Emma levantó la vista y sonrió. No tenía ninguna queja. No iba a poder tener ninguna relación durante dos años, pero eso ya lo esperaba. El acuerdo le favorecía más a ella que a él.
– ¿Y cuánto vales exactamente?
– Menos que Nathaniel y más que tú.
– ¿Quién es Nathaniel?
– Mi primo. Será el padrino de la boda.
– Ya has firmado.
– Así es.
– Entonces, no tienes planes para divorciarte de mí, ¿verdad?
– De ninguna manera.
Emma descolgó el teléfono para hablar con Jenny, la secretaria.
– ¿Puedes traer a alguien del departamento legal? Gracias. Tendremos que esperar cinco minutos -le dijo a Alex en cuanto colgó.
– Muy bien -repuso él, asintiendo-. He oído que habéis contratado a David Cranston.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ya te dije que en este negocio no hay secretos.
– Katie lo ha contratado.
Se arrepintió al instante de haber confesado.
– ¿Sin comentártelo antes?
Emma vaciló un segundo.
– No, ya lo habíamos hablado.
– Estás mintiendo.
– No. ¿Cómo te atreves a…?
Pero se quedó callada. El le miró a los ojos.
– Te lo dijo después de hacerlo, ¿verdad?
– Sí, pero no la hubiera detenido aunque me lo hubiera comentado antes.
– Pero no te gusta lo que ha hecho.
Emma se puso de pie.
– No -admitió-. Pero es su relación y su decisión. Además, no es asunto tuyo.
– Sí que lo es -repuso, poniéndose también en pie.
– ¿Vas a controlar a los empleados de Katie?
– ¿Trabaja directamente para ella?
– ¡Alex!
El se acercó a Emma.
– Entre tú y yo…
– Ni siquiera sabes lo que iba a decir.
– Sí que lo sé -le dijo mientras le pinchaba el torso con el dedo índice-. Y no pienses que voy a aliarme contigo para ir en contra de mi hermana. Esta empresa no funciona así y no me importa quién eres.
El le sujetó la mano.
– Es una mala decisión.
– Es su decisión.
– ¿Y vas a quedarte parada sin intervenir?
– Sí. Y tú también.
El se acercó un poco más.
– Yo que tú no me diría lo que tengo que hacer o dejar de hacer.
Emma se quedó callada. No podía forzarlo a hacer nada, ni tampoco él a ella. No sonrió, pero se acercó más a él y de repente se dio cuenta de que él le sujetaba la mano. Sintió la calidez de su piel recorrerle el cuerpo como si fuera una corriente eléctrica. El deseo y la pasión reprimidos volvieron de repente a la vida.
– Vamos a tener que hacer algo con esto -le dijo él en voz baja.
– ¿Hablas de Katie? -preguntó ella, esperanzada.
– Hablo del deseo primitivo que despertamos el uno en el otro.
– No es verdad -mintió ella.
– ¿Quieres que te lo demuestre?
Ella intentó apartarse, pero él no le soltó la mano.
– Tienes que dejar de mentirme, ¿de acuerdo? -le dijo él, sonriendo.
– Y tú tienes que tratarme con más educación.
– ¿Sí? ¿Qué te parece esto? ¿Harías el favor de acompañarme a una fiesta hawaiana?
– ¿Una fiesta hawaiana?
– La empresa de cruceros Kessex va a inaugurar un nuevo barco que se especializa en viajes a esas islas. Nos han invitado a la fiesta, y pensé que podrías llevar la gargantilla de diamantes y rubíes.
Emma ya había aceptado la idea de que tendría que salir con él en público. Era parte del acuerdo. Además, empezaba a darse cuenta de que era más seguro estar con él en público que en privado. En público podía hablar, reír y tocarlo sin examinar las razones, todo era parte de una actuación. Cuando lo hacía en privado se daba cuenta de que ese hombre empezaba a gustarle. Hasta le divertía discutir con él.
Por otro lado, confiaba en él. A lo mejor no era lo más inteligente, pero tenía que confiar en alguien.
– ¿Crees que esa gargantilla va a ir bien con un vestido de estampado tropical?
