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Apretó los dientes, cerró los ojos y apoyó la frente en la ventana. Lo que estaba haciendo era engañar, manipular. No había justificación para sus actos.

Había, pero ¿quién la creería? ¿Quién iba a creer que se había enamorado de una mujer sin verla, sólo leyendo sus cartas? Apenas daba crédito él mismo. Ella, sin duda, jamás lo creería.

Antes o después tendría que decirle quién era en realidad. Pero ¿cuándo?, ¿cómo? Cuando Kyla se enterara, ¿cómo reaccionaría?

Se apartó con impaciencia del cristal salpicado de gotas de lluvia y dejó el vaso en la mesa auxiliar, la cual formaba parte del mobiliario del apartamento amueblado que había alquilado y en el que esperaba quedarse poco tiempo.

Sabía cuál sería la reacción de Kyla. La furia, el desprecio, el odio. No eran emociones que quisiera ver en sus ojos marrones cuando lo miraba.

Fue al dormitorio y se desnudó. Las cicatrices moradas que recorrían su pierna izquierda eran lo mínimo que se merecía, pensó con aversión hacia sí mismo. Se merecía que lo echaran a los tiburones por no haberse identificado cuando se habían encontrado en el centro comercial.

¿Se lo diría la próxima vez que la viera?

No. ¿De qué servía hacer en la oscuridad promesas que no podía cumplir? No iba a decírselo. Todavía no. No hasta que…

Tendido en la cama, allí solo, contemplaba cómo la lluvia caía contra los cristales arrancando reflejos plateados. Pensaba en ella, en el beso.

– Dios santo, el beso -gimió.

Tenía una boca tan deliciosa. Cálida, húmeda y sedosa. A pesar de la reticencia que había mostrado, él sabía que debajo se escondía una naturaleza apasionada.

Ya sabes cómo me ha gustado siempre la lluvia. Hoy está lloviendo, una de esas trombas de agua que parece que no van a acabar nunca, como si el sol se hubiera olvidado de nosotros. No la estoy disfrutando. Estoy deprimida. Las gotas de lluvia no son alegres, gotas danzarinas que bailan y caen en los charcos, son plomizas, ominosas, caerían sobre mí como una cota de malla si saliera fuera.

Me he dado cuenta de cuál es la diferencia. La lluvia es algo para compartir. No hay nada más acogedor que ponerse al abrigo de la lluvia con alguien a quien quieres. No hay nada más solitario que un día de lluvia sin compañía.

Cuando Trevor llegó a esa carta concreta, dejó caer su mano sobre el pecho y dejó escapar un quejido. Con el beso que habían compartido todavía presente, murmuró unas palabras en la oscuridad.

– Si tú quisieras, Kyla, compartiría contigo la lluvia. Lo compartiría todo.

– ¡Pero es una locura!

– No quiero hablar de ello, Babs.

– Porque sabes que estás equivocada. Porque sabes que eres una cabezota.

– No es cabezonería -afirmó Kyla-. Es sentido común.

Estaban lavando los platos del desayuno. Babs era tan transparente como el trozo de celofán que envolvía las galletas que habían sobrado. Su aparición tan temprano, un domingo por la mañana, no tenía precedentes. En cuanto había traspasado la puerta de entrada, había comenzada a acribillar a preguntas a Kyla sobre su cita con Trevor.

– No puedo creer que no quieras volver a salir con él.

– Pues créelo.

– ¿Por qué no?

– Eso sólo me importa a mí.

– Y como eres mi mejor amiga, a mí también.

Kyla colgó el trapo de la cocina en la barra de la pared y se dio la vuelta para encararse con Babs.

– Déjalo ya, Babs. ¿Es que no tienes bastante con tu propia vida para distraerte?, ¿tienes que meterte en la mía también? -salió de la cocina y fue hacia la escalera. Su amiga la siguió.

– Mi vida amorosa no necesita ayuda. La tuya está en un punto crítico.

Kyla se detuvo en un escalón y se giró en redondo.

– Yo no tengo «vida amorosa»…

– A eso precisamente me refiero.

– … ni quiero tenerla -subrayó Kyla.

