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– Sí, lo sé -admitió-. Sigues enamorada de Richard.

Ella estuvo tentada de tocarlo y tímidamente le puso una mano encima de la rodilla.

– ¿Tienes la esperanza de que cambie y de que con el tiempo me enamore de ti?

– ¿Crees que es posible?

Ella retiró la mano.

– Nunca querré a nadie como quería a Richard.

– Yo te quiero a pesar de todo.

– ¿Cómo es posible que quieras malgastar de ese modo tu vida? ¿Por qué quieres casarte con una mujer que sabes que no te ama y nunca te amará?

– Deja que yo me preocupe de los porqués. ¿Quieres casarte conmigo?

– Eres un hombre muy atractivo, Trevor.

Él esbozó una amplia sonrisa.

– Gracias.

Ella se exasperó.

– A lo que me refiero es a que dentro de seis meses, o la semana que viene, o mañana, a lo mejor conoces a otra mujer, una que se enamore de ti.

– No me interesa.

– Pues debería interesarte.

– Mira -dijo él pacientemente-, aunque esa supuesta mujer apareciera y me diera un pellizco en el trasero, no me inmutaría. Ya he conocido a una y quiero casarme con ella.

– Pero si casi no me conoces…

Te conozco tan bien como es posible conocer a otra persona. Sé que te gustan los balancines en el porche, los tragaluces en el techo y las casas rodeadas de árboles. Sé que cuando estabas en el instituto saliste con un chico llamado David Taylor que te partió el corazón. Debajo del brazo derecho tienes unas pecas que dices que son de nacimiento. Y dices que tienes el pecho demasiado pequeño, que te da un poco de vergüenza. Pero a mi me parece que es precioso y estoy deseando volver a verlo, a tocarlo con las yemas de los dedos y la lengua.

Trevor se aclaró la garganta y se revolvió incómodo en el balancín. Ese fragmento de la última carta que Richard no había llegado a enviar a Kyla había acudido de pronto a su memoria.

– No creía en los flechazos hasta que te vi ese día en el centro comercial. Me pareciste muy guapa, pero había algo más. Me gustó la manera como hablabas a Aaron y como le tendías los brazos -sonrió de lado-. Si no se le hubiera ocurrido meterse en la fuente, me hubiera inventado un modo de conocerte -se acercó a ella-. Cásate conmigo, Kyla. Viviremos en esta casa.

– ¡En esta casa! -exclamó ella-. ¿Has terminado la casa con la intención de que vivamos juntos aquí?

Contento de haber conseguido sorprenderla, Trevor preguntó:

– ¿Por qué crees que he prestado tanta atención a los detalles?

Tras ellos, más allá de los ventanales que daban al porche trasero, Kyla vio las habitaciones ordenadas. No podían ser más de su gusto, como si ella misma las hubiera concebido.

– Tenemos un gusto increíblemente parecido. Es una casa preciosa, Trevor, pero ésa no es una razón para casarse.

– Todavía no es más que una casa, pero quiero que sea un hogar. Un hogar para nosotros. Para Aaron, para ti y para mí.

La idea surgió de pronto en la mente de Kyla. Trevor quería una esposa y un niño. Ahora bien, ¿por qué un hombre con el encanto y el físico de Trevor, un hombre que podía darse el lujo de elegir a cualquier mujer, quería casarse con una viuda con un hijo? A menos que no pudiera tenerlos de otro modo.

¡Claro! Las discapacidades de Trevor no estaban a la vista. Quizá lo que más lo atraía de ella era que no podía ni quería corresponderle. Quizá lo que deseaba era una esposa sin exigencias físicas. Quizá para poder formar su propia familia, no tuviera más remedio que casarse con una mujer que ya tuviera un hijo. En cierto modo, tal vez sólo se tratara de un matrimonio de conveniencia.

– Trevor -empezó a decir. Vaciló-. Cuando tuviste el accidente…

– ¿Sí?

– ¿Tú…?

– Yo ¿qué?

– Lo que quiero decir es… ¿Eres…?

– Si soy ¿qué?

Ella respiró hondo.

