Выбрать главу

Mariah no respondió. ¡Debía proseguir con sus pesquisas! En la sala reinaba una tensa emoción. Pena, envidia, rabia, y sobre todo miedo. ¿Acaso no olía el escándalo? ¡Santo cielo, no estaba avanzando demasiado! Todavía no tenía pruebas de que Maude hubiera sido asesinada, solo la certeza de su mente suspicaz.

– No -dijo Mariah en voz baja-. Es cierto que no sé hasta qué punto fue una mujer extraordinaria.

Yo hablé con ella y la escuché contar sus recuerdos y sus sentimientos con tal intensidad… Era una mujer muy observadora e inteligente. Pero como bien dice, solo fue un día. No tengo derecho a hablar como si la conociera igual que usted, que se ha criado con ella. -Dejó que la ironía de un lapso de cuarenta años flotara en el aire-. Supongo que cuando vivió en el extranjero le escribía unas cartas maravillosas.

Hubo un incómodo silencio, muy elocuente. Así que Maude no les había escrito en aquel tono lírico y apasionado en el que había hablado en Saint Mary. O si lo había hecho, preferían ignorarlo por alguna misteriosa razón.

Mariah insistió, decidida a obtener alguna información que pudiera ser importante.

– Había viajado como poca gente lo ha hecho, sea hombre o mujer. Una colección de cartas suyas sería muy interesante para todos aquellos que no hemos tenido esa oportunidad, ni su formidable valor. Sería un bonito homenaje, ¿no les parece?

Agnes contuvo la respiración y miró a Bedelia. Parecía incapaz de responder sin su aprobación. ¿Sería una vieja costumbre forjada en su niñez? «Forjada» era la palabra correcta; parecía atenazada por grilletes. Mariah sintió rabia, contra Agnes y contra ella misma. Era una cobardía, y ella conocía muy bien la cobardía, tan bien como conocía su propia cara ante el espejo.

Clara se volvió hacia su marido, y luego hacia su suegra, esperando una respuesta.

Pero fue Arthur quien respondió.

– Sí, lo sería -convino.

– ¡Arthur! -dijo Bedelía en tono brusco-. Estoy segura de que la señora Ellison tiene buenas intenciones, pero no tiene ni idea del alcance ni la naturaleza de los… viajes de Maude, ni de lo inapropiado que sería hacerlos públicos.

– ¿Y tú sí la tienes? -preguntó Arthur enarcando sus negras cejas.

– ¿Cómo? -dijo Bedelia con frialdad.

– ¿Tienes alguna idea de los viajes de Maude? -repitió-. Te pregunté si había escrito y me dijiste que no.

No la acusaba de mentir, pero la inevitable conclusión pesaba en el aire. Bedelía permaneció sentada, pálida y con los labios sellados.

Fue Clara la que rompió el silencio.

– ¿Cree que sería apropiado si invitamos a los Matlock y a los Willowbrooks a cenar con nosotros la víspera de Navidad, suegra? ¿O que vayamos a la misa de gallo a Snargate? ¿Le parece que la gente nos considerará insensibles?

– No creo que podamos -respondió Agnes con tristeza-. Yo también lo esperaba con ilusión, querida.

Agnes miró a Clara, no a Zachary, que estaba a punto de decir algo pero se contuvo.

– La muerte no altera la Navidad -respondió Bedelía después de pensarlo un momento-. De hecho, en Navidad es cuando tiene menos sentido. Es la época en la que celebramos el significado de la eternidad y la misericordia divina. Claro que iremos a la misa de gallo a Snargate, y demostraremos que nos une el valor y la fe, y que somos solidarios como familia. ¿No crees, querido?

Volvió a mirar a Arthur, como si la anterior conversación no hubiera tenido lugar.

– Me parecería muy apropiado -respondió a la sala en general, sin rastro de emoción en su voz.

– ¡Oh, me alegro mucho! -exclamó Agnes con una sonrisa-. Tenemos tantas cosas de las que estar agradecidos que me parece justo.

