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No, no le importaba, le aseguró ella. Pero ¿«tranquila»? Imposible. Si todavía notaba el calor de la mano de Trevor sobre la piel desnuda de la rodilla…

Cuatro

El camino atravesaba un bosque de pinos, robles y pacanas. Al final había una casa en construcción. Incluso en aquella fase del proceso, Kyla vio que se trataba de un diseño moderno, impresionante. La parcela descendía por la pendiente hasta un riachuelo poco profundo.

– Es precioso, Trevor -exclamó, sin darse cuenta de la naturalidad con que el nombre había acudido a sus labios.

Pero él sí se percató y le sonrió mientras detenía el coche.

– ¿Te gusta?

– El entorno es muy bonito.

– Vamos, te lo enseñaré.

– Creo que no debería bajar -le daba vergüenza pasearse entre los trabajadores con aquel atuendo tan escueto. Éstos habían dejado de trabajar al ver que el coche se detenía en el claro.

– Aquí mando yo -afirmó Trevor abriendo su puerta-. Si te digo que bajes es porque puedes bajar.

El sol calentaba las piernas de Kyla, una brisa cálida las acariciaba. Pero ella se fijó más en las miradas que se clavaban en su persona mientras Trevor la guiaba por el terreno desigual, rodeando pilas de material de construcción, hacia la casa. Avanzaban con cuidado. Cuando se hubieron acercado lo suficiente, él lanzó una mirada con el ceño fruncido y la actividad se reanudó en la obra. Volvieron a oírse los golpes de los martillos y los zumbidos de las taladradoras.

– Cuidado con los clavos -le advirtió él. La agarraba por debajo del codo con una mano y con la otra rodeaba su cintura. Cuando hubieron salvado la mayoría de los obstáculos, muy a su pesar, Trevor apartó las manos-. Aquí estará la puerta de entrada. Estaba pensando en que tuviera una vidriera o algo así.

– Qué bonito.

– Y entras en un vestíbulo de techo muy alto con claraboyas en el techo.

– Me encantan las claraboyas, las ventanas en el techo.

– ¿Sí? -ya lo sabía por una de sus cartas.

…y entré. Era justo el tipo de casa que me encantaría tener. Moderna. Estaba rodeada de árboles y tenía claraboyas en el techo.

– Una vez vi una casa con claraboyas y me encantó.

– Cuidado con dónde pisas -Trevor le ofreció una mano gentilmente y la ayudó a bajar al siguiente nivel-. Este es el cuarto de estar. Muy informal, con una chimenea encastrada en la pared. El comedor está por aquí y la cocina por ahí.

Señaló un espacio vacío y Kyla trató de imaginarse cómo sería cuando levantaran las paredes. Se concentraba en la casa para no pensar en lo pequeña que resultaba su mano dentro de la de Trevor.

– ¿Puedes pasar por aquí?

– Claro -respondió ella, dando gracias por que su mano quedara libre.

Pero no fue así, él no la soltó sino que continuaba reteniéndola con firmeza mientras avanzaban de lado por un paso muy angosto.

– Éste es el dormitorio principal. Dentro de poco ya no se podrá pasar por las paredes, habrá que usar los corredores.

– Será una pena cerrarlo.

Las habitaciones eran amplias y aireadas, te daban la sensación de vivir al aire libre…

– Eso pienso yo. Casi todos los corredores tienen un pared con ventanas desde el suelo hasta el techo, para no tener la sensación de estar encerrado.

La luz de la tarde se colaba por las paredes a medio levantar y los rayos del sol iluminaban algunas partes del rostro de Trevor y dejaban otras en sombras. Arrancaban reflejos de su pelo negro azabache. El bigote crecía sobre unos labios tan sensuales que casi parecía que estuviera haciendo pucheros.

