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– No lo sé -dijo ella, desesperada.

Él se rió, le pareció divertido.

– He besado a muchas mujeres, pero nunca le he pedido a nadie que se case conmigo. Te aseguro que es verdad -le tomó una mano, se la llevó a los labios y le besó la palma-. Sé que esto te ha pillado por sorpresa, no espero que me respondas esta noche, pero prométeme que lo pensarás. Piensa lo que podría representar para Aaron y para ti que nos casáramos. Y para tus padres. Consúltalo con la almohada.

Trevor Rule jugaba sucio, pensó Kyla enfadada mientras revisaba por enésima vez el reloj digital que reposaba en la mesilla. Había visto pasar, una tras otra, las horas de esa noche interminable, y ella era la única responsable de su insomnio.

Por alguna razón, su cuerpo se negaba a relajarse. Estaba agitada, sus sentidos respondían al más mínimo estímulo. ¿Alguna vez sus piernas había sentido el roce de las sábanas de ese modo? Si así era, ¿por qué entonces se frotaban contra ellas como si fuera una satisfacción nueva? ¿Y por qué ese viejo camisón de algodón le irritaba los senos? ¿Por qué esa noche sus pezones eran sensibles a cada roce de la tela?, ¿por qué necesitaban alivio? Y ¿por qué cada vez que pensaba en aliviarlos se imaginaba los labios de Trevor besándolos?

Se juró repetidamente que esas manifestaciones de su cuerpo no tenían nada que ver con el beso. ¿Iría a vernirle la regla? Ésa podía ser la causa de la tensión que notaba en la zona genital. ¿Sería una intoxicación, y por eso la piel le ardía y ansiaba caricias?

– No estoy excitada.

Su cuerpo le decía otra cosa.

Maldito fuera Trevor por usar esas armas. Sabía bien qué tecla había que tocar. Sutilmente le había sugerido que no casarse con él sería egoísta por su parte.

Muy bien, haría de abogado del diablo.

Sería «bueno» para sus padres. Se sentirían libres de hacer sus propios planes al saber que Trevor cuidaba de Aaron y de ella.

Y sería bueno para Aaron, Todo niño necesitaba un padre. Clif Powers había ocupado ese lugar en la vida de su hijo hasta el momento, pero ¿hasta cuándo podría acompañarlo? ¿Tendría la salud y la energía suficientes para jugar con él al fútbol o al baloncesto dentro de unos años, para ir a pescar con él y acampar al aire libre, y para realizar tantos y tantos esfuerzos físicos como un hombre hacía con un hijo?

¡Pero Aaron tenía un padre!, se reprochó Kyla. Richard Stroud era su padre. Había prometido mantener vivo el recuerdo de Richard y estaba decidida a cumplir su promesa. Haría falta algo más que las maneras suaves de Trevor y su labia para que lo olvidara.

Además, una mujer no debía casarse por el bien de los que la rodeaban, por muy atractivo que fuera el hombre en cuestión. Trevor Rule era atractivo y sería un buen marido. Era consciente de sus progresos en la comunidad. Los periódicos hablaban de él con frecuencia. Obviamente era un hombre íntegro, honrado en los negocios y respetado por sus ideas innovadoras en lo que se refería al desarrollo comercial. Físicamente…

No, sería mejor no pensar en sus atributos físicos. La idea poco inspirada de que el accidente hubiera supuesto su mutilación genital había quedado refutada en apenas unos momentos.

No, había que dejar de lado la atracción física. Cuando pensaba en eso, su entendimiento se nublaba y mediatizaba su juicio. El único modo de afrontar el problema era desde un punto de vista pragmático.

A eso fue a lo que se dedicó hasta que amaneció, cuando tomó finalmente una decisión. Encontraría una casa para Aaron y para ella. Se mudaría y sus padres serían libres de vender y seguir adelante con sus planes.

No haría falta casarse con Trevor. Económicamente era independiente. Cuando Aaron fuera creciendo se aseguraría de que se relacionara con otros niños de su edad y los padres de éstos. No necesitaba un hombre en su vida.

Sin embargo, suponía que debía darle las gracias a Trevor por su proposición y por empujarla a tomar decisiones que había ido posponiendo desde la muerte de Richard. Cuanto antes se lo dijera, mejor.

