– ¿Has bebido demasiado?
A lo mejor eso explicaba lo relajada que parecía. Ella se acercó, recorrió su torso con los dedos y le agarró las solapas de la camisa.
– Estoy actuando, Alex. Es para eso para lo que me pagas, ¿no?
El se inclinó ligeramente.
– Bueno, eres muy buena.
Ella sonrió.
– Casi demasiado buena -agregó Alex. Las puertas del ascensor se abrieron.
– ¿Qué quieres decir con…?
– Bailemos.
No esperó a que ella le contestara y la rodeó por la cintura, uniéndose a otras parejas bajo las estrellas.
Bailaron al compás. Emma estaba al principio algo tensa, pero pronto comenzaron a bailar al unísono. Ella era del tamaño, forma y altura precisos para ser una compañera perfecta.
Dejó de pensar en el baile para irse a otros terrenos, de índole sexual. Sabía que todo podía ser perfecto entre ellos, pero sólo en la cama, porque sabía que la vida con ella sería muy complicada, desde que se levantara cada mañana hasta que se acostara por la noche. Solo.
Porque su matrimonio sólo era de conveniencia. Por primera vez, pensó en la señora Nash y que a lo mejor tenía razón. No le atraía la idea de una muerte fría solitaria.
Tampoco le atraía la idea de una cama fría y solitaria. De hecho, no quería ni pensar en una cama en la que no estuviera Emma.
Pero eso era imposible, a pesar de que en ese instante estaba entre sus brazos.
Cerró los ojos y la abrazó con más fuerza, colocando la cabeza en el hueco de su cuello e inhalando el aroma de su piel. Sintió el flas de una cámara dispararse. Y, a pesar de que eso era exactamente lo que quería, maldijo la intrusión.
Bailó con Emma hasta llevarla a una parte más tranquila y oscura de la cubierta. Ella levantó la cabeza y miró a las estrellas.
– ¿Un escenario romántico para los chicos de la prensa?
– Algo así -repuso él sin dejar de mirar la suave piel de su cuello.
Ella pensaba que estaban actuando, así que aprovechó la excusa. Se inclinó y le besó la clavícula, sintió cómo ella dejaba de respirar y lo intentó de nuevo, esa vez en uno de sus hombros. Deslizó sus labios hasta la oreja, mordisqueando el lóbulo.
Entrelazaron los dedos y él colocó la mano en la parte baja de su espalda, atrayéndola hacia él, buscando su boca.
Sus cuerpos se conocían ya a la perfección y no hubo dudas. Sus labios se encontraron y abrieron casi al instante. El juego de sus lenguas produjo una respuesta inmediata en la entrepierna de Alex.
Era una mala idea.
No, creía que era una idea genial en el sitio menos apropiado. Estaban apartados de la multitud, pero alguien podría verlos en cualquier momento en una postura comprometida.
Claro que aún no era del todo comprometida, sólo estaba besándola, pero era cuestión de minutos. Ella gemía con suavidad, y la mano de Alex seguía deslizándose hacia su trasero.
Se apartó de Emma.
Ella se quedó confundida, con los labios enrojecidos y los ojos nublados por la pasión.
– Quiero enseñarte algo -le susurró él.
La llevó de la mano por detrás de las tumbonas de la cubierta, entraron por una puerta y subieron unas escaleras hasta llegar a la puerta de una suite. El la abrió con una llave electrónica.
– ¿Qué es esto?
– Mi camarote.
Emma entró y miró los sofás, la mesa y el mueble bar.
– Pero aquí no hay periodistas -repuso ella, confusa. No podía creerlo. Entonces, ella había estado actuando todo el tiempo.
– El balcón -improvisó él, deprisa-. Desde allí se ve toda la fiesta.
Separó las cortinas. Tenía que olvidarse de su plan para seducirla. Abrió las puertas que daban al balcón. Desde allí se oían la música y las risas de la gente.
– No hay nada como una foto con zoom que parezca clandestina para convencer al mundo de que estamos enamorados -le dijo.
– Me asusta ver cómo tienes todo tan pensado.
– Y no sabes ni la mitad -murmuró sin que pudiera oírlo-. ¿Nos sentamos en una de las tumbonas?