Mariah encontró extraño aquel comentario. ¿De qué estarían tan agradecidos, justo entonces? ¿Del hecho de que lord Woollard hubiera considerado a Arthur digno de recibir un título nobiliario? ¿Podría eso importar lo más mínimo ante la muerte de una hermana? ¡Claro que podría! Maude llevaba fuera de casa cuarenta años, y se habían hecho a la idea de que su ausencia era permanente. Había elegido volver en un momento muy inoportuno; de otro modo no la habrían despachado a casa de Joshua y Caroline. ¿Existiría algún escándalo familiar del que Maude habría podido hablar y arruinar tan alta ambición?

Cualquier especulación sobre el tema fue interrumpida por el anuncio de la cena.

La comida fue excelente y más opípara que las que Caroline le había ofrecido.

En la mesa, la conversación se centró en los preparativos navideños, y el modo en que podría afectar a estos la muerte de Maude o el tiempo. Evitaron hablar del funeral, y de cuándo o dónde se celebraría, pero el tema estaba suspendido en el aire, como una corriente de aire helado, como si alguien hubiera dejado una puerta abierta.

Mariah dejó de escuchar las palabras y se concentró en la entonación de las voces, la calma o la tensión de las manos, y sobre todo en la expresión de la cara cuando la persona creía que no era observada.

Clara parecía aliviada, como si la angustia hubiera pasado. Tal vez la visita de lord Woollard la había puesto nerviosa o podía tener menos seguridad en sí misma de lo que aparentaba. ¿Tenía poca habilidad para moverse en sociedad o un comportamiento que se consideraba inaceptable? Como su marido era el único heredero, tal vez eso había sido un serio problema. Quizá procedía de un entorno más modesto que el resto de la familia y antes ya había cometido algunos errores, o su madre era una de esas mujeres que albergan una ambición implacable con respecto a sus hijas, y nada le parecía lo bastante bueno.

Zachary no habló mucho, y Mariah lo vio mirar a Bedelia con más frecuencia de lo que era de esperar. Se notaba que sentía una mezcla de admiración e intimidación, ¿por su belleza? Bedelia era más guapa que la pobre Agnes. Bedelia emanaba cierto glamour, un aire de feminidad, misterio, casi de poder, que le confería la confianza en sí misma. Mariah también le prestó atención, a su pesar.

¿Cómo debía de sentirse una siendo bella? No había tantas mujeres así; ella no había tenido esa suerte ni tampoco Agnes, ni Maude. Clara era solo guapa. La belleza deslumbrante y abrumadora es algo muy raro. Ni siquiera Bedelia la poseía.

Mariah había encontrado ese tipo de belleza una o dos veces en su vida, y una belleza como esa no se olvida. La tía abuela de Emily por su primer matrimonio, lady Vespasia Cumming-Gould, la poseía. Incluso a una avanzada edad la conservaba, inconfundible como cuando sabes una canción; basta una nota y el corazón recuerda toda la melodía.

¿Por qué Zachary seguía mirando a Bedelia? ¿Sería por una trivial fascinación masculina por la belleza? ¿O simple cuestión de educación porque estaba viviendo en su casa?

Arthur no la miraba del mismo modo.

Agnes los miraba a ambos, y también parecía darse cuenta. Había cierta tristeza en sus ojos. ¿Sería la conciencia de que no podía competir con Bedelía? Quizá era la sensación de fracaso lo que Mariah detectaba y comprendía. Lo conocía muy bien: un rostro poco agraciado, sin magia en los ojos ni en la voz; y sobre todo la conciencia de no ser amada.

¿Sentía envidia? ¿O incluso odio, tras el paso de los años? ¿Por qué? ¿Simplemente por su belleza? ¿Tanto importaba? Muy pocas mujeres son algo más que agradables en su juventud, pensó Mariah, y tal vez adquieran cierto estilo, incluso cierta chispa al llegar a la madurez. Y Agnes no se había quedado para vestir santos. Pero existía cierta rivalidad entre las hermanas. Era inevitable. ¿Era cuestión de dinero, y ahora también de título nobiliario?

La conversación prosiguió en torno a ella, y se preocuparon por aquellos que durante las fiestas navideñas estarían solos y necesitados, y también por aquellos que tenían mala salud, con el fin de decidir a quién podían o debían hacer un pequeño regalo. ¿Se estropearía el tiempo?