A la mañana siguiente, mientras sus padres se arreglaban para ir a la iglesia, hizo una llamada de teléfono. Él respondió al primer timbre.

– Hola, Trevor. Espero no haberte despertado…

– Difícil.

– He tomado una decisión. Yo…

– En seguida estaré ahí.

Colgó antes de que ella pudiera decir una palabra. Contrariada, puso el auricular en la base del teléfono. Habría sido más fácil decirle que no por teléfono y ahorrarle la embarazosa situación de un encuentro cara a cara.

En cuanto Aaron y ella estuvieron vestidos, sacó al niño fuera con un gran balón de playa. Sería mejor encontrarse con Trevor en el jardín delantero, así el asunto quedaría liquidado sin necesidad de que sus padres se enteraran.

Cuando había hablado con ella por teléfono, Trevor debía de estar con las llaves del coche en la otra mano, porque llegó al cabo de unos segundos. A Kyla le sorprendió verlo llegar con el traje oscuro. El sol arrancaba reflejos a su pelo negro. Dio una patada a la pelota de plástico y Aaron se lanzó en pos de ella.

– Buenos días -dijo.

– Buenos días.

Kyla estaba nerviosa. Iba a ser más difícil de lo que había imaginado. En vez de concentrarse en lo ridícula que era la idea de casarse con él, su mente no hacía más que regodearse en lo guapo que estaba. Recordaba el roce de su bigote en la palma de la mano, el modo en que él le había besado y acariciado el cuello.

– Trevor -empezó a decir. Se humedeció los labios rápidamente y entrelazó las manos húmedas de sudor-, yo…

De pronto apareció un perro, como caído del cielo, que empezó a dar saltos alrededor de Aaron, ladrando. Los saltos del esponjoso caniche blanco eran frenéticos y rápidos, y al niño debían de resultarle aterradores. Lo que para el caniche era un juego al niño le parecían ataques violentos.

Aaron empezó a gritar, pero sus gritos excitaban más al animal, el cual continuaba dando vueltas en torno a él. El niño avanzó varios pasos, sin mucha estabilidad, tratando de escapar, pero el perro cortó su avance. Se alzó sobre las patas traseras y puso las delanteras sobre los hombros de Aaron, el cual se cayó hacia atrás. Con tanta agilidad como pudo, se puso de nuevo en pie y corrió a ciegas buscando la salvación.

O no tan a ciegas. Sabía muy bien a quién elegir,y no fue hacia su madre. Corrió en dirección al hombre fuerte y alto, el cual se inclinó para alzarlo en brazos en cuanto el niño se refugió en sus espinillas.

Los bracitos gordinflones rodearon el cuello de Trevor. Aaron enterró la cara llena de lágrimas en su hombro. Trevor inclinó la cabeza hacia el niño y le acarició la espalda con suavidad.

– Está bien, scout. No pasa nada. Estás bien y no voy a dejar que te haga daño. El perrito sólo quería jugar contigo. Vamos, vamos, ya estás a salvo.

La dueña del perro, una mujer corpulenta de mediana edad, venía resoplando por la acera. Sujetó al caniche y le pegó en los cuartos traseros.

– Eres un desobediente. ¿Por qué has asustado así al niño? -alzó al caniche, se lo puso debajo del brazo y se acercó a ellos-. ¿Está bien su hijo? -preguntó a Trevor.

– Está bien. Sólo un poco asustado -Trevor seguía frotándole la espalda a Aaron. El niño no se movía. Seguía con la cara escondida en el hombro de Trevor pero ya no lloraba.

– Lo siento. Le quité la correa y salió disparado como una bala. No muerde, es que le encanta jugar.

– Aaron se ha agobiado -la mano enorme de Trevor cubría la cabeza del niño y la sujetaba con pulso seguro contra su cuello.

– Lo siento -repitió la mujer y siguió andando sin dejar de regañar al perro.

Trevor le dio a Aaron una palmadita en la espalda. Le frotó la mejilla con su bigote y le dio un beso en la sien.

– No pasa nada. Sólo…

Se interrumpió al ver la cara de Kyla. Estaba junto a él y lo estaba mirando de un modo que le llamó la atención y lo dejó sin palabras. Tenía lágrimas en los ojos. Los labios le temblaban y estaban ligeramente separados. Lo miraba como si lo viera por vez primera.