Kyla apartó su mano de la de él y tuvo que contenerse para no frotarla con la otra con el fin de librarse de su hechizo. Aunque le había agarrado la mano de la forma más natural, no pensaba que fuera en absoluto natural. No era posible que un hombre con la cara y el cuerpo de Trevor Rule no fuera un conquistador. Seguro que coleccionaba corazones como trofeos. Cuanto antes supiera que ella no estaba dispuesta a dejarse cazar, mejor.

– Y aquí, ¿qué va? -preguntó, poniendo distancia entre ellos.

– Otra chimenea.

– Será broma…

– No, ¿por qué?

Ella siempre se había imaginado la casa de sus sueños con chimenea en el dormitorio, pero algo le advertía que no debía decírselo a Trevor.

– Por nada. Lo de tener una chimenea en el dormitorio suena muy bien.

– Y muy romántico.

Ella apartó la mirada.

– Me imagino que sí.

– ¿Señor Rule? -uno de los carpinteros se había acercado, pero hasta ese instante no lo habían visto-. Perdone, pero ya que está aquí, me gustaría preguntarle una cosa. Es sobre el rincón del desayuno.

– Claro. En seguida voy -retrocedieron sobre sus pasos y fueron hacia la cocina.

– Aquí, en este comedor informal, dijo que quería una ventana. ¿En qué pared? -preguntó el carpintero.

Trevor cruzó los brazos sobre el pecho y giró sobre los talones para mirar a Kyla.

– Como parece que tienes intuición para estas cosas, ¿en qué pared crees que iría mejor la ventana?

– Pero si yo no sé nada de construcción…

– Sólo te pido tu opinión.

– Bueno -vaciló ella-, veamos. Eso es sur, ¿verdad? Y el este es por allí.

– Exacto -confirmó el carpintero.

Ella se quedó mirando el espacio vacío unos instantes y dijo:

– ¿Y por qué no dos? -ante sus expresiones de confusión, continuó-: ¿Podrían confluir en la esquina? Tal vez se podría poner uno de esos tejados inclinados que son de cristal. Así sería como estar desayunando en el bosque, rodeado de árboles.

El carpintero se rascó la cabeza con expresión escéptica.

– He visto esos miradores prefabricados. Sí, podría funcionar.

Trevor, encantado con la idea, dio una palmadita en la espalda a su empleado.

– Consulte mañana con el arquitecto y ya me dirán. Me encanta la idea -se volvió hacia Kyla-. ¡Gracias!

Ella notó que se ruborizaba.

– Seguro que al arquitecto no le hará ninguna gracia que le cambie los planos.

– Al arquitecto le conviene tenerme contento.

Salieron de nuevo al exterior y se dirigieron hacia el coche.

– Esta casa va a ser espectacular -confesó Kyla con sinceridad-. Me pregunto quién terminará viviendo aquí.

– Nunca se sabe. A lo mejor Aaron y tú.

Esas palabras tan imprevistas la hicieron tropezar con unas sacas vacías de polvo de cemento. El brazo de Trevor se apresuró a rodearle la cintura y la sujetó contra su pecho para evitar que se cayera.

– Cuidado. ¿Estás bien?

Estaba perfectamente, pero de repente le faltaba el aliento, la piel le hormigueaba y notaba una sensación rara en el estómago. Ya casi no recordaba lo agradable que resultaba estar en brazos de un hombre. La loción de afeitar, la colonia, el sudor… Se le habían olvidado aquellos olores tan masculinos. Era fuerte, recio, flexible. Notó su aliento en la mejilla cuando inclinó la cabeza hacia ella, solícito.

– Es-estoy bien -tartamudeó, y se escabulló de sus brazos.

– ¿Seguro?

– Sí, sí. Es que soy un poco patosa.

El tropiezo había hecho que se le soltara una de las tiras de la sandalia. Se agachó para ajustarla de nuevo y, cuando lo hizo, uno de los trabajadores silbó admirativamente. Ella se incorporó y miró a su alrededor. Todos parecían muy concentrados en el trabajo, demasiado inocentes para no ser culpables.

Levantó los ojos hacia Trevor, que sonreía tímidamente.

– No se puede negar que tienen buen gusto -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Lista?