– Si van a hacer esto… Y quiero decir, para que quede claro, que estoy totalmente en contra. Si van a hacerlo, tendrán que hacerlo bien, por el bien de la familia.
– Podemos hacerlo bien sin usar el vestido de Amelia -dijo Alex.
– Bueno, no podemos usar el de Cassandra, ni el de Rosalind.
– Yo estaba pensando en un Versace o un Armani -comentó Alex.
– ¿Nuevo? -preguntó horrorizada la señora Nash.
– ¿Qué les pasa a los vestidos de Cassandra y Rosalind?
– Rosalind murió muy joven, querida.
– ¡Oh! Lo siento…
– Fue en mil novecientos cuarenta y dos, Emma -le dijo Alex.
– En cuanto a Cassandra, fue muy infeliz. Y ya tienen bastantes problemas sin que haya que añadir un vestido con mal karma.
– Es una oferta muy generosa -dijo Emma-. Pero seguro que puedo encontrar algo en la Quinta…
– ¿Quieren que la gente piense que se casan por amor?
– Sí.
– Entonces, si quieren que forme parte de esta farsa, tendrán que aceptar mis consejos. Un Garrinson nunca compraría un vestido de novia en una tienda. Ahora, deje que mire el anillo.
Alex miró de manera acusatoria a Emma. Ella se sentía muy culpable.
– Bueno… Me lo he dejado en casa.
– Ya… No pasa nada, de todas formas, creo que lo más adecuado es usar el diamante Tudor.
Emma no tenía ni idea de lo que hablaba, pero parecía muy valioso.
– No quiero ninguna reliquia de familia.
– Claro que sí.
– No, de verdad…
Alex le rodeó los hombros con el brazo.
– La señora Nash tiene razón, Emma.
Ella se zafó. Odiaba su cuerpo por reaccionar como lo hacía cada vez que él la tocaba. Era de lo más fastidioso y no le encontraba ningún sentido.
No podía negar que era un hombre fuerte, sexy y atractivo. También era listo y rico. A veces le parecía que hacía aquello por el bien de ella. Le gustaba el lado tierno que tenía muy bien escondido y su sentido del humor.
– Tienes que guardar esas joyas para tu novia de verdad -insistió Emma.
– Bueno, ésa eres tú -repuso la señora Nash-. Tú eres su novia de verdad.
– No, yo no… -comenzó ella, mirando a Alex para que la apoyara.
El se encogió de hombros. Le abrumaba la idea de aceptar una joya de familia.
– Tenemos que organizarnos -le dijo ella.
Necesitaba hacer una lista y decidir con él cómo seria el acuerdo prenupcial, cómo seria la ceremonia, dónde iban a vivir y todo lo demás. Necesitaba sentir que lo tenía todo bajo control.
– Así es -repuso la señora Nash-. Y empezaremos con el diamante Tudor. Está en la caja fuerte del dormitorio Wiltshire. ¿Recuerda la combinación, Alex?
– Sí, la recuerdo -repuso él con impaciencia.
– Bueno, allí no guardamos el licor, así que no tenía por qué suponer que iba a acordarse.
– Tenía que haberla despedido hace años -le dijo a Emma.
Ella se sentía como una intrusa.
– Estoy segura de que el anillo no es para…
– Puede mirar el resto de la colección cuando abran la caja -sugirió la señora Nash-. Nada expresa tanto el compromiso como las esmeraldas.
Alex asintió y se dirigió a Emma.
– ¿Subimos?
Pero ella no estaba dispuesta a dejarse llevar. Tenían que organizarse y calmarse un poco.
– Tenemos que hablar -le dijo ella con energía.
– Podemos hacerlo en el dormitorio Wiltshire.
Capítulo 6
– Tienes que incluir esto en el acuerdo prenupcial -le dijo ella.
Había renunciado a hacerle entender que no quería nada de eso. Se sentó en la gran cama con dosel y se distrajo poniendo una gargantilla de rubíes y diamantes sobre su brazo. Las joyas destacaban mucho sobre su pálida piel. Eran una maravilla.
