinticuatro o veinticinco años. Vino a trabajar como mecanógrafa y ha acabado pegándose a él como una lapa. ¿Quiere beber algo más? La casa invita, por supuesto.

– No, gracias. -Wexford sacó la fotografía y la cartera-. ¿Ha visto usted alguna vez a esta mujer? Me temo que había cambiado mucho y no se parecía demasiado a como aparece en la foto.

Vivian sacudió la cabeza y su barba se meció con ella. Tenía muchas maneras de mover la cabeza, todas ellas estereotipadas y similares a las que recurriría un actor exagerado para expresar asombro, sagacidad, reconocimiento o sospecha.

– Nunca la he visto por aquí o en compañía de Gren, ¿sabe usted? -dijo al fin, utilizando la expresión apropiada para mostrar una gran decepción-. Es curioso, sin embargo, que la cara me resulte tan familiar, quiero decir… hay algo, ¿sabe usted?, pero no sé qué es. Tal vez lo recuerde más tarde. -Tan pronto como renacían las esperanzas de Wexford, Vivian se encargaba de frustrarlas-. Esta foto no salió en los periódicos, ¿verdad? Quiero decir, ¿podría ser que hubiera visto antes a esa mujer?

– Podría ser.

Dos personas entraron en el bar, y con ellas un destello momentáneo del sol, antes de que la puerta se cerrara de nuevo. Vivian les hizo una seña y volvió a darse la vuelta. Entonces silbó suavemente.

– Esta no es la cartera del viejo Gren, ¿verdad?

Esto trajo a la memoria de Wexford las clases de latín en el colegio, el modo de formular las preguntas para que la respuesta a las mismas fuera negativa. Todas las preguntas que Vivian hacía parecían esperar el «no», tal vez para darle una excusa para emitir un silbido y poner cara de sorprendido cuando la respuesta era «sí».

– ¿Lo es o no?

– Espere un segundo. Esta es nueva, ¿no? Ya lo tengo, Gren tiene una como ésta, pero un poco desgastada por las puntas. Es igual, pero está algo más tronada. Quiero decir que no es nueva.

Y seguro que se la ha llevado con él a Francia, pensó Wexford. Sus progresos eran lentos, pero siguió intentándolo.

– Casi con toda seguridad esta mujer vivía bajo una identidad falsa, señor Vivian. No preste demasiada atención al nombre o a la cara. ¿Le habló alguna vez el señor West de una amiga mayor que él?

– Estaba su agente… ¿cómo lo llaman? El agente literario. No puedo recordar su nombre. Tenía un marido, estoy seguro, quiero decir que no sería ella, ¿verdad?

– Me temo que no. ¿Puede darme la dirección del señor West en Francia?

– Está viajando constantemente, ¿sabe? Está en el sur, es lo único que puedo decirle. Volviendo a esa mujer, estoy estrujándome el cerebro, pero no consigo recordar. Quiero decir, en este tipo de negocio la gente viene y te habla de muchas cosas, y mucho de lo que te dicen te entra por un oído y te sale por el otro. Al viejo Gren le gusta mucho caminar, adora la cerveza y suele darse un paseo por el Soho casi cada noche. Quiero decir que frecuenta los pubs, pero no hace nada indecente, ¿sabe usted? Tiene amigos con los que suele beber, y puede que me haya hablado de alguna mujer, pero no tengo ni la más remota idea de su nombre o de dónde vivía. Lo siento, me temo que no soy una gran ayuda. Pero usted ya sabe lo que quiero decir, uno no retiene estas cosas en la memoria porque cree que nadie le preguntará sobre ellas, ¿entiende?

Wexford se levantó para marcharse.

– Sé lo que quiere decir -dijo sin poder resistir la tentación.

7

– Veo que no está teniendo mucha suerte -dijo Baker mientras tomaban el té-. Le diré lo que voy a hacer. Haré que alguien mire en el registro electoral de Kenbourne. Si él la conocía, la mujer debía de vivir a un tiro de piedra.

– No aparecerá como Rhoda Comfrey. Pero es muy amable por su parte, Michael.

Stevens lo estaba esperando, pero al poco de andar por la calle principal de Kenbourne Wexford reparó en una gran biblioteca pública en la acera de enfrente. Pensó que tal vez cerrarían a las seis, y sólo faltaba un cuarto de hora. Le dijo a Stevens que lo dejara allá y aparcara como mejor pudiera en medio de la jungla de autobuses, contenedores y dobles líneas amarillas. Entonces se apeó y cruzó la calle corriendo, cosa que un policía no debía hacer jamás.