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– Eh, eh… Mejor hacer las cosas bien.

– En ese caso, mejor ir en mi coche.

– ¿Me dejas conducir a mí?

Ella sonrió y le puso las llaves en la mano que tenía libre.

– ¿Cómo va la casa? -preguntó Kyla una vez que Aaron estuvo atado en su sillita y estaban en marcha.

Trevor había tenido que echar el asiento del conductor hacia atrás para que le cupieran las piernas. Conducía como la otra vez, sujetando el volante sólo con la mano izquierda. Pero esa vez tenía la derecha extendida sobre el respaldo del asiento. Sus dedos casi tocaban el hombro izquierdo de Kyla.

– Muy bien. Tu idea para la cocina es genial. Incluso al arquitecto le ha gustado, no entendía cómo no se le había ocurrido a él mismo.

– El entorno es precioso. Sería una pena no disfrutar de esos árboles al máximo.

– Por eso elegí ese sitio.

…una casa sin un árbol no es nada. Yo preferiría vivir en una cabaña en lo alto de un árbol, como los Robinsones suizos, antes que en un palacio que sólo tuviera cemento alrededor.

Ted y Lynn Haskell eran ambos muy alegres. Kyla y Aaron, que fue recibido con mucha expectación, entraron en el ambiente ruidoso de los hogares felices. La casa era muy bonita. Kyla incluso sintió una envidia sana de las preciosas habitaciones que Lynn le mostró a petición suya.

La pareja tenía dos niños tan guapos y tan agradables como los padres. La mayor, una niña de siete años, tomó a Aaron bajo su protección y lo mantuvo entretenido mientras los hombres se ocupaban de la barbacoa en el patio. Lynn aceptó el ofrecimiento de Kyla para ayudar en la cocina.

– Trevor nos ha contado que perdiste a tu marido.

Las manos de Kyla dejaron de cortar lechuga. ¿Habían estado hablando de ella? Lynn notó la tensión.

– No soy una cotilla, Kyla. Ni Trevor tampoco. Yo le pregunté y me dijo que tu marido había muerto, pero no me dio detalles. Si te sientes incómoda hablando de esto, cambiamos de tema inmediatamente.

Trevor no podía darle más detalles porque no sabía cómo había muerto Richard. Era curioso que no le hubiera preguntado nada al respecto. Kyla miró a Lynn.

– Richard murió al día siguiente de nacer Aaron.

– Dios mío -dijo Lynn, y dejó en la encimera el bol de ensalada de patata que acababa de sacar del frigorífico-. ¿Qué pasó?

Kyla le relató lo sucedido.

– Todavía no hace dos años.

Lynn miró hacia fuera, al patio, donde los hombres estaban tomando unas cervezas mientras asaban los filetes y los niños chapoteaban en la piscina inflable. Mientras miraba, vio que Aaron se inclinaba sobre el agua y metía dentro la cabeza. Aparentemente, era más de lo que pretendía. La sacó inmediatamente escupiendo agua. Al cabo de apenas un instante, Trevor estaba a su lado, arrodillado junto a la piscina, secándole la cara con una toalla y dándole palmaditas en la espalda.

– Parece que Trevor y Aaron ya son amigos. ¿Cuánto tiempo lleváis viéndoos?

– Nos conocemos desde hace sólo dos semanas. No somos más que amigos. ¿Qué aderezo le pongo a la ensalada? -cuando se dio la vuelta para mirar a su anfitriona, ésta la estaba estudiando con expresión divertida-. ¿Qué pasa?

Lynn se rió.

– Nada. Que si lo que Ted dice de Trevor Rule es verdad, será mejor que te andes con cuidado.

– ¿Por qué? ¿Qué dice Ted?

– Que Trevor es ambicioso, que no le tiene miedo a nada, que los negocios por los que ha apostado hasta ahora han salido siempre bien… En otras palabras, que consigue lo que quiere -sonrió y esbozó una sonrisa cómplice-. Por la manera en que te miraba la otra noche, en la cena, yo diría que ese hombre va detrás de ti. Si no quieres que te atrape, será mejor que corras deprisa -sacó dos latas de cerveza del frigorífico y le pasó una a Kyla-. Vamos, me parece que ahí fuera agradecerán otra cerveza.

