– Vaya, estoy haciéndolo todo al revés, ¿no?
Se le había olvidado que era una gala benéfica.
– Eres un encanto, ¿lo sabías? -le dijo, besándole la sien de repente.
Se le encogió el corazón al oírlo, pero vio pasar en ese instante a los Waddington y se dio cuenta de que había sido sólo por el bien de la farsa. Recordó que toda la noche era una actuación, que él no era un hombre de negocios agradable y desinteresado, sino que estaba haciendo su papel.
Decidió no volver a dejarse llevar ni imaginar cosas donde no las había. Todo era un juego.
Capítulo 4
Lo intentó con todas sus fuerzas, pero no perdía. Una multitud rodeó la mesa de dados y estallaba en gritos y aplausos cada vez que los tiraba.
Alex estaba detrás de ella y le frotaba los hombros.
– Con una apuesta como ésa, podremos salvar la fundación o comprar un nuevo hotel.
– No necesitamos otro hotel. Esto se está poniendo feo. Maxim me mira mal. ¿Qué tengo que hacer para perder?
– Sacar un siete -susurró él.
Emma sopló sobre los dados y él le rió el gesto teatral, lo que le ganó un codazo en las costillas.
– ¡Eh! Necesito un poco de apoyo.
– ¡Vamos, siete, siete! -murmuró él-. Pero si lo haces perderás doscientos mil dólares.
– ¡No es mi dinero!
Tiró los dados, rebotaron al final de la mesa, todo sucedió a camara lenta. Cuando pararon, Emma vio que había conseguido un seis y un uno. Estaba encantada.
– Deja de sonreír -le dijo él al oído mientras el público se quejaba.
Ocultó la cara en el torso de Alex para que nadie la viera sonreír. El aprovechó para rodearla con sus brazos y acariciarle la espalda. Se había prometido no reaccionar a su sensualidad, pero todo su cuerpo se estremecía bajo el contacto.
– No te preocupes -dijo él en voz alta-. Sólo es dinero y es por una buena causa.
Alex no la soltaba, y a Emma no le extrañó, tenían a un montón de gente mirándolos. Sabía que ese abrazo los beneficiaba así que, durante un segundo, dejó que su cuerpo se relajara entre sus brazos. Había sido una noche muy estresante.
El le acarició el pelo y le besó la cabeza. Era demasiado agradable, tanto que supo que tenía que separarse. Cuando lo hizo, él siguió agarrándole la cintura, y ella no intentó separarse.
Katie y David llegaron en ese instante.
– ¿Qué tal? -le preguntó Katie.
– Acaba de perder todo mi dinero -repuso Alex.
– Bueno, va a una buena causa -añadió Emma.
– Has perdido treinta mil dólares.
A ella se le había olvidado que era tanto dinero, pero lo miró y supo que no le importaba.
– Aprovéchate de las exenciones tributarias y deja de quejarte -repuso ella, intentando apartarse.
Pero él la sujetaba con fuerza. Ella volvió a intentarlo sin suerte, y Alex la sonrió inocentemente.
– Damas y caballeros, si quieren dejar de jugar unos instantes, les espera una sorpresa en los jardines -anunció Maxim.
– Los jardines son preciosos -apuntó Emma-. Vamos a verlos.
– Gracias a la generosidad de un donante -añadió Maxim-. Este año rifaremos un Mercedes descapotable. Compruebe su invitación y el número que aparece en ella. Es su número de la suerte.
Emma tomó a su hermana del brazo y fue hacia los jardines. Quería concentrarse en cualquier cosa que no fuera Alex.
– ¿Está bien David? Parece un poco callado.
– A lo mejor pensó que iba a ganar.
– ¿Cuánto has perdido?
– Unos dos mil. La verdad es que no sé qué le pasa. ¡Eh! ¡Mira qué coche!
– No está nada mal.
Maxim comenzó a anunciar el sorteo del coche.
– Y el ganador de este precioso Mercedes descapotable es… El número siete, tres, dos.
– Es el mío -le susurró Alex al oído-. Ahora vuelvo.
– ¡Ha ganado! -exclamó Emma.
– Veo que tenemos un ganador -comentó Maxim al ver a Alex subiendo al escenario-. El señor Garrison es el ganador de esta noche y uno de los donantes más importantes de la fundación.