– ¿Puedes, digamos, estar con una mujer? -tenía un nudo en la garganta. Hizo acopio de valor y levantó los ojos hacia él.

– Tú me has besado, ¿no? -preguntó él con voz profunda.

– Sí.

– Te he abrazado.

– Sí.

– Te he estrechado contra mí.

– Sí.

Ella apartó la mirada y, como no decía nada, él insistió.

– Bueno, ¿y…?

Ella bajó la vista.

– Pensaba que a lo mejor querías casarte con una viuda con niño porque tal vez después del accidente no podías… -cada palabra que salía de su boca reverberaba en su cuerpo y seguía vibrando, como la cuerda de una guitarra después de que los dedos se hubieran retirado.

– Para que después no haya malentendidos, te digo desde ahora que este matrimonio implicaría lo que implica toda relación sentimental. Quiero ser tu marido en todos los sentidos de la palabra. Te quiero en mi cama, Kyla. Quiero hacer el amor contigo. A menudo. ¿Entiendes?

Ella asintió con la cabeza como si estuviera hipnotizada. Ninguno de los dos sabía cómo la mano de Trevor había llegado hasta su nuca, pero ambos se dieron cuenta a la vez. Estaban sentados muy tiesos. Él la miraba fijamente con su ojo verde y su cara se acercó a la de Kyla. Ésta cerró los ojos en el instante en el que notó el roce de su bigote en los labios.

Qué desperdicio, pensó Kyla mientras él enredaba los dedos en su pelo. Qué vergüenza que desperdiciara un beso como ése con una mujer que ni podía ni quería amarlo. Qué lamentable que unos labios tan ferozmente posesivos y, al mismo tiempo, dulcemente persuasivos, tanto como para que ella separara los suyos como si lo estuviera deseando, no estuvieran besando a una mujer que lo correspondiera con la misma pasión.

Ella llevó las manos hasta sus hombros con el fin de que el balancín dejara de moverse y su universo no se tambaleara.

Con el brazo que tenía libre, Trevor le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí. Un gemido grave y muy masculino surgió de su garganta cuando su lengua penetró entre los labios de Kyla y saboreó la boca de ésta

Ella tenía dificultades para contener sus propios gemidos. Los movimientos de la lengua sedosa de Trevor le hacían pensar en lo lamentable que era que ese beso no fuera disfrutado por una mujer que pudiera apreciarlo.

Entonces cayó en la cuenta de que ella daba señales de estar apreciándolo vivamente. Su espalda curvada presionaba sus senos contra el pecho de Trevor. Sus manos se aferraban a la tela de la camisa de éste con desesperación. Su lengua respondía a los embates de la de él.

Se apartó de golpe y notó que le faltaba el aliento. Se puso de pie rápidamente, preguntándose si las rodillas la sujetarían. Temblaban.

– Tengo que irme.

A Trevor también le faltaba el aliento, a juzgar por el sonido áspero que salía de su garganta.

– De acuerdo -dijo él sin discutir. Le costó ponerse de pie. Una mirada rápida y furtiva a su regazo hizo que Kyla se riera de sus especulaciones de hacia apenas unos momentos.

Casi corriendo, recorrió la casa en sentido inverso y se detuvo a esperarlo en la puerta principal. Agradecida, se hundió en el asiento delantero del coche cuando él le abrió la puerta, pues estaba segura de que las piernas podían fallarle en cualquier momento.

Trevor no intentó charlar y ella se sintió aliviada. Quizá el calor del verano lo hubiera trastornado y fuera la causa de su proposición. Tal vez sólo estuviera bromeando. Quizá ya estuviera lamentando haberle pedido que se casara con él.

Pero se dio cuenta de que no era así cuando él apagó el motor del coche delante de la casa de sus padres y se giró hacia ella con el brazo apoyado en el respaldo.

– Kyla -dijo en un tono ardiente que no se prestaba a interpretaciones.

A ella la impresionó notar el sabor de Trevor cuando se humedeció los labios.

– No merece la pena que volvamos a hablar del tema. No puedes estar hablando en serio.

– Kyla -esperó hasta que ella volvió la cabeza y lo miró-. Hablo en serio. ¿Crees que te habría besado así si no hablara en serio?