Se encontró de nuevo con Katie.
– ¡El peluquero estará aquí en menos de una hora!
Desesperado, volvió al vestíbulo y le arrancó a Emma el teléfono de las manos.
– ¡Eh! -exclamó ella.
– Tú, a la bañera -ordenó.
– ¡Alex!
– Déjalo para luego, tengo que organizar el tráfico en la parte de atrás de la casa. La furgoneta de la carnicería está atascada y con los solomillos dentro.
– ¡Primo! -exclamó Nathaniel tras él.
– Hola.
Nathaniel no le hizo caso y se acercó a Katie.
– Tú debes de ser Emma.
– No, soy Katie.
– ¡Ah! -repuso Nathaniel, mirando de reojo a Alex.
– ¿Qué pasa? -preguntó Katie.
– Yo soy Emma -dijo, dándole la mano-. Sólo he oído cosas buenas de ti.
– Eres más bonita de lo que me había imaginado. Y una mentirosa encantadora.
– ¿Podrías hacer algo por mí? -le preguntó ella con voz dulce.
– Por ti, cualquier cosa.
– Convence a Alex para que me devuelva el teléfono.
Alex la agarró por los hombros y llevó hasta la escalera.
– Al baño.
Después se dirigió a su primo.
– Y tú, quítale las manos de encima a mi prometida.
– Es preciosa -le dijo.
Después del ensayo de la ceremonia y de la cena en Cavendish, volvieron a casa, y Alex salió a la terraza para respirar aire fresco.
– No es demasiado tarde para echarse atrás -le dijo Nathaniel, saliendo con dos copas de whisky.
– No voy a hacerlo.
En el peor de los casos, ganaría una fortuna. En el mejor de los casos… Tomó el whisky que le ofrecía su primo y se lo bebió de un trago. En el mejor de los casos, Emma a lo mejor decidía darle una oportunidad a su matrimonio.
– La hermana es más guapa -le dijo Nathaniel.
Alex se incorporó y fulminó a su primo con la mirada.
– ¿Cómo?
Nathaniel se rió.
– Creo que Emma es preciosa -le dijo Alex.
– Y yo creo que te estás enamorando de tu futura esposa.
– Sólo digo lo que es obvio.
– ¿Que ella es preciosa?
– Así es.
No podía creerse que hubiera pensado en un principio que Katie era la más guapa de las dos. Ahora pensaba que no había color entre ellas. Emma era una de esas mujeres que parecían más bellas cuanto más las conocía. Tenía una sonrisa maravillosa y brillante y un resplandor interior que nadie podía imitar.
– ¿Pero, recuerdas que tiene una razón para aceptar esto, verdad?
– Conozco todos los motivos de Emma para hacer esto, sí.
– Alex…
– Déjalo ya, Nathaniel.
– Sólo digo que…
– Pues deja de hacerlo. Mi esposa no está conspirando contra nosotros.
– Todo el mundo está conspirando contra nosotros.
– Estás loco -le dijo Alex.
– Se casa contigo por dinero.
– Porque yo la he forzado a hacerlo.
– Sólo digo que tengas cuidado.
– Ocúpate de tus asuntos.
Nathaniel sonrió misteriosamente.
– ¿Qué pasa?
– Es irónico que te hayas enamorado de ella.
– No es verdad -repuso Alex.
Pero era cierto y no tenía sentido seguir discutiendo. Aunque estuviera enamorado de ella, podía pensar con claridad. Iba a casarse con Emma al día siguiente y sabía que era lo que tenía que hacer.
Emma se repitió infinidad de veces que no era una boda real. Aun así, le dolía sentir la ausencia de su padre. Aunque fuera un matrimonio de conveniencia, él tenía que haber estado allí para llevarla al altar.
Hacía buen tiempo y la ceremonia sería en el jardín. La orquesta comenzó a interpretar la marcha nupcial, y Katie caminó por el pasillo hasta la pérgola. Todo estaba espectaculai; cubierto de bellas flores.
Emma llevaba el pelo recogido y la tiara de diamantes de la familia. Quedaba muy elegante con su vestido de época.
