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Lilian Crown llegó a casa del brazo de un hombre ya mayor a quien no presentó a Wexford. Ninguno de los dos estaba borracho, si por ello se entiende tropezar al andar o hablar tartamudeando, pero ella apestaba a licor y él a cerveza. Tenían un aspecto húmedo, debido sin duda al clima, pero que invitaba a pensar que se habían bañado en sus cócteles favoritos.

La señora Crown quería hacer pasar a su amigo y a Wexford, pero aquél rechazó la invitación con protestas y frenéticas negativas con la cabeza. Encogió sus hombros delgados y le hizo una mueca.

– De acuerdo, como quieras. -No se despidió de él y se limitó a entrar en la casa, dejando que Wexford la siguiera. Se sentó en el sofá lleno de manchas de comida y abrió un paquete de cigarrillos-. ¿Qué hora es? – preguntó.

Se daba cuenta de que estaba siendo demasiado sensible con ella, que parecía totalmente insensible. Pero incluso a su edad y con toda su experiencia le era difícil imaginar la vida de Lilian Crown, cuyo único hijo estaba tullido y era idiota; una vida arruinada por el infortunio. Y aunque se dio cuenta de que podría responderle con total indiferencia cualquier pregunta referente a su hijo, él prefirió no hacérselas. Quizá no lo hacía por ella sino por él mismo, quizá seguía siendo, incluso ahora, vulnerable a la inhumanidad del hombre… o de la mujer.

– Tengo entendido que antes de que usted se casara por segunda vez su apellido era West, ¿verdad?

– Así es. Ron, el señor West murió en Dunkerque. -Lo dijo como si su primer marido se hubiera puesto deliberadamente delante de un fusil o un avión alemán-. ¿Qué tiene eso que ver con Rhoda?

– Se lo explicaré dentro de un momento, si no le importa. ¿Tenía parientes el señor West?

– Desde luego, ¿o piensa usted que su madre lo encontró bajo un arbusto de grosellas? Tenía dos hermanos y una hermana.

– Señora Crown, estoy interesado en cualquiera que esté relacionado con su sobrina y que se apellide West. ¿Tenía hijos esa gente? ¿Sabe dónde están ahora?

¿Cómo iba a saberlo, si incluso ignoraba la dirección de su propia sobrina? Pero lo más probable era que ellos no tuviesen motivos para ocultarse.

– Ethel, la hermana, nunca volvió a dirigirme la palabra después de que me casara con Ron. Se daba aires de grandeza, pero su padre no era más que un granjero. Se casó con un tal Murdoch, un pobre diablo, y si no han muerto ya deben de tener más de ochenta años. Los hermanos se llamaban Len y Sidney, pero a este último lo mataron en la guerra, como a Ron. Len era bueno, me llevaba bien con él -dijo esto con cierto asombro, como si le sorprendiera admitir que había congeniado con alguien a quien estaba unida por lazos de sangre o por matrimonio-. El y su mujer todavía me envían tarjetas de felicitación en Navidad.

– ¿Tienen niños?

La señora Crown encendió una colilla y Wexford recibió una bocanada de humo en la cara.

– Yo no los llamaría niños; ya deben de tener cuarenta años. Sus nombres son Leslie y Charley. -El trato de favor otorgado a sus padres no se extendió a ellos-. Me invitaron a la boda de Leslie, pero ella me trató como a la basura, actuó como si no supiera quién era yo. Ignoro si Charley se ha casado, no me molesté en averiguarlo. Es profesor, y se cree superior a los suyos.

– Así que no existe ningún Grenville West entre ellos, ¿verdad?

Como la señora Parker, Lilian Crown estaba empezando a considerarlo un estúpido. Ambas eran del tipo de personas que piensan que la autoridad es omnisciente, que está obligada a conocer de antemano todos los detalles oscuros de las familias de los demás, tan bien como los de la suya propia. Este agente de la autoridad no conocía tales detalles, por lo tanto era estúpido. La señora Crown levantó la mirada.

