– No hablo de legalidad, sino de moralidad.
– ¿Por qué iba a ser inmoral que llevaras este anillo? -preguntó él, frustrado.
– Porque estaría faltando al respeto a todas las novias que lo llevaron antes que yo.
– ¿De verdad crees que eres la primera que se casa con un Garrison por dinero?
Emma no creía que estuviera casándose por dinero, al menos no cómo él insinuaba, sólo era parte de un trato comercial para salvar su empresa. Era beneficioso para los dos.
– Es tradición familiar desde hace muchísimos años. Incluso mi padre… -dijo él, interrumpiéndose-. Dame la mano, Emma.
Ella intentó apartarse, pero él le agarró la muñeca.
– No quiero…
Pero él se lo colocó. Le quedaba perfecto, como si hubiera sido hecho a su medida.
– Ahora ya formas parte de la tradición de la familia -le dijo él-. Ahora estamos comprometidos de verdad.
Alex tenía la fortuna heredada de su tatarabuelo Hamilton. Su primo Nathaniel, sin embargo, había heredado la vida de su antepasado. Era el segundo hijo del actual conde de Kessex y había tenido que buscarse la vida por su lado como lo hiciera el almirante Hamilton.
Nathaniel había fundado la empresa de cruceros Kessex. Después, se hizo armador de barcos y su fortuna creció exponencialmente. Además del dinero, tenía poder y mucha información importante.
El había sido el que le había proporcionado a Alex toda la información que necesitaba sobre la cadena de hoteles Dream Lodge. Se había quedado un par de días más en Nueva York antes de volver a Londres. Alex sabía que debía de tener algo más de información para él.
Los dos primos, junto con Ryan, esperaron a que saliera la secretaria del despacho de Alex para comenzar a hablar.
– ¿Qué es lo que pasa?
– ¿Conoces a David Cranston?
– Hablas del novio de Katie McKinley? Sí, claro que lo conozco.
– Estoy investigándolo.
– ¿Por qué?
– Aún no lo sé, pero me da mala espina. ¿Sabías que la empresa McKinley acaba de contratarle?
– ¿En serio? ¿Para que se encargue de qué?
– Marketing exterior y proyectos especiales.
– ¿Proyectos especiales? -repitió Ryan con incredulidad.
– Patético, ¿verdad?
– ¿Qué experiencia tiene?
No entendía por qué Emma habría hecho algo así.
– Era directivo en Leon Gage Consulting, pero nunca destacó.
– ¿Lo echaron?
– No, se fue él -les dijo Nathaniel.
– Entonces, ¿McKinley fue tras él?
– Sí, le ofrecieron mejor salario.
– ¡Menudo vago! -exclamó Ryan-. Acepta un trabajo cómodo en la empresa de su novia…
A Alex le irritaba la idea de que la cadena McKinley mantuviera a un ejecutivo sin talento, sobre todo si lo habían hecho por ser el novio de Katie. Pero decidió no meterse en ese asunto.
– Eso es todo lo que quería contarte -le dijo Nathaniel, poniéndose de pie.
– Es algo que te ofende por su falta de ética, ¿no? -contestó Alex.
– No me gusta la gente que se aprovecha de la situación. Deberías hablar con la tal Katie y decirle que lo plante.
– Sí, claro, como que va a hacerlo -repuso Alex, riendo.
– Tiene un gusto pésimo con los hombres.
– Pero también tiene cincuenta hectáreas en primera línea de playa en la isla de Kayven. Puede casarse con quien quiera. Por cierto, ¿qué tal va ese proyecto?
– Tuvimos un pequeño problema con el sindicato, pero está solucionado. ¿Qué tal llevas tú tu parte del trato?
– Muy bien.
Emma llevaba su anillo en el dedo y tres importantes periódicos hablaban del evento.
– Bueno, caballeros, entonces os dejo.
– Gracias por la información privilegiada.
– De nada. Hasta la próxima.
– Que tengas buen viaje -le dijo Ryan.
El miércoles por la noche, Katie vio el anillo de su hermana.
– ¡Es fabuloso!
