No creía que tuviera que justificar sus acciones, pero algo en la mirada de esa mujer le recordó a cuando era un niño. No podía soportar decepcionarla.
En un segundo, decidió contarle la verdad.
– Emma sabe por qué me caso con ella.
– ¿Sabe que es por los hoteles? -repuso la mujer, sorprendida.
Alex asintió.
– Así es. Le he ofrecido solucionar su situación financiera y ha aceptado. Ahora, si me perdona, tengo una importante reunión de negocios.
Se quitó la camiseta y las sandalias y fue hacia la piscina. Ella lo seguía de cerca.
– ¿Un matrimonio de conveniencia, señor Garrison?
– Sí, señora Nash. Un matrimonio de conveniencia.
– Bueno, los dos sabemos adónde lleva eso.
– A un incremento de nuestros bienes capitales y de los beneficios netos.
– A la miseria y a una muerte fría y solitaria.
Alex se quedó parado y se colocó al borde de la piscina, mirando el agua cristalina.
– Yo no soy como mi padre.
– Se parece más a él de lo quiere admitir.
– No me parezco. Sé lo que estoy haciendo, señora Nash.
– Con todo respeto, señor Garrison, no tiene ni idea.
Su comentario era de todo menos respetuoso, pero se mordió los labios para no contestar. Respiro profundamente y saltó al agua.
Capítulo 5
Pasaban tres minutos de las ocho cuando Alex consiguió por fin aparcar y entrar en el vestíbulo de las oficinas de Dream Lodge. Era una sala elegante y espaciosa, con mucha clase. Clive Murdoch era el principal competidor de Alex.
Miró el directorio que había al lado de los ascensores. El despacho principal era el número treinta y ocho.
Se metió en el ascensor con su elegante traje y su maletín. Al llegar a la última planta, salió y se presentó a la recepcionista. Esperaba que pudiera ver a Murdoch a pesar de no tener una cita con él.
– Voy a ver si puede recibirlo, señor Garrison -le dijo la joven secretaria con una sonrisa.
– ¿Alex? -lo llamó una voz femenina que consiguió estremecerlo.
Se recuperó casi inmediatamente de la sorpresa y se giró para encontrarse cara a cara con Emma. Se acercó a ella.
– Emma, veo que has llegado a tiempo.
– ¿Qué estás…?
– Me preocupaba que fueras a llegar tarde, cariño -la interrumpió mientras le besaba la frente y pensaba en un plan alternativo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó ella.
– ¿Y tú? -repuso Alex-. Y, ¿por qué no llevas el anillo?
– Tengo una cita.
– Eso he oído -mintió él.
– ¿Cómo lo sabías?
– No hay secretos en el negocio hotelero -repuso.
– Eso no es verdad.
– Claro que sí -la contradijo él, frunciendo el ceño-. No puedo creer que hayas quedado con Murdoch sin decírmelo.
No podía creerse que hubiera accedido a ver a Murdoch en su propio terreno.
– Estamos hablando de la que todavía es mi empresa.
– Y yo casi formo parte de ella. ¿Dónde está tu anillo?
Ella ocultó su mano izquierda tras la espalda.
– Aún no hemos firmado nada.
– Dijiste que si delante de unas quinientas personas.
– Ya hablaremos después de eso -repuso ella con irritación.
Su tono no le molestaba, todo lo contrario, le gustaba verla así, llena de fuerza y energía.
– Muy bien, pero ahora mismo tenemos una reunión.
– Yo tengo una reunión.
– Querida, desde anoche no tendrás ninguna reunión en la que no esté yo -le dijo él con frialdad.
– Pero…
Alex consiguió que se callara con un rápido beso en sus suaves labios. La había pillado por sorpresa y aprovechó el momento.
– No te preocupes por eso, recogeremos el anillo después de comer -le dijo en voz alta para que la secretaria lo oyera.
– Te voy a matar -susurró ella.
