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El se acercó más.

– Sabes que voy a hacerlo -le dijo con voz seductora.

Ella asintió.

– ¿Quieres que lo haga?

Emma se echó a temblar.

El alargó la mano y le acarició la mejilla, enredando después los dedos en su pelo.

– No tienes escapatoria -le dijo él.

– Creo que sí.

– Sabes que no.

Emma casi sonrió ante su amenaza. No entendía cómo no tenía miedo. El caso era que estaba deseando que la besara. Y no sólo esperaba sus besos, sino todo lo que tuviera que ofrecerle.

– Muy bien, Alex. ¿Qué es lo que vas hacer? -le dijo con confianza sin dejar de mirarlo a sus ojos grises.

Capítulo 8

Alex se quedó parado, mirándola.

– ¿Te estás acobardando? Porque eso es lo que me parece -le dijo Emma.

Ella intentó parecer calmada.

– ¿Eres de los que hablas más que actúas? Porque parece que…

El no la dejó terminar. La tomó entre sus brazos y besó con ardiente pasión. Emma sintió cómo su cuerpo se estremecía. Los sucios pantalones de Alex humedecían su vestido mientras se abrazaban. Comenzó a lamerle la boca y jugar con su lengua. Todo se desvaneció a su alrededor y el camarote comenzó a girar.

Tenía que reconocer que si quería acción, la estaba consiguiendo.

– Dilo -le ordenó él.

Ella negó con la cabeza.

Alex movió la mano hasta su pecho y lo cubrió con sus dedos. A través del fino tejido, comenzó a acariciar su pezón. Ella apenas podía contener el deseo.

– Di que me deseas -insistió él de nuevo.

A Emma le temblaban las rodillas, pero no iba a dar su brazo a torcer.

– Muy bien, como quieras -murmuró él antes de besarla de nuevo.

Lo saboreó e inhaló su masculino aroma. Mientras tanto, él seguía acariciándola y Emma no pudo evitar arquearse para presionar aún más sus pechos contra la mano de Alex.

El gimió como respuesta y siguió masajeando su pezón con maestría. Se estremecía de placer y su cuerpo pedía más. No sabía lo que le estaba haciendo, pero le encantaba.

El lo hizo de nuevo, y Emma no pudo evitar gemir.

– Dilo -murmuró él contra su boca.

– No -gimió Emma.

Alex maldijo entre dientes, la tomó en sus brazos y fue hasta el dormitorio, dejándola sobre la enorme cama. Antes de que Emma tuviera tiempo para respirar, Alex se echó sobre ella y le desató el lazo del traje sin dejar de mirarla a los ojos. Abrió el vestido, dejando su escote y estómago al descubierto.

– Dilo y ya está, Emma -le pidió él entrecortadamente.

Ella deslizó las manos bajo su camisa, acariciando su torso. Quería corresponderle, pero él le agarró las manos.

– Que yo te deseo está claro -le dijo con gravedad. Tenía razón. La soltó y se dedicó a acariciar sus pechos, su estómago e incluso más abajo. Rozó el encaje de sus braguitas y dibujó una línea en la sensible piel que asomaba por encima de ellas. Después la tomó en su mano y presionó con fuerza en el centro mismo de su placer. Con la otra mano retiró el resto del vestido para dejar sus pechos al descubierto.

Besó uno de sus pezones, lamiéndolo después hasta endurecerlo.

Emma respiraba con dificultad.

– Todo lo que tienes que hacer es decirlo -repitió él.

Como respuesta, ella elevó sus caderas. Las caricias íntimas de Alex eran tan deliciosas, que no se veía capaz de hablar. Además, no quería hablar. No quería que él ganara y, por supuesto, no quería que parase.

Alex se tumbó a su lado, besándole el cuello mientras le bajaba las braguitas. Ella le agarró por los hombros, apretando con fuerza cuando él encontró su centro entre los húmedos y cálidos pliegues de su piel. Comenzó a acariciarla y ella volvió a la vida, temblando bajo su mano.

– Emma -gimió él, besándola con furia y tirando el vestido el suelo.