Trevor había sacado a Aaron de la piscina. Estaba en cuclillas y tenía al niño entre sus rodillas. Lo estaba secando enérgicamente con una toalla, como si fuera algo que hiciera todos los días. Kyla abrió la lata de cerveza y se la pasó.

– Si prefieres, me ocupo yo.

Trevor levantó la mirada. Su sonrisa era de infarto. Dio un sorbo de cerveza y lamió la espuma que le había quedado en el bigote.

– Todo va estupendamente. Gracias por la cerveza.

– De nada.

Nerviosa, se dio la vuelta justo cuando Lynn le estaba pasando la lata a su marido.

– Gracias, cariño -dijo Ted, y le dio una palmadita a Lynn en el trasero. Su mano se quedó allí y jugueteó un poco antes de retirarse.

Lynn se inclinó y posó un beso en la coronilla de su marido.

Kyla sintió una soledad más profunda que cualquiera que hubiera experimentado antes.

– La casa está a oscuras -comentó Trevor mientras estacionaba el coche de Kyla en la entrada del garaje.

– Supongo que mamá y papá todavía no habrán vuelto -era raro que no hubieran regresado todavía. Habitualmente, las partidas de dominó no duraban más allá de las once y ya eran casi las doce. Sospechaba que estaban retrasando su vuelta premeditadamente.

– Tendríais que habernos dado la revancha a Ted y a mí.

– Los hombres nunca ganan a las mujeres en juegos de palabras.

– ¿Cómo es eso?

– Las mujeres son más intuitivas que los hombres.

– Mi intuición me dice que Aaron se ha quedado dormido en tu hombro.

– Esta vez has acertado.

Aaron, que se había quedado dormido en el sofá del salón de los Haskell, no se había puesto muy contento cuando lo habían levantado de allí para volver a casa. Para evitar una rabieta, contraviniendo sus normas de seguridad, Trevor había aceptado que el niño viajara en brazos de Kyla en vez de meterlo en la sillita.

Bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta a ella.

– ¿Tienes la llave en el bolso?

– En la cremallera lateral.

La encontró cuando ya llegaban a la puerta de la casa. Maniobrando con la llave, el bolso de Kyla y la bolsa con las cosas del niño, consiguió arreglárselas para abrir la puerta y dejarla pasar.

– Gracias, Trevor. Me lo he pasado muy bien.

– No voy a dejaros a Aaron y a ti en una casa vacía a esta hora de la noche.

No había lugar a discusión, aunque a Kyla le resultaba incómodo tenerlo allí, precediéndola escaleras arriba, en la casa a oscuras. Trevor encendió la luz de mesa del cuarto de Aaron. Éste seguía dormido. Ella lo puso en la cuna.

– ¿Puedes desvestirlo sin que se despierte?

– Me parece que le voy a dejar la camiseta. Me da miedo que se despierte y crea que es hora de desayunar.

Trevor emitió una risa ahogada mientras dejaba la bolsa del bebé encima de la mecedora. Contempló, fascinado, la habilidad de Kyla para sacarle los zapatos y los calcetines.

Sin despertarlo, le bajó los pantalones y se los quitó. Las manos de Kyla fueron mecánicamente hasta las bandas adhesivas que sujetaban el pañal, y se quedaron allí quietas.

Se había dado cuenta de que él estaba detrás de ella, observando la operación. La habitación parecía haber encogido, como si apenas quedara sito para los dos. Había tensión en el ambiente. Hacía calor, casi bochorno. La casa estaba en completo silencio.

Era una tontería. Era ridículo, se dijo ella. Aaron era un bebé, no estaba sexualmente desarrollado. Pero el hombre que estaba a su lado sí, y quitarle el pañal a Aaron con Trevor a su lado suponía una intimidad entre ellos que la hacía sentirse violenta.

Al parecer, él reparó en que sus dedos hábiles se habían vuelto de pronto torpes e ineficaces, porque se aclaró la garganta y se alejó.

Kyla cambió el pañal al niño más deprisa de lo que lo había hecho en su vida. Éste, milagrosamente, no se despertó. Trevor estaba apoyado en el marco de la puerta cuando ella se dio la vuelta, después de tapar a Aaron con una mantita fina y apagar la luz.

– ¿Todo en orden?

– Sí. Tenía mucho sueño. Me parece que voy a comprarle una de esas piscinas inflables.