– Más tarde -repuso él-. Después de que me regañes por mi forma de pedirte en matrimonio. ¿Nos puede recibir ya el señor Murdoch? -le preguntó a la secretaria mientras tomaba la mano de Emma entre las suyas.
Emma no podía creerse que Alex se hubiera colado en su reunión. Era increíble que la hubiera encontrado. Se sintió como una estúpida al entrar en el despacho detrás de Alex.
Murdoch la había llamado la semana anterior para contarle que había estado en tratos con su padre antes de que falleciera y para preguntarle si ella iba a ocupar el puesto de su padre en las negociaciones. Ella le había dicho que sí, que ella era ahora la que tomaba las decisiones, la cabeza de la compañía. Y ahora tenía que presentarse en su despacho acompañada por Alex.
– Clive -le saludó él, adelantándose.
– Alex -repuso Murdoch, asintiendo-. ¿Señorita McKinley? -añadió, mirando a Emma.
– Y futura señora Garrison -añadió Alex.
Emma lo fulminó con la mirada.
– Ya, ya me he enterado.
Alex apartó una silla de la mesa de conferencias para que se sentara ella. Pensó en declinar su oferta, pero él la miraba con dureza.
– Si estoy aquí, es porque concertó una cita con la que es mi prometida -explicó él.
– ¡Alex! -exclamó Emma.
– Concertamos esta reunión la semana pasada -repuso Clive.
– Bueno, las cosas han cambiado bastante desde la semana pasada.
– Señor Murdoch -comenzó ella, intentando calmar las cosas-. Estamos aquí para escucharlo.
– No, estamos aquí para dejarle clara nuestra posición -le corrigió Alex.
– Ni siquiera sabe… -intervino ella, mirando a Alex con odio.
– Los bienes de la cadena McKinley no están a la venta. Ni ahora ni nunca. Ninguno de los hoteles.
Emma no entendía por qué hablaba de vender, Murdoch no le había hablado de que quisiera comprar nada.
– Ni siquiera habéis oído mi oferta -dijo Clive sin parecer sorprendido.
Ella se quedó helada. No sabía cómo Alex se había enterado de que se trataba de una venta. Ella no había sabido nada hasta ese instante.
– No necesitamos oír su oferta -dijo Alex, alargando la mano hacia Emma-. De hecho, no hay ninguna razón para que estemos aquí.
Emma miró de un hombre a otro. Sabía que se había perdido algo de lo que pasaba. No sabía qué era lo que Clive quería comprar ni por qué Alex no quería ni considerarlo.
– ¿Puede alguien, por favor…?
– Yo soy su hombre -dijo Alex, dejando su tarjeta sobre la mesa-. Si cree que tiene alguna otra propuesta sobre los hoteles McKinley, me llama a mí.
Clive ni siquiera tocó la tarjeta.
– Si salís por esa puerta, la oferta se retira.
Alex se encogió de hombros, y ella pensó que a lo mejor estaban negociando. Se preguntó si sería así cómo se hacían normalmente las cosas.
– La oferta estaba muy por encima del precio de mercado -comentó Clive.
– Era una miseria, y los dos lo sabemos.
Emma estaba atónita, ella nunca habría tenido el coraje de hablar así. Le gustaría saber de qué estaban hablando, pero le pareció que lo mejor era seguirles la corriente. Tomó la mano de Alex y salieron del despacho.
– ¿Y ahora qué? -preguntó ella mientras esperaban el ascensor.
– Ahora quiero presentarte a alguien.
Emma miró por encima de su hombro.
– Pero ¿no va a seguirnos?
– No creo.
– Pero…
Las puertas del ascensor se abrieron.
– Creí que iba a salir detrás de nosotros y mejorar su oferta.
– No ha hecho ninguna oferta.
– Pero iba a hacerlo.
– Sí, así es.
No podía creérselo.
– ¿Hemos salido de su despacho sin saber en qué consistía su oferta?
No entendía esa manera de hacer negocios.
– Pero a lo mejor era…