– Parece que alguien me ha traído suerte esta noche -comentó Alex-. Me encantaría probar esta preciosidad pero no va a poder ser. Muchas gracias, pero lo dono a la fundación de nuevo para su subasta de septiembre.
Todo el público presente aplaudió, y Maxim abrazó a Alex. Emma se sintió orgullosa. Fuera puro teatro o no, Alex acababa de donar un montón de dinero.
– Quería comentar algo más -dijo él en el micrófono-. Hablaba en serio cuando he dicho que alguien me está dando suerte esta noche. Creo que todo he de atribuírselo a una dama muy especial que me acompaña hoy. A Emma -añadió, mirando en su dirección.
Creía que era un poco exagerado, pero decidió seguirle la corriente y le sonrió con calidez, intentando parecer enamorada. El le devolvió la sonrisa. Los ojos le brillaban.
– Emma, ¿me harías el honor de…? -le dijo con voz entrecortada-. ¿Te casarías conmigo?
Se quedó helada y se le cayó el alma a los pies. Tras un segundo de sepulcral silencio, todo el mundo comenzó a aplaudir. Todos la miraban.
Creía que era peor que lo de la pantalla del estadio porque allí mucha gente la conocía. Katie le dio un codazo y se dio cuenta de que Alex esperaba su respuesta. Vio cómo se sacaba una cajita de terciopelo del bolsillo. Lo había planeado todo.
– Emma, di algo -le susurro su hermana.
– No puedo…
– Pero acordamos hacerlo… Venga, vete hasta el escenario.
No podía moverse. Sus pies no le respondían.
– Emma… -le dijo Alex con suavidad.
– Bancarrota -le susurró Katie.
Era la palabra mágica, la que le hizo andar de nuevo. Despacio, se acercó a él con una dulce y falsa sonrisa en la boca. Cuando llegó al escenario, Alex le tomó la mano con galantería.
– ¿Te casarás conmigo? -repitió él mientras abría la cajita.
Ni siquiera miró el anillo, quería que ese momento pasara cuanto antes.
– Sí. Sí, me casaré contigo.
«Y después te mataré por esto», pensó.
Estaba segura de que él sabía exactamente cómo se sentía. Tomó el anillo y se lo puso. Después, mientras la multitud gritaba y aplaudía, él se inclinó sobre ella.
No podía creer que fuera a hacerlo, pero lo hizo. Intentó apartarse, pero él la abrazó y le susurró una orden al oído.
– Bésame.
Se dio cuenta de que no tenía otra opción. Cientos de personas los miraban y había mucho dinero en juego. Levantó la cabeza y lo vio sonreír. Decidió darle un beso rápido y ligero, pero en cuanto sus labios hicieron contacto, se despertó de repente un deseo que llevaba veinticuatro horas reprimiendo.
Los labios de Alex eran cálidos, firmes y dulces. Tenía que separarse, pero él la agarraba con fuerza. Estallaban fuegos artificiales en su cabeza, tan brillantes como los fiases de los fotógrafos que capturaban el momento. Se dejó llevar y relajó entre sus brazos, cerrando los ojos y abriéndose completamente a él.
Despacio, él aflojó los brazos y se retiró. La gente aplaudía entusiasmada, y Emma se dio cuenta de que iba a ser mucho más dificil de lo que pensaba cumplir su parte del acuerdo e intentar pensar en aquello como algo estrictamente profesional.
Alex no podía creerse lo fácil que había sido todo. Maxim había estado encantado de participar en la trama. A cambio de una importante donación para la fundación, lo arreglaron todo para que él se llevara el premio de la rifa, teniendo así oportunidad de declararse.
Acababa de dejar a Emma en su dúplex y llamó a Ryan desde la limusina.
– Tiene mi anillo en el dedo -anunció Alex en cuanto su socio descolgó.
– ¿Fue todo bien?
– Bueno, dijo que sí.
Eso era, al fin y al cabo, lo importante, lo que había que destacar de la velada, aunque el beso tampoco se había quedado corto. Le había sorprendido y había despertado un deseo en su interior que no esperaba sentir. Pero tenía que concentrarse en el anillo, que le aseguraba un acuerdo comercial excepcional.