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»Debió de ser entonces cuando buscó un nombre masculino, tal vez cuando entregó su primer original a un editor. Era en ese momento o nunca. Si pensaba hacer carrera como escritora y presentarse ante el público no podía haber dudas en cuanto al sexo.

»Pasando por hombre tenía todas las de ganar: el respeto de sus compañeros, la certeza de que tal respeto era auténtico, la libertad de ir adonde quisiera, de hacer lo que se le antojara y de codearse con los hombres tratándolos como a iguales. Y tenía poquísimo que perder. Solamente la posibilidad de hacer amigos íntimos, pero no se atrevería a tanto… a excepción de personas tontas y poco observadoras como Vivian.

– Bien -lo interrumpió Burden-. Ya me he recuperado de la conmoción. Y a diferencia de Marie Cole, no he necesitado varias horas. Pero se me antoja que tenía algo más que perder.

Wexford miró con cierta molestia al policía jefe, y éste, sin esperar a que lo dijera su subordinado, vociferó:

– ¡Su sexualidad! ¿Qué me dice de ella?

– Al principio de este caso, Len Crocker me comentó que algunas personas sienten su sexo de manera muy leve. Y si me permiten que cite de nuevo a Havelock Ellis, los eonistas suelen tener una conducta casi asexual. Según él «en las personas que presentan esta anomalía psíquica, el deseo sexual es mínimo». Rhoda Comfrey, que nunca había tenido experiencias sexuales, debió de pensar que valía la pena renunciar a la posibilidad, en realidad, a la remotísima posibilidad, de tener algún día una relación sexual satisfactoria, por todo lo que tenía que ganar. Estoy seguro de que decidió sacrificarla y de que así se convirtió en una mujer rara a los ojos de los demás.

»Y se esforzó por aparecer tan masculina como le fuera posible. Vestía sencillamente, no utilizaba colonias ni perfumes, llevaba consigo una máquina de afeitar, eléctrica, aunque podemos suponer que nunca la utilizó. Para disimular la falta de una prominente nuez, características de los hombres, solía llevar jerseys y camisas de cuello cisne, y por no tener la «M» en la frente, siempre se dejaba un mechón de pelo colgando sobre ella.

– ¿Qué quiere decir con eso de la «M»? -preguntó Burden con curiosidad.

– Míreme en el espejo -respondió Wexford.

Los tres hombres se levantaron y se miraron en el decorado espejo que había en la pared.

– Observen -dijo Wexford, llevándose las manos a su escaso cabello, y los otros dos vieron cómo se lo echaba hacia atrás dejando al descubierto dos triángulos sobre las sienes-. Todos los hombres los tienen -explicó-, más o menos grandes. Las mujeres no, el nacimiento de su cabello tiene forma oval. Pero para Rhoda Comfrey éstos eran pequeños detalles fácilmente subsanables. Sólo en una ocasión, cuando tuvo que ir a visitar a su padre en Kingsmarkham, se vio obligada a volver a su verdadero papel de mujer. ¡Oh!, sí, y en otra ocasión. No me extraña que la gente dijera que ella era feliz en Londres y desgraciada en el campo. Para ella, tener que vestir de mujer equivalía a lo que para un hombre supone ir disfrazado de tal.

»Pero lo resolvió utilizando su antigua forma de ser, vistiendo con colorido, utilizando mucho maquillaje, pintándose las uñas, que tampoco debía dejar crecer mucho. Para estas visitas se puso ropa interior femenina y zapatos de tacón de aguja. Si lo piensan un poco, verán que ella podía comprarse un vestido de mujer a ojo, sin necesidad de probárselo; pero nunca un par de zapatos.

– Pero usted ha dicho -intervino Griswold-, que hubo otras ocasiones en las que volvió a ir de mujer.

