No podía creer lo que oía. Estaba siendo sarcástica. Ella iba a recibir millones de dólares y, a cambio, él estaba aceptando un acuerdo de negocios poco favorable por el bien de su reputación.
– No eres demasiado agradecida, ¿verdad?
– ¿Tus víctimas del chantaje suelen ser más agradecidas que yo?
Alex sacudió incrédulo la cabeza. Emma ya no le parecía asustada y frustrada.
– ¿Qué esperabas? ¿Champán y flores? -le preguntó él.
– No. Esperaba un crédito bancario y un libro de cuentas equilibrado.
– Bueno, pues tendrás que conformarte conmigo.
– Ya me he dado cuenta -repuso ella.
Esa conversación no iba a llevarlos a ninguna parte. El se levantó, tenía demasiada energía y no sabía qué hacer con ella.
– Si queremos que esto funcione, tendremos que acordar antes algunas cosas.
– ¿Como aprender a tolerarnos mutuamente?
– No, como convencer a la prensa de que estamos enamorados.
Los labios de Emma se curvaron lentamente hasta formar una sonrisa. Era la primera vez que la veía sonreír. Ese gesto le proporcionaba un brillo dorado a sus ojos. Y se dio cuenta de que tenía un hoyuelo en la mejilla derecha. Cuando vio cómo se tocaba los dientes con la punta de la lengua, sintió una corriente eléctrica de deseo recorriendo todo su cuerpo.
Empezaba a darse cuenta de que había estado equivocado, ya no sabía cuál de las dos hermanas era más guapa.
– ¿Qué pasa? -le preguntó él segundos después.
– Acabo de darme cuenta de cuál es la diferencia entre nosotros.
Alex la miró con los ojos entrecerrados. No la entendía.
– Yo tengo los pies anclados en la realidad, y tú sueñas con lo imposible.
El no lo habría definido así, pero reconoció que podía ser verdad.
– Creo que podemos aprender a tolerarnos -le dijo ella-. Pero no creo que vayamos a poder convencer a nadie de que estamos enamorados.
Alex se acercó un poco a ella, aspirando su perfume, lo que le hizo sentir otra ola de deseo electrizante. Aquello era una locura. No podía sentirse atraído por Emma, no iba a dejar que eso sucediera.
– ¿Sabes cuál es tu mayor problema? -le preguntó él.
Ella se puso también de pie.
– No, pero seguro que vas a decírmelo.
– Es tu actitud derrotista.
– Pues yo creo que mi mayor problema eres tú.
– Cariño, yo soy tu salvación.
– Y encima eres modesto.
– Cuando trabajas tan duro como yo y prestas atención a las cosas, no hace falta ser modesto -le dijo, acercándose aún más a ella y bajando la voz-. Sólo hay seis personas en este mundo que saben que no estoy enamorado de ti. Y estoy a punto de convencer al resto de lo contrario.
– ¿El mundo entero?
– Hay que pensar a lo grande, Emma.
– Hay que ser realista, Alex.
– Se pueden hacer las dos cosas a la vez.
– No estoy de acuerdo.
– Entonces este asunto será la excepción -le dijo él, sonriendo-. Y pronto te darás cuenta, querida, de que soy excepcional.
Ella puso los ojos en blanco.
– ¿Puedo especificar en el acuerdo prematrimonial una cláusula que limite tu ego?
– Sólo si tu abogado es mejor que el mío.
– ¿Así que ése es tu gran plan? ¿Nos miramos a los ojos en público como dos corderitos mientras nuestros abogados lo disponen todo en la trastienda?
El le hizo un gesto para que se sentara de nuevo.
– Sí, es algo así. Pero hablemos de nuevo de nuestro compromiso.
Ella se sentó y respiró profundamente.
– Supongo que estás hablando de un anillo ostentoso y esas cosas…
– Por supuesto -repuso él, sentándose también-. El asunto es que no queremos que la prensa hable de si estamos prometidos o no, sino de cómo lo hice, cómo te propuse en matrimonio.