Comenzó a acariciarle de nuevo el pecho, pero pareció detenerse de pronto. Levantó la vista para mirarla con su oscura mirada.

– O me dices ahora mismo que me deseas o paro de hacer esto -gruñó.

Sabía que no lo haría. No podía hacerlo.

Pero su necesidad y el deseo habían tomado el control de su cuerpo.

– Te deseo -le dijo por fin ella.

– Gracias -repuso él mientras deslizaba un dedo en su interior.

Ella le quitó como pudo la camisa. Lo abrazó con fuerza y se besaron con más pasión aún.

Entre besos y caricias, él se quitó los pantalones y encontró un preservativo.

Se colocó sobre ella, y Emma levantó las rodillas.

– Emma… -susurró.

Le sujetó las manos con fuerza y la besó mientras se deslizaba dentro de ella.

Ella gimió su nombre y elevó las caderas para encontrarse con él. La música, la fiesta y el resto del mundo desaparecieron y sólo quedaron su pasión y los movimientos de su cuerpo, que iban ganando velocidad y ritmo a cada segundo.

Emma cerró los ojos y sintió fuegos artificiales. Al principio sólo fueron pequeñas explosiones, que después crecieron en intensidad y rapidez hasta llenar el cielo sobre el barco.

– Alex -exclamó ella fuera de sí.

Los fuegos artificiales se acabaron y volvió la música.

Era delicioso sentir el peso de Alex sobre ella. No quería volver aún a la realidad.

– ¿Estás bien? -le preguntó él, empezando a incorporarse.

Ella asintió.

– Pero no te muevas, no aún.

No quería dar por terminado ese mágico momento.

– Muy bien -suspiró él contra su pelo-. Me encanta ver que he ganado.

Intentó parecer indignada, pero estaba demasiado contenta.

– No podías ni darme cinco minutos de paz, ¿verdad?

– Eres dura de roer, Emma McKinley.

– ¿Eso crees? Yo estaba pensando que era una chica bastante fácil.

– ¿Fácil? Nunca he tenido que trabajar tanto para conseguir acostarme con alguien.

El momento había pasado. Definitivamente.

– Ya puedes moverte -le dijo.

– Me deseas -replicó él, suspirando con satisfacción.

– ¡Déjalo ya!

Él levantó las manos para defenderse.

– Lo oí claramente, me deseas.

– Bueno, y tú a mí.

– Eso ya estaba claro.

– Entonces estamos en paz.

– No del todo -repuso él con una sonrisa-. Porque tú no quieres desearme. No es lo mismo.

– Ha sido por culpa del champán, la música, el crucero…

– ¿Quieres decir que esto sólo ha sido una aventura de crucero?

– Así es.

Tenía que ser así. No podía seguir sintiendo lo mismo por él durante el tiempo que estuvieran casados. Lo complicaría todo.

– Y es un crucero muy corto -añadió ella mientras se sentaba y se volvía a poner el vestido.

Ya se arrepentía de lo que acababa de pasar. Su situación era complicada y ahora habían empeorado las cosas. Miró a su alrededor. No recordaba dónde había dejado sus zapatos.

– Y tan corto -murmuró Alex-. Ni siquiera nos hemos movido del muelle.

– Deberíamos volver a salir a la fiesta.

– Nuestras ropas están cubiertas de Wiki Waki.

Emma hizo una mueca al recordarlo.

– Llamaré a recepción, seguro que pueden traernos algo para que nos cambiemos.

Pero Emma no quería salir con ropa distinta. Llamaría demasiado la atención.

– Creo que prefiero quedarme aquí escondida.

Alex tomó el teléfono.

– ¿Estás de broma? Esto es perfecto.

Lo que a Alex le parecía perfecto a ella le resultaba embarazoso.

«Me he acostado con Alex», pensó. No sabía cómo decirle a su hermana lo que había pasado.

– Emma.

Levantó la vista y se encontró con Katie al otro lado de la mesa de su despacho. Llevaba cinco minutos en su despacho intentando hablar con ella, pero había estado distraída.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– Claro -repuso Emma.

– ¿Has oído lo que te he contado?