– Es un hombre ocupado -respondió-, pero estoy seguro de que ya no falta mucho para que llegue.
Y por primera vez deseó ser el feo y viejo Wexford para poder atender a esa reservada visitante. Por fin, a las doce y media, Wexford entró.
– Buenos días, señorita Patel.
– ¡Se acuerda usted de mí!
Loring se explicaba esto perfectamente, ¿quién que la conociera podría olvidarla? Wexford le explicó que la recordaba porque tenía buena memoria para las caras, y el pobre Loring fue despachado con la advertencia de que si no tenía nada que hacer, el inspector podía remediarlo pronto. La bestia miró a la bella y desapareció por el ascensor.
– ¿Qué puedo hacer por usted, señorita Patel? Se sentó en la silla que le ofreció.
– Se va usted a enfadar mucho conmigo, he hecho algo terrible. En realidad tengo miedo de decírselo, he tenido mucho miedo desde que leí el periódico. Vine en el primer tren… han sido ustedes tan buenos conmigo, todos lo han sido…, me temo que esto va a cambiarlo todo.
Wexford la observó con atención. La recordaba como una bromista y una molesta, pero ahora su ingenio parecía haberla abandonado. Estaba triste de veras, él intentó tranquilizarla con un toque de humor.
– Hace ya meses que no me como a ninguna joven -dijo-, y créame, me he propuesto no hacerlo nunca en viernes.
Pero ella no sonrió. Tragó saliva y se echó a llorar.
11
Le habría costado mucho consolarla de la misma forma en que lo hacía con sus hijas Sylvia y Sheila, a quienes habría terminado abrazando. Así que cogió el teléfono y pidió que les subieran café y bocadillos, y dejó claro, tanto a sí mismo como a ella, que no solía enfadarse cuando tenía la boca llena.
El llanto no estropeó su rostro en absoluto. Se limpió los ojos, aspiró sonoramente y por fin habló:
– Usted es bueno. ¡Y yo he sido tan idiota!
– ¿Quiere empezar o se tomará primero el café?
– Lo dejaré para después.
¿Debía decirle que ya no estaba interesado en Grenville West, puesto que debía de ser por él que ella había acudido, o dejar que hablase? Decidió que oiría lo que tenía que decirle.
– Le mentí deliberadamente -dijo.
Él levantó las cejas.
– No es usted la primera. Mi nombre podría figurar en el Libro Guin como la persona a quien han mentido más veces.
– Pero esta vez fui yo. Estoy tan avergonzada…
Llegó el café y un plato de bocadillos de jamón. Ella cogió uno, pero no comió.
– Era acerca de Polly -dijo-. Ella nunca sale sola por las noches, nunca. Si va a ver a Grenville él siempre la acompaña a casa o le pide un taxi. Hace un año ocurrió una cosa horrible; caminaba por una calle oscura cuando un hombre se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Ella gritó, lo golpeó y huyó corriendo, pero a partir de entonces tuvo miedo de ir sola cuando oscurecía. Me dijo que si en este país dejaran llevar armas ella tendría una.
– ¿Y su mentira, señorita Patel? Está usted dando demasiados rodeos -dijo Wexford con amabilidad.
– Sí, lo sé, ¡oh! Bien, yo le dije que Polly estaba en casa conmigo aquel lunes por la noche, pero no era verdad. Salió antes de que yo regresase del trabajo y volvió sola no sé a qué hora, pero después de que me acostara. No importa, la cuestión es que al día siguiente le pregunté dónde había ido, porque sabía que Grenville estaba fuera, y ella me respondió que se había hartado de Grenville y que había salido con otro. Bien, yo sabía que hacía tiempo que no era feliz con él, con Grenville, quiero decir. Quería irse a vivir con él, en realidad quería casarse con él, pero él ni siquiera la besaba. -Malina Patel se estremeció-. ¡Oh, qué poco me habría gustado que ese hombre me besara! Hay algo extraño en él, algo misterioso; bueno, no me refiero a que sea homosexual, al menos yo no lo creo, pero sí algo difícil de…
– ¡Por favor, señorita Patel, siga con su historia!