– Creo que esto no me va a gustar en absoluto.
– ¿Eres admiradora del equipo de los Yankees?
Ella sacudió la cabeza y un segundo después se dio cuenta de lo que hablaba.
– ¡Oh, no! No en la pantalla gigante del estadio, por favor.
– Sería espectacular.
– Te mataría.
– ¡Ah! Entonces no iba a funcionar, porque no conseguirías estar en mi testamento.
– Puede que no te hayas dado cuenta aún, pero Katie es la que se encarga de la publicidad de la cadena, ella es la extrovertida de las dos.
– Si no lo recuerdas, ya intenté casarme con ella.
Emma arrugó el ceño durante un segundo, y él se dio cuenta de que sus palabras podían haber sido interpretadas como un insulto.
– Ella ya está comprometida. Tendrás que hacerte a la idea.
– No quise decir que…
– Claro que sí -lo interrumpió Emma-. Pero ya te he dicho que nada de pantalla gigante.
El no había querido implicar que prefería a una hermana más que a la otra. Lo cierto era que le daba igual, pero sabía que sería pasarse volver a intentar explicárselo. A lo mejor sólo conseguía que se enfadara aún más.
– ¿Y si te sorprendo? -le preguntó-. Eso añadirá algo de realismo a la situación.
– Esto es una bobada -repuso ella, enderezándose y recolocando su falda-. Deberíamos estar hablando de la fusión de las empresas. ¿A quién le importa cómo nos hemos prometido?
Parecía que ella no lo entendía. Toda la operación era para mejorar su imagen pública y su reputación.
– A mí sí me importa -le dijo con claridad-. Tú consigues el negocio del siglo y yo reparar mi lastimada reputación. Así que sí que es importante cómo lo hacemos.
Ella abrió la boca para protestar, pero él no parecía dispuesto a dialogar.
– No te equivoques, Emma. Vamos a convencer a todo el mundo de que estamos enamorados o morir en el intento.
– No sé cómo voy a sobrevivir -le dijo Emma a su hermana mientras salían de la pista doce de su club de campo.
Estaba tan distraída pensando en su acuerdo con Alex, que Katie le había ganado todos los puntos del partido de tenis.
No era una actriz ni una persona pública. A algunos miembros de la alta sociedad hotelera les gustaba salir por la noche y aparecer en las revistas del corazón, pero a ella no. A Emma le gustaba mantener su vida privada a buen recaudo.
– ¿Está siendo insoportable? -le preguntó Katie mientras se sentaban a la sombra.
– No más de lo que esperábamos -contestó Emma-. El problema es que es un poco fantasioso y se ha propuesto engañar a la prensa. Y yo no estoy dispuesta a hacer mi papel de dulce y tonta novia neoyorquina.
Katie la miró con el ceño fruncido.
– Bueno, supongo que quiere sacar algo de toda esta situación.
– Ya va a conseguir nuestros hoteles.
– Sólo la mitad.
Emma levantó las cejas. No podía creerse que su hermana pensara que Alex estaba siendo razonable.
– Nos comprometimos a que me casara con él, no a que me paseara por todas las portadas de las revistas.
Katie se encogió de hombros.
– Bueno, quiere presumir de novia, ¿por qué no te dejas llevar?
Emma se quitó la diadema y se sacudió el pelo.
– Porque va a ser vergonzoso y humillante. Además de ser todo mentira.
– No pasa nada por disfrutar un poco mientras mientes -repuso sonriendo su hermana.
Emma tomó una botella de agua minera1.
– Deja de reírte de mí.
– Lo siento. Es que…
– ¿Que qué? ¿Que se trata de mí y no de ti?
– Claro que no. Sabes que te lo agradezco. Ya sabes que es así.
Emma suspiró.
– Tengo que convencerlo para que lleve todo esto con discreción. Prefiero un juez de paz, un pequeño aviso en la sección de sociedad de los periódicos…
– O podría prestarte algo de ropa y podrías salir de fiesta con él por toda la ciudad.
– No me estás ayudando.