Katie y ella habían crecido sin problemas económicos gracias a la empresa familiar, pero siempre había sido una compañía más o menos pequeña y habían pasado momento más duros. No tenía nada que ver con la riqueza de los Garrison. Alex sacó un collar de esmeraldas que parecía muy antiguo y valioso. La caja fuerte estaba llena de cajas de piel y terciopelo. Estaba segura de que escondía una fortuna en joyas.
– ¿Para favorecerme a mí o a ti?
– ¿Puedo elegir? Porque una chica como yo podría encariñarse con alguna de estas joyas…
Ya habían sacado un colgante de zafiros, vanas pulseras de brillantes e incluso una tiara que podía pertenecer a cualquier museo histórico.
Aun así, la gargantilla era la pieza favorita de Emma.
– Me temo que sólo puedo prestártelas -repuso él, sonriendo y acercándose a ella-. Pero aceptaremos muchas invitaciones a fiestas, así que podrás lucirlas.
– Sólo si voy con un guardaespaldas.
– No necesitas un guardaespaldas me tienes a mí.
Emma no pudo evitar sonreír.
– Muy bien, pero sólo si llevas contigo el sable de tu tatarabuelo Hamilton.
– ¿No crees que eso va a atraer demasiado la atención?
– Creí que eso era lo que más querías, atraer la atención.
– Ahí me has dado…
– Yo, en cambio, intento llevar este compromiso de la manera más discreta posible -repuso ella mientras se colocaba la gargantilla sobre el pecho.
– Deja que te ayude -le dijo Alex, haciendo que se girara para poder abrocharle la gargantilla.
– Gracias -susurró Emma.
Durante unos segundos, se permitió el lujo de disfrutar de la caricia de sus dedos al ajustarle la joya. Podía sentir el aliento de Alex sobre su cuello.
Le colocó las manos sobre los hombros y la giró para que se viera reflejada en el espejo de la cómoda.
– Mírate.
Emma se llevó la mano al cuello. La gargantilla refulgía y resaltaba el brillo de dos docenas de preciosas gemas. Se acercó más a la cómoda para verse mejor.
– Deslumbrante -dijo ella.
– Deslumbrante -repitió él en voz baja y ronca.
Emma levantó la vista y sus ojos se encontraron en el espejo. La mirada de Alex se había oscurecido y sus ojos grises parecían negros y brillantes como la pizarra.
Él miró su cuello y apartó unos cuantos mechones de pelo.
Después se inclinó sobre ella.
Sabía que tenía que detenerlo, debía hacerlo, pero su cuerpo ya estaba esperando la sensación de sus labios en la piel. El deseo creció dentro de ella y se encontró esperando que sucediera.
La besó en la curva del cuello, apartando la gargantilla con la boca. Emma tuvo que sujetarse al borde de la cómoda para ayudar a sus temblorosas rodillas.
El se separó y la besó de nuevo, esa vez dibujando un círculo con su lengua que hizo que se estremeciera todo su cuerpo. Después fue hasta el otro lado de su cuello y la besó allí con fuerza, envolviéndola en su mágico hechizo.
Siguió besándola y subiendo del cuello a la mandíbula y a las mejillas. Deslizó las manos en su pelo y le giró la cara para besarla de lleno en la boca.
Cuando sus labios se encontraron, la pasión se desató en su interior. Soltó la cómoda y se agarró a su brazo, sintiendo sus músculos y perdiéndose en su abrazo.
Alex tenía una mano en su barbilla y la otra acariciando su espalda, bajando hasta la cintura para atraerla más cerca de sus muslos.
El abrió la boca y ella respondió con hambriento deseo. La lengua de Alex la invitaba a deshacerse entre sus brazos, a explorar nuevas sensaciones. Inconscientemente, Emma arqueó la espalda, acercándose más a él y dejando que su pelvis, sus pechos y sus muslos se aplastaran contra el cuerpo de Alex.
El mundo real desapareció a su alrededor y sólo podía pensar en él.
– Emma… -gimió él con voz temblorosa.
Él deslizó la mano hasta su trasero, acariciándolo y atrayéndolo hacia su cuerpo. Podía sentir toda la fuerza de su excitación. Y esa sensación saltó por todo su ser como una corriente eléctrica.