Era su turno. Respiró profundamente y comenzó a andar entre los sonrientes invitados. Ella también sonreía, pero no podía mirarlos a los ojos. Tampoco quería mirar a Alex, así que clavó la vista en las flores de la pérgola. No podía dejar de pensar en su padre.
Cuando llegó a su puesto, tenía los ojos humedecidos por la emoción. Estaba llena de recuerdos y remordimientos.
Alex estaba guapísimo con su esmoquin. Tomó sus manos entre las de él y le preguntó sin palabras si estaba bien. Ella sonrió. Sólo quería que todo aquello pasara y poder seguir con su vida normal, O casi normal.
El también la sonrió y el pastor comenzó a hablarles de las obligaciones y los votos del matrimonio. Cada vez estaba más incómoda. Estaba deseando que llegara la parte de los anillos y pudieran acabar cuanto antes.
Cuando llegaron a los votos, la profunda voz de Alex la envolvió. Sintió un cosquilleo en su interior cuando le prometió amarla y respetarla para siempre.
Sabía que no era real. No dejaba de repetírselo en su interior, pero cuando le tocó el turno a ella, algo cambió en su interior. Después, Alex colocó en su dedo la alianza y Emma sintió sobre sus hombros el peso de muchas generaciones. De verdad o no, se acaba de convertir en una Garrinson.
El pastor los declaró marido y mujer. Los invitados aplaudieron espontáneamente y él se inclinó para besarla.
– Sólo para que no haya ninguna duda -le susurró al oído-. Me he casado con la más bella.
Se abrazaron y, durante un segundo, ella se dejó llevar por el momento y quiso pensar que todo era cierto. Pero entonces oyó los helicópteros en la lejanía y recordó que todo era por el bien de los paparazzis.
Alex la miraba, sonriente. La besó de nuevo, esa vez en la frente, y se dieron la mano para dar sus primeros pasos como marido y mujer. Sonó la música de nuevo y todos se acercaron a felicitarlos.
De vuelta en la terraza, Katie llegó para darle un abrazo. Después se dispusieron a saludar a una fila interminable de embajadores, políticos y empresarios.
– Lo has hecho fenomenal -le dijo Alex dos horas más tarde mientras paseaban por el jardín.
Ya estaba atardeciendo. Todo el mundo bebía champán y los aromas del banquete lo llenaban todo.
– Me muero de ganas de ir corriendo a cualquier mesa y confesarlo todo.
– No creo que sea buena idea.
– ¿Temes que empañe el apellido Garrison?
– Me temo que pensarían que estás loca, y yo tendría que decirles que simplemente estás borracha. Las cosas se pondrían muy feas.
– No he bebido nada.
– Vaya, entonces supongo que la mentira sería aún mayor.
– ¿Es que no te sientes culpable?
– Lo que creo es que lo que hagamos no es asunto suyo.
– Bueno, los has invitado a nuestra boda.
– Para que se diviertan, no para que juzguen mi vida.
– Son tus amigos y tu familia.
– Tú eres ahora mi familia.
Su respuesta hizo que se le encogiera el corazón.
– No digas eso.
El le tomó la mano y le besó todos y cada uno de los nudillos.
– No, Alex…
– Emma. Ahora estamos solo tú y yo y tomaremos las decisiones que nos parezcan.
– ¿Y qué pasa con Katie, con Ryan y con Nathaniel?
– ¿Siempre me vas a llevar la contraria? -preguntó él, suspirando.
– ¿Te sorprende?
La señora Nash se les acercó en ese instante.
– Os necesitan en la mesa central -les dijo.
– Creo que Nathaniel ha preparado un brindis excepcional -comentó.
Emma sintió que no iba a poder soportar más sonrisas y felicitaciones.
– Pero él sabe la verdad, ¿no?
– No le he dicho nada.
– Entonces su brindis será sincero…
– Dirá que yo soy muy afortunado y que tú eres preciosa. Las dos cosas son verdad. Créetelo, Emma.
Pero ella seguía convencida de que Katie era la más bonita de las dos. A pesar de estar con David, todos los hombres la miraban, incluso Nathaniel, aunque él lo hacía con el ceño fruncido. No sabía por qué.