– Ya lo sé -repuso Emma.
– ¿Y es un conde de verdad?
– El título está en su familia desde hace cuatro generaciones.
– ¿Y te ha dado esta reliquia?
– No te pongas tan contenta -repuso Emma, sentándose de nuevo en el sofá-. Sólo es un préstamo. Además, tiene una historia bastante dudosa.
– Cuéntame.
– Todas las novias de la familia se casaron por dinero con este anillo.
– ¿Eso es todo?
– Eso es todo.
– Pensé que me ibas a contar una historia sobre sexo, escándalos y asesinatos.
– Lo siento. Nada de asesinatos. Aunque la señora Nash, el ama de llaves, creo que sería capaz de matar.
No podía creérselo.
– ¡Vaya! ¿La has disgustado de alguna forma?
– Yo no, pero Philippe debería tener cuidado. Sabía que ella también debería tener cuidado, pero con Alex, no con su ama de llaves. No podía quitárselo de la cabeza.
– ¿Qué ha pasado en la oficina? -dijo, cambiando de tema-. ¿Me he perdido algo?
– He conseguido que David venga a trabajar para nosotras.
– ¿Tu David? Pero ¿no trabaja para Leon Gage Consulting?
– Le convencí para que lo dejara.
A Emma no le gustaba nada lo que estaba oyendo.
– ¿Por qué?
– Porque lo necesitamos.
Sabía que Katie lo quería, pero no estaba segura de que fuera buena idea que trabajaran juntos. Además, le hubiera gustado que Katie se lo consultara.
– Bueno, ¿les pediste al menos a los de recursos humanos que te ayudaran?
– ¿Para qué? ¿Puedo casarme con él, pero no puedo contratarlo?
– Katie…
– ¡Emma!
Se calló, no quería discutir, pero tenía miedo de que David no valiera para el puesto encomendado. Las cosas se complicarían mucho entonces.
– ¿Qué es lo que va a hacer?
Katie tardó en contestar.
– Será el vicepresidente de proyectos especiales en el extranjero.
– Ya…
– Tiene muchos contactos en Europa y también en el Caribe.
Emma asintió.
– Intentará conseguir grupos grandes y convenciones.
– ¿No crees que puede ser un problema que estéis tanto tiempo juntos?
Quería que Katie fuese feliz, pero algo en toda esa situación le inquietaba.
– Bueno, tú y Alex también trabajaréis juntos.
– Pero Alex y yo no…
– Vais a casaros.
– Iba a decir que no estamos enamorados.
– ¿Y qué? Como David y yo sí lo estamos nos será más fácil trabajar juntos. Deberías preocuparte por cómo vas a trabajar con Alex al lado, no por nosotros dos.
Y le preocupaba de verdad. Alex y ella no podían estar juntos sin discutir o sin que pasara algo aún peor.
Capítulo 7
Emma se preparó para la entrada de Alex. Se arregló el traje y respiró profundamente, sabía que su presencia podía despertar muchas emociones.
Decidió que no se movería de su lado de la mesa, eso les daría distancia profesional. No iba a tocarlo, olerlo ni mirarlo directamente a los ojos. También se prometió dejar de tocar el anillo mientras estuviera en su despacho.
Se abrió la puerta de roble y entró él.
– Hola, cariño -dijo en voz alta para que lo oyera la secretaria.
– ¿En qué puedo ayudarte? -preguntó ella en cuanto Alex cerró la puerta.
No habían quedado para verse, aunque Emma sabía que había muchos asuntos que tenían que tratar.
– Te he traído un regalo.
Ella rezó para que no se tratase de ninguna joya. Pero Alex dejó un sobre encima de la mesa.
– Nuestro acuerdo prematrimonial -anunció.
– ¿Lo has escrito sin consultarme?
– Confia en mí.
– ¡Ya! -replicó ella.
Era una única hoja, ya firmada frente a un notario. Alex se quedaría con la mitad de McKinley tras su boda. Si alguno de los dos se divorciaba antes de que pasaran dos años, el otro se quedaría con un diez por ciento de sus propiedades.