– De acuerdo. Borra la palabra «amorosa» y pon «sexual». Hablamos entonces de tu vida sexual.

Kyla siguió subiendo la escalera.

– Eso es repugnante.

Babs la agarró de un brazo para obligarla a detenerse.

– ¿Repugnante? ¿«Repugnante»? ¿Desde cuándo tener una vida sexual sana es repugnante? Tú antes tenías una.

– Es cierto -dijo Kyla, sacudiendo el brazo para liberarse-. Con el hombre que quería, con mi marido, que me quería y me respetaba. Como debe ser -los ojos se le llenaron de lágrimas y se apresuró a subir los escalones que quedaban antes de que Babs se diera cuenta de que estaba llorando.

Los Powers se habían ido a la catequesis de la parroquia. Kyla iba a reunirse con ellos a la hora del servicio religioso. Se habían llevado a Aaron.

Cuando Babs entró en el dormitorio de Kyla, ésta estaba quitándose la bata. Sacó un vestido del armario y se lo puso. Más relajada, Babs se sentó en el borde de la cama.

– Ése es el ideal -reconoció malhumorada-, pero no todos tenemos esa suerte, Ky. Cada uno hace lo que puede.

– Lo que tenía era perfecto. No quiero menos.

– ¡Por Dios, mira a ese hombre! Trevor Rule es perfecto, no se puede pedir más.

Oír su nombre en voz alta hizo que a Kyla le temblara la mano con la que se estaba poniendo un pendiente. No hacía falta mucho para alterarla esa mañana, se había pasado la noche llorando. Al ver la foto de Richard en la mesilla había empezado a reprocharse su traición. Había jurado mantener vivo a su marido muerto, al menos en su corazón. Y salir con Trevor Rule, había descubierto, amenazaba su propósito de mantener aquella promesa.

Para rebatir el argumento de Babs, respondió:

– ¿Y cómo sé que es tan perfecto? Lo conozco desde hace sólo una semana. No sé nada de él.

– Sabes lo guapo que es. Que es considerado, que tiene un coche bonito, aunque un poco aburrido, que es ambicioso, que es el tipo de hombre al que adoran los niños y las personas mayores, que…

– De acuerdo, lo he entendido. Aparte de lo de que es guapo, podrías estar describiendo a cualquier hombre. Y yo no quiero casarme con ninguno.

– ¿Quién ha hablado de casarse? -gritó Babs-. Estoy hablando de divertirse, de salir -levantó la vista hacia Kyla maliciosamente-. De irse a la cama juntos.

El beso, el beso, el beso, recordó Kyla. Maldito fuera aquel beso íntimo y evocador. ¿Por qué lo había permitido?, ¿por qué no podía olvidarlo? ¿Por qué tenía que haber sido tan maravilloso?

– No digas tonterías -con agitación, guardó varios pañuelos de papel en el bolso. Invariablemente, Aaron salía de la guardería de la iglesia con las manos pegajosas-. Ya ni siquiera pienso en el tema.

– Mentirosa.

Kyla giró la cabeza.

– Quizá no lo hagas conscientemente -prosiguió Babs-, pero claro que lo piensas. Ky, no puedes enterrar tu propia sexualidad porque tu marido haya muerto. No es un par de calcetines que decides no volver a ponerte, es parte de ti, y tendrás que aceptarlo.

– Ya lo he aceptado.

– No lo creo.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque te has puesto pendientes de distinto par.

Kyla se miró al espejo con incredulidad. Babs tenía razón. Exasperada, se los cambió.

– Eso no prueba nada.

Babs se levantó de la cama y se acercó a su amiga.

– Ya sé que querías mucho a Richard. No trato de decirte que lo olvides.

– Nunca lo olvidaré.

– Ya lo sé -reconoció Babs con voz amable, la más amable esa mañana-. Pero Richard murió y tú estás viva. Y estar viva no es un pecado.

– Voy a llegar tarde a la iglesia -dijo Kyla como para rebatir las palabras de su amiga.

Babs le dio alcance en la puerta de entrada.

– Entonces ¿sí o no?

– Sí o no ¿qué? -preguntó Kyla, revisando su peinado por última vez en el espejo del vestíbulo.