– Lo siento. Lo que iba a decir era que Polly se encontró con ese otro hombre, que estaba casado, y que el lunes pasaron la noche en un motel. Y me dijo que ese hombre tenía miedo de que su esposa lo descubriera, que había hecho que un detective lo siguiese, y que si ese detective aparecía le dijera que había estado conmigo en casa.
– ¿Pensó usted que yo era un detective privado?
– ¡Sí! Ya le dije que yo estoy loca. Le prometí a Polly hacer lo que me dijo si venía un detective, y vino. No parece tan terrible, porque dormir con el marido de otra no es un crimen, ¿verdad? No es muy bonito, pero no es un crimen. Quiero decir, no va contra la ley.
Wexford tuvo que esforzarse para no lanzar una carcajada. Los comentarios que ella le había hecho aquel día, y que él había considerado ingeniosos y calculados para confundirlo, provenían en realidad de la inocencia más pura. Si no fuera tan guapa y dulce, y aunque pareciera un sacrilegio, se habría inclinado a llamarla estúpida.
Ella acabó su bocadillo y dio un sorbo al café.
– Me alegré de que Polly encontrara a alguien, después de haberse sentido tan miserable con Grenville. Creía que los detectives privados eran personas horribles a las que se les pagaba para que fisgonearan y se entrometieran en la vida de los demás. Así que pensé que no tenía importancia mentirle a alguien capaz de hacer cosas tan sucias.
Esta vez Wexford no pudo reprimir la risa. Ella lo miró dubitativamente por encima de su taza de café.
– ¿Ha conocido alguna vez a un detective privado, señorita Patel?
– No, pero los he visto en las películas.
– Y por eso le costó tan poco pensar que yo era uno de ellos, ¿verdad? Hablemos seriamente. -Dejó de sonreír-. La señorita Flinders sabía quién era yo. ¿No se lo dijo más tarde?
Ésa era la pregunta crucial, y de su respuesta dependía que la acompañara de inmediato a Kenbourne Vale o que la dejase marchar sola.
– ¡Desde luego que sí! Pero yo era demasiado estúpida para darme cuenta. Me dijo que usted no había venido por nada relacionado con el hombre ni el motel ni nada de eso, sino que era algo relacionado con Grenville y con la cartera que había perdido. Iba a contármelo todo, pero yo no la escuchaba. Me iba, ¿sabe?, tenía prisa, y ya estaba harta de oírla hablar de Grenville. Intentó decírmelo al día siguiente, pero yo le dije que no me hablara más de él, que prefería que me contase algo de su nuevo compañero, y desde entonces no me ha vuelto a hablar de Grenville.
Él se aferró a un punto.
– Entonces, ¿sabía usted que la cartera había sido extraviada?
– ¡Oh, sí! Ya me había hablado de ello. Mucho antes de que me contara lo del motel, el nuevo hombre y el detective privado. El pobre Grenville perdió la cartera en un autobús y le pidió que lo comunicara a la policía, pero ella no lo hizo porque se figuró que no serían capaces de hacer nada. Eso ocurrió unos días antes de que fuera al motel.
Él la creyó. Su teoría de que Rhoda Comfrey era Rose Farriner se hacía cada vez más sólida. Las preguntas posteriores que le hizo a Malina Patel sólo fueron por diversión.
– ¿Puedo preguntar qué le hizo venir y contarme esta terrible verdad?
– Su fotografía en el periódico. La vi esta mañana y la reconocí inmediatamente.
¿En esa fotografía? Las preguntas frívolas pueden llevar tanto a la humillación como a la diversión.
– Polly ya se había ido. Ojalá la hubiera escuchado antes. De pronto me di cuenta de que todo tenía que ver con la mujer asesinada, y me di cuenta quién era usted y de todo lo demás. Me sentí tan terriblemente mal que no fui a trabajar. Les telefonee y les dije que tenía gastroenteritis, lo cual fue otra mentira, y le dejé una nota a Polly diciéndole que me había ido a ver a mi madre porque estaba enferma, cogí el tren y aquí estoy. Han sido tantas mentiras que ya he olvidado lo que he dicho a cada persona.