– He dicho que hubo una, señor. Podría engañar a sus amigos y conocidos, puesto que ellos no la someterían a un examen físico. Había sido paciente del viejo doctor Castle, de Kingsmarkham, aunque me imagino que, como mujer fuerte y sana que era, raramente necesitaba de su atención médica. El año pasado, sin embargo, el doctor murió, y cuando ella sospechó que tenía apendicitis, tuvo que acudir a uno nuevo. Incluso el más superficial examen habría revelado que no era un hombre, así que de mala gana tuvo que volver a su sexo original para visitar al doctor Lomond, dándole un nombre verdadero y una dirección que se inventó mientras iba hacia allá. De ahí vino la confusión que sufrimos con la señora Farriner.

»De esto hace ya un año. Para entonces Rhoda había conocido a Polly Flinders, y ésta se había enamorado de ella.

23

– Todo apunta a que Rhoda Comfrey conocía los sentimientos de la chica -prosiguió Wexford- y que los animó hasta cierto punto. La dejó trabajar como secretaria en vez de como mecanógrafa ocasional, le pedía que la acompañase a tomar vinos por los bares, la llevaba a casa si se quedaban en Elm Green hasta tarde y le escribía postales traviesas. Lo que no hizo, supongo que porque debió de sentir que no era erótico, aunque yo creo que de todas formas no quería hacerlo, fue mostrarle la menor señal de afecto.

– Da igual, de todos modos fue algo cruel e injustificable -sentenció Burden.

– Yo lo veo como algo natural -replicó Wexford con tono de duda-. Es más, considero que era muy humano. Después de todo, mírelo desde el punto de vista de Rhoda. Cuando tenía veinticinco años no había sido ni remotamente atractiva. ¿No debió de sentirse enormemente satisfecha al ver que a los cincuenta años había enamorado a una persona de veinticinco? Era quizá una pobre y obtusa criatura, pero era joven, y se había enamorado de ella. Debió de pensar: «Una persona poco favorecida, pero mía.» ¿Quién más la había querido? Su madre, hacía ya mucho tiempo. ¿La señora Parker? Pero el de ahora era una clase de amor muy distinto, de los que uno tiene una sola vez en la vida.

Griswold comenzó a impacientarse.

– De acuerdo, Reg, de acuerdo. Vaya a los hechos. Recuerde que es policía, no psiquiatra.

– Bien, para ir a los hechos he de remontarme un mes, aproximadamente. Rhoda estaba planeando ir de vacaciones, pero su padre acababa de tener un ataque. Esto no entorpecería sus planes, naturalmente, pero tal vez pensó que antes debía visitar al viejo y tantear el terreno.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Quiero decir que si él estaba verdaderamente grave, ella habría supuesto que su temor más grande, que algún día tuviera que encargarse de él, carecía de fundamento, y se podría ir a Francia más tranquila. Pero tenía que ir a averiguarlo, aunque eso significase posponer sus vacaciones un día o dos. De todos modos, no significaba un gran inconveniente para ella. Telefoneó a su tía para decirle que iría, y Polly Flinders estaba en el apartamento, aunque no permaneció en la habitación todo el tiempo.

»Polly ya sabía que Grenville West había desaparecido una o dos veces misteriosamente en fines de semana. Podemos suponer que a Rhoda le gustaba mantener esto en secreto, podemos incluso presumir que disfrutaba provocando los celos de Polly Flinders. Probablemente, ese viernes por la tarde Polly se había puesto pesada, tal vez porque quería que West se la llevara de vacaciones con él, y Rhoda descargó su enojo llamando a Lilian Crown «cariño». Polly lo oyó, como Rhoda había planeado, y creyó que West se veía con otra mujer que vivía en el campo. Le hizo preguntas, sin duda, pero Rhoda debió de contestarle que no era asunto suyo, de manera que decidió ir a Stowerton el lunes y descubrir por sí misma lo que ocurría allí.

Burden lo interrumpió:

– ¿Por qué Rhoda,… o West,… o como quiera que la llamemos, no fue ese mismo día a Kingsmarkham? Así no habría tenido necesidad de posponer sus vacaciones. ¿Cómo encaja el hotel Trieste en todo esto?