– Desde luego que sí. Todos se llaman Grenville, es como un apellido, aunque nunca sabré qué derecho tiene un granjero a ponerles a sus hijos un colgajo como ése.

– Señora Crown -dijo Wexford, a quien la cabeza ya le daba vueltas-, ¿qué quiere decir con eso de que todos se llaman Grenville?

Rápidamente ella desgranó toda una lista de nombres:

– Ronald Grenville West, Leonard Grenville West, Sidney Grenville West, Leslie Grenville West, Charley Grenville West.

– ¿Y su sobrina Rhoda, los conocía? -preguntó Wexford, aturdido.

– Puede que conociera a Leslie y a Charley cuando eran niños. Ella era mucho mayor.

Había anotado los nombres y miró la lista. Ahora necesitaba las direcciones, y la señora Crown, sorprendentemente, fue capaz de darle unas cuantas. Los padres vivían en Myfleet, un pueblo no lejano de Kingsmarkham; el hijo de Leslie, en Kent. Desconocía el paradero de Charley, pero su escuela estaba en South London, eso le había dicho su padre, por lo tanto era posible que viviera cerca de allí, al menos.

Y por fin, con todo el tacto que pudo, tuvo que preguntar si esos eran los únicos varones de la familia West…

– ¿Y eso es todo? -dijo tímidamente- ¿No hay nadie más que se llame Grenville West?

– Creo que no. No que yo recuerde. -Lo miró con dureza- Excepto mi hijo, naturalmente, pero éste no cuenta, él no es normal. Ha permanecido en una residencia especial desde pequeño. Para lo que pueda servirle, se llama John Grenville West.

16

Ese día el comisario Laquin no telefoneó, pero las investigaciones de Loring resultaron provechosas, y el asunto de la cartera quedó totalmente aclarado.

– Esas chicas no mintieron -le explicó Wexford a Burden-. West perdió una cartera en un autobús, pero se trataba de la vieja. Eso es lo que le comentó a la dependiente de Silk and Whitebeam cuando fue el jueves, 4 de agosto, a comprar otra.

– Y sin embargo fue la nueva la que encontramos en posesión de Rhoda Comfrey.

– Me inclino a pensar que acabó encontrando la vieja y que regaló la nueva a Rhoda, tal vez el sábado, cuando ya era tarde para decírselo a Polly Flinders. Ella debió de decirle que había cumplido cincuenta años el día anterior y tal vez él aprovechó la ocasión para regalársela.

– ¿Cree que eran primos?

– Sí, aunque no veo en qué puede esto ayudarnos. Hemos investigado a la gente de esa lista. Dos de ellos están muertos. Uno es toda una institución en Myringham, en el hospital Abbotts Palmer; otro tiene setenta y dos años; otro más emigró a Australia con su mujer; y el último, Charles Grenville West, es profesor, hace cinco años que se casó y vive en Carshalton. El padre, que se llama John Grenville West, habla de primos carnales y segundos con ese mismo apellido, pero ya chochea y es impreciso, no podrá darnos el paradero de ninguno de ellos. Intentaré encontrar a ese Charles.

Prácticamente lo primero que llamó la atención de Wexford cuando entró en la sala de estar de Charles Grenville West fue una estantería con títulos que le eran familiares: La mujer de Arden, La elegancia de Amalfi, Brisa en Alicante y Asesinada con amabilidad. Los habían colocado en un lugar preferente y estaban muy bien cuidados, al igual que el resto de la habitación, que el resto de la casa, tan simpática como el sonriente matrimonio West.

Cuando hablaron por teléfono, el inspector le había dicho a Charles West que le gustaría hablar con él sobre la muerte de una persona a la que lo unían vínculos de familia. West le dijo que nunca había conocido a Rhoda Comfrey, o que tal vez la viera cuando él no era más que un niño, pero que aun así lo recibiría. Y ahora, Wexford, tras aceptar una cerveza y responder a las preguntas de rigor sobre el viaje, miró los libros, los señaló y dijo:

– Parece ser que su tocayo también es su autor favorito.