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Empezó a bajar la escalera. Notaba una tensión en el pecho y nervios en el estómago. Le entraron ganas de hablar alto para quebrar el silencio que envolvía la casa en la oscuridad.

Uno de los escalones gimió bajo el peso de Trevor. Éste se rió.

– Hay un escalón que cruje.

– Me temo que varios -Kyla suspiró al recordar una situación que en realidad nunca olvidaba del todo-. Mis padres soñaban con vender esta casa cuando papá se jubilara. Querían comprar una de esas caravanas modernas y recorrer el país.

– ¿Y por qué no lo han hecho?

– Porque mataron a Richard.

Trevor no dijo nada, aunque ella notó que vacilaba antes de seguir bajando.

– Me he convertido en una carga para ellos.

– Estoy seguro de que tus padres no lo ven de ese modo.

– Pero yo sí -notó que él se había parado a mitad de la escalera. Se volvió para mirarlo. Estaba varios escalones más arriba.

– ¿Por qué no la venden ahora?

– No quieren que Aaron y yo vivamos solos. Además, el mercado inmobiliario en esta zona de la ciudad ya no es lo que era. A menos que el barrio se revalorice, no sacarían mucho si la vendieran ahora.

– Todo eso te preocupa, ¿verdad? No quieres que se sientan responsables de ti.

Ella sonrió con pesar.

– Siento que no hayan podido cumplir su sueño por causa mía.

Se miraron el uno al otro. Se hizo el silencio, como si cayera un telón. Aunque Trevor había encendido una luz en el vestíbulo, el resto de la casa estaba a oscuras.

El lado derecho de su cara estaba iluminado. Ella notó que él estaba en tensión a pesar de que sus cuerpos no se tocaban. El pelo, muy negro, arrojaba sombras sobre su cara. Delgado, moreno, intenso, era como el héroe de una novela gótica. No representaba una amenaza física, pero no por ello resultaba menos peligroso. Lo que debería haber parecido siniestro era en realidad atrayente.

La hacía temblar.

– No te entretengo más, te acompaño a la puerta -dijo Kyla apresuradamente, sin aliento, y continuó bajando.

Sólo había descendido un escalón cuando notó los dedos de Trevor en el pelo, capturando sus cabellos. Un quejido surgió de su garganta, pero no tenía escapatoria. La mano de Trevor se cerró en torno a su pelo y lo sujetó con decisión. Luego, sin soltar, la obligó a girar la cabeza hacia atrás y, finalmente, a darse la vuelta en el escalón.

Con la otra mano la hizo subir y bajó la cabeza. Posó su boca sobre la de ella con fuerza y la estrechó contra sí.

Las manos de Kyla intentaban en vano empujarlo, separarlo de ella, pero el pecho de Trevor era recio como una pared. El corazón le latía con fuerza y el eco de esos latidos le retumbaba en la cabeza. ¿O era el corazón de Trevor? En lo único en lo que podía concentrarse era en el roce de su bigote y en la firme presión de sus labios.

Cuando él levantó la cabeza, ella jadeó.

– No, Trevor, por favor.

– Abre la boca.

– No.

– Bésame.

– No puedo.

– ¿De qué tienes miedo?

– No tengo miedo.

– Entonces bésame. Quieres hacerlo, lo sabes.

Su boca volvió a reclamar la de ella. Esa vez no halló resistencia. Sus labios se separaron y los de Kyla, obedeciendo a un deseo más fuerte que ella misma, respondieron. Luego la lengua de Trevor penetró en la boca de Kyla, explorándola como había hecho la otra noche. La besó profundamente. Cuando se separaron estaban jadeando, sin aliento.

Él posó su boca abierta en la curva de la garganta de ella, apasionadamente.

– No, no -dijo Kyla. Su voz no le parecía la suya, casi no podía reconocerla.

– No puedo creer que esté besándote.

– Por favor, no sigas.

– Y que tú me estés besando a mí.

– No te estoy besando.

– Claro que sí, cariño.

La boca de Trevor se frotó contra la piel de su garganta y la llenó de besos leves, diminutos. Luego posó un beso apasionado en la base de su garganta, un punto sensible.