– ¿Quieres tener buen aspecto o hacer feliz a tu futuro marido?
– ¿No puedo hacer las dos cosas a la vez?
– En este caso, no.
Se quedaron mirando largo rato.
– ¿Y bien?
Ella inclinó la cabeza a un lado antes de hablar.
– ¿No te arrepientes a veces de no haber elegido a la guapa?
– Cuidado con lo que dices.
– ¿Cuidado con qué?
Creía que era una verdad objetiva, Katie era la más guapa de las dos.
– Métete conmigo y haré que admitas que te excito.
– ¿Cómo vas a…?
Vio la mirada en los ojos de Alex y se echó atrás.
– Olvídalo -repuso ella, respirando profundamente-. Vivo para hacer feliz a mi marido -añadió con edulcorada suavidad.
El sonrió y le apartó el pelo de la cara.
– Así me gusta, no es tan dificil. Te recojo el viernes a las siete. Traeré la gargantilla.
Mientras subían las escalerillas hasta el barco, Alex intentó calmarse. No le extrañó que Emma estuviera preciosa con su vestido hawaiano rojo. Tampoco le sorprendió que la gargantilla resultara tan deslumbrante contra la suave y cremosa piel de su garganta. Hasta se había acostumbrado a la sensación que sentía en el estómago cada vez que estaba a su lado.
Lo que le había dejado atónito era darse cuenta de que quería tenerla para él solo toda la noche.
Esa noche iban a pasear su amor frente a la prensa, consolidando su relación y estableciendo lazos con otros peces gordos de la industria del turismo. Pero nada de eso le importaba. Una orquesta tocaba al lado de la piscina, y sólo podía pensar en bailar con ella allí bajo las estrellas.
Sabía que Emma odiaba todo aquello, pero lo estaba haciendo de todas formas. Estaba cumpliendo su parte del trato. Seguramente lo odiaba, pero no dejaba de mirarlo sonriente mientras andaban de la mano y posaban frente a innumerables fotógrafos.
Hasta ese instante, no se había dado cuenta de hasta que punto estaba sacrificándose ella. Por supuesto, era por el bien de la empresa y los trabajos de su hermana y el resto de los empleados, pero todo recaía sobre los hombros de Emma.
Se había quejado, pero siempre argumentando otras opciones que podían ser mejores. Al no encontrarlas, gracias a las artimañas de Alex, ella había aceptado la única solución.
Admiraba lo que había hecho. La admiraba a ella.
Fueron hacia los ascensores de cristal.
– ¿Lista para subir? -le susurró al oído mientras aspiraba el aroma de su champú y se fijaba en los pendientes de rubí que le colgaban de las orejas.
Apretó con más fuerza su mano, dejando que el anillo de pedida se le clavara en la palma.
– ¿Crees que ya nos han hecho suficientes fotos? -preguntó ella.
– Por supuesto. Además, habrá más fotógrafos en la cubierta.
– Bueno, vamos entonces.
– Estás siendo de lo más simpática y razonable esta noche.
Ella sonrió mientras saludaba con la mano a unas mujeres.
– Eso es porque vivo para hacerte feliz.
– No, en serio. Estás… -repuso él, pensando en adjetivos-. Resplandeciente.
– Es por lo rubíes.
Aprovechó la ocasión para acariciar su pulsera.
– Te quedan muy bien, pero no me refería a eso. Entraron en el ascensor. Estaban solos.
– Entonces, será por el champán -repuso ella, agarrando la barra y apoyando la espalda en la pared de cristal.
La postura hizo que la tela del vestido se ajustara más a su pecho. A Alex no se le pasó por alto. Era un traje sin tirantes, con un lazo ajustando la cintura y la tela acariciando sus caderas. La falda llegaba casi hasta las rodillas.
Todas las mujeres llevaban vestidos tropicales, y los hombres, pantalones claros y camisas hawaianas. A Alex no le gustaban las palmeras y había preferido una camisa beige.
Desde su brillante pelo hasta sus pintadas uñas de los pies, Emma parecía una diosa pagana.