– Claro -dijo ella, saliendo-. ¿Crees que podrán subirnos algo para beber?
– Por supuesto -repuso él mientras tomaba el teléfono para llamar a un camarero.
Emma se sentía mucho más segura en el balcón que dentro del camarote. Había pensado, y esperado, que se pasarían toda la noche rodeados de gente. No contaba con que Alex fuera a buscar tanto realismo. Sus besos la habían dejado temblando.
Pero tenía sentido, sabía que una pareja de enamorados no se pasaría toda la noche en la fiesta, sino que se escaparían para besarse furtivamente. Lo de la foto en el balcón era una idea inspirada.
Se sentó en la tumbona y se quitó los zapatos de tacón que le había prestado Katie; el vestido también era de su hermana. Emma tenía muchos trajes para el trabajo, pero poco más.
Alex llegó y le dejó un cóctel en la mesa de al lado.
– Un Wiki Waki helado.
– Te acabas de inventar eso -repuso ella, riendo.
– No, te lo juro, es lo que están sirviendo en la fiesta. Se llama así.
Tomó la copa y bebió. La combinación de frutas y licores era deliciosa. Alex se sentó a su lado.
– ¿Qué tomas tú?
– Vodka con hielo.
– Estás geográficamente mal situado.
Alex se tumbó y cerró los ojos.
– No se me da bien ser exótico.
– En cuanto te vi vestido así, supe que eras un fraude.
– ¿Te estás metiendo conmigo otra vez?
– No, simplemente me entretengo mientras posamos para los fotógrafos.
– ¿Cómo? Importunándome con juegos psicológicos?
– ¿Tienes miedo de que te gane?
– Tengo miedo de que te hagas daño intentándolo -dijo él, sentándose-. Pero, venga, ataca.
– ¿De verdad? ¿Puedo?
Ella sonrió y le vacío el contenido de su bebida en el regazo.
Alex se sentó de golpe, con un grito que casi atrajo la atención de los que bailaban abajo.
– Bueno, ya lo he hecho.
La idea le había parecido buena, pero empezaba a arrepentirse.
– No puedo creer que hayas hecho esto -repuso él mientras la bebida caía sobre sus muslos.
– Será mejor que hagas como que nos lo estamos pasando bien -sugirió, mirando a la pista de baile.
– ¡Te lo has buscado! -repuso él, sentándola encima de su regazo.
Ella no pudo evitar gritar cuando sintió el hielo en su trasero.
– ¡No! ¡Es el vestido de Katie!
Alex comenzó a hacerle cosquillas en las costillas.
– ¡No! ¡Para!
– ¿Cómo? ¿Que no pare?
– ¡No! ¡Que pares!
– Haz como que nos estamos divirtiendo -repitió él con sorna.
– No quiero.
Pero lo cierto era que no podía parar de reír.
– ¡Socorro! -gritó ella, intentando atraer la atención de la gente.
Pero la música estaba demasiado alta como para que la oyeran.
Alex se paró de repente, pero sólo para tomarla entre sus brazos y llevarla de nuevo dentro del camarote. La dejó en el suelo.
– ¿Qué es lo que te dije? -preguntó él con un brillo especial en la mirada.
– ¿Sobre qué? -repuso ella, dando un paso atrás. El se acercó más a ella.
– Sobre lo de no meterte conmigo, ¿recuerdas?
De repente se dio cuenta de lo que hablaba, y Emma anduvo hacia atrás hasta quedar contra la pared.
El se acercó y la atrapó entre el sofá y el mueble bar.
– ¡Sí! -dijo él, amenazante-. Ahora es una cuestión de orgullo.
– Pero ya te has vengado.
Su vestido estaba tan mojado como los pantalones de Alex.
– No es suficiente. Admite que te excito, Emma.
Sabía que debía decirlo, decirlo y dejar pasar ese momento. Sabía que si la besaba de nuevo admitiría cualquier cosa.
Pero negó con la cabeza. No podía evitar rendirse sin luchar antes. A lo mejor acababa admitiéndolo, pero él iba a tener que sufrir para conseguirlo.