– Tu piel, Dios, tu piel -con la mano le acariciaba la espalda desnuda. Sus dedos se deslizaban entre las tiras del vestido y la estrechaban contra sí. Ella notaba algo duro que se clavaba en su abdomen. Se dijo que era la hebilla del cinturón.

No obstante, se abrazó a él. En ese instante, era la única realidad que había en el mundo. Ni siquiera recordaba cómo habían acabado allí, cuando de pronto sintió los dedos de Trevor enredados en su pelo. Su boca respondía otra vez con sensualidad bajo la de él.

– ¿Es posible que me desees?

– Trevor…

– Porque yo te deseo.

Alarmada, ella apartó su boca de aquellos besos tan fogosos.

– No, no se te ocurra ni pensar que…

Él le enmarcó el rostro entre las manos.

– No se trata únicamente de sexo, Kyla. Quiero más que sexo. Ya sé que todo esto es algo repentino, pero me he enamorado de ti.

* * *

Huntsville, Alabama.

Habían comprado una casa nueva con ocasión de su quinto aniversario y ése era el día de la mudanza.

La casa estaba patas arriba. Había cajas por todas partes.

– ¿Cómo hemos podido acumular tantas cosas inútiles? ¿Has acabado de revisar el desván? -cuando la mujer no obtuvo respuesta a su pregunta, giró la cabeza para ver qué era lo que había capturado la atención de su marido. Éste estaba mirando unas fotos, las estudiaba una a una detenidamente-. ¿Qué es eso, cariño?

– ¿Mmm? Ah, unas fotos que saqué en El Cairo.

Ella se estremeció y se dirigió hacia él. Cerró los brazos en torno a sus hombros desde detrás, inclinó la cabeza y miró la foto.

– Cada vez que pienso lo cerca que estuve de perderte, siento escalofríos. ¿Cuántos días antes del atentado te marchaste de allí?

– Tres -dijo con solemnidad.

– ¿Quiénes son ésos que están contigo? -preguntó con dulzura, y señaló la foto que él estaba mirando en ese instante. Ella sabía que a menudo pensaba en sus compañeros de la embajada, especialmente en los que habían muerto.

– El de la izquierda era Richard Stroud.

– ¿Era?

– No se salvó.

– ¿Y el otro?

Su marido sonrió.

– Trevor Rule, el demonio en persona. Muy guapo. Un chico de Harvard, de familia distinguida, pero él era un juerguista. Lo llamábamos Besitos. Tenía un harén que sería la envidia de cualquier sultán.

– ¿Sobrevivió?

– Lo sacaron con vida, pero gravemente herido. No sé si conseguiría sobreponerse a las heridas.

– ¿Vas a guardar la foto?

– ¿Te parece que debería?

– ¿Stroud estaba casado?

– Sí, ¿por qué?

– Si esa foto no representa mucho para ti, ¿por qué no se la mandas a la viuda? Seguro que le gustaría tenerla. Parecéis los tres muy felices, como si os lo estuvierais pasando bien.

– Besitos acababa de contar uno de sus famosos chistes verdes -se echó hacia atrás y le dio un beso a su mujer-. Buena idea. Se la mandaré a la viuda de Stroud. Si logro dar con ella.

Tiró la foto dentro de la caja de recuerdos que iban a llevarse a la casa nueva.

Siete

¿Repentino? ¿Era eso lo que había dicho? «Ya sé que todo esto es algo repentino, pero me he enamorado de ti». La palabra «repentino» apenas daba idea de la bomba que contenía semejante afirmación. A la mañana siguiente, cuando Kyla volvió a pensar en lo ocurrido, seguía sin poder creer que hubiera dicho aquellas palabras.

Había dado gracias al cielo por que sus padres hubieran aparecido apenas unos instantes después. Ella estaba paralizada por lo que Trevor acababa de decir, y había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para mostrarse natural con sus padres. Les había dicho que acababan de llegar y que bajaban de acostar a Aaron y que no, que no habían interrumpido nada.