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Por unos instantes, se quedaron con la mirada clavada el uno en el otro. Ni siquiera eran conscientes de que los Powers habían salido al porche para ver a qué se debía tanto alboroto. Meg empezó a bajar los escalones, pero Clif la agarró del brazo para detenerla.

Trevor, con Aaron todavía en brazos, alargó la mano izquierda y la puso bajo la barbilla de Kyla. Le acarició el labio inferior con el pulgar.

– Te hemos interrumpido. ¿Qué era lo que ibas a decirme?

En ese instante, ella sabía cuál iba a ser su respuesta. Aaron necesitaba un padre. Un padre vivo. Siempre recordarían a Richard, pero éste ya no estaba allí para protegerlo de los peligros cotidianos de este mundo, como los perros juguetones.

Estaba claro que Trevor quería mucho al niño. Aaron se había refugiado instintivamente en él. Era tierno, cariñoso, amable y generoso. ¿Dónde iba a encontrar ella a un hombre que estuviera deseando responsabilizarse de criar al hijo de otro, uno que estuviera deseando casarse con ella a pesar de saber que no lo amaba?

– Estaba a punto de decirte que me encantaría casarme contigo… si es que tú todavía quieres.

– ¿Si yo todavía quiero? -repitió con voz ronca-. Dios mío, sí, todavía quiero.

Se acercó más a ella y con el brazo libre la estrechó contra sí. Kyla no sabía cómo iba a reaccionar él. ¿Un apretón de manos para cerrar el trato?, ¿sacaría del bolsillo un preacuerdo matrimonial para que lo firmara? Lo que no se esperaba era aquel beso. Era domingo por la mañana. Estaban al aire libre, expuestos a las miradas de cualquier vecino que se aventurara a salir y de los motoristas que pasaban por allí.

Pero Trevor no la besó con decoro. Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, puso la boca sobre la de ella y la besó con fogosidad, de un modo muy masculino.

Kyla sintió un impacto en el abdomen, como si un puño la hubiera golpeado y enviara ondas de placer por todo su cuerpo. Vagamente, en algún lugar de su mente, la molestaba que Trevor siguiera sujetando a Aaron, pues eso impedía que la estrechara completamente entre sus brazos y, de ese modo, las sensaciones que la recorrían se completaran. Su feminidad entera ansiaba pleno contacto con aquel cuerpo robusto y viril. Quería que la llenara plenamente.

Cuando por fin él retiró la boca, ella se tambaleó ligeramente. Un brazo fuerte la sujetó. La hizo darse la vuelta y la guió hacia la casa. Vio a sus padres en el porche. Aaron estaba feliz; en el puño, bien apretado, guardaba un mechón de pelo de Trevor. Este sonreía de lado a lado y, cada pocos pasos, se reía.

– Señor Powers, señora Powers, Kyla ha accedido a casarse conmigo.

Meg se echó a llorar de alegría. Clif se apresuró a bajar los escalones y estrechó la mano de Trevor.

– Es maravilloso. Nos alegramos mucho. Nos…, en fin, nos alegra mucho. ¿Cuándo? -preguntó a su hija.

– ¿Cuándo? -repitió Trevor.

– Pues… no sé -una vez tomada la decisión, Kyla se sentía como si una ola enorme la arrastrara-. No me ha dado tiempo a pensarlo.

– ¿Qué te parece el domingo que viene? -sugirió Trevor-. Vengo vestido para ir contigo a la iglesia. Podemos hablar con el pastor después de misa.

– Es una idea estupenda -señaló Meg con entusiasmo-. Será aquí en casa, claro.

– Sí, ¿por qué esperar? -añadió Clif.

Sí, se dijo a sí misma Kyla, ¿por qué esperar? ¿Por qué había sentido el impulso de echar el freno? Hacía un rato, le parecía que casarse con Trevor era lo más adecuado, pero ahora se estaba dando cuenta de la dimensión de esa decisión. Aquello iba en serio. Pronto se convertiría en la señora Rule. ¿Qué diría la gente?

Babs no dejó dudas con su reacción. Tenía la costumbre de ir a comer con ellos los domingos. Llamó y Trevor fue a abrirle la puerta. Clif estaba dando vueltas a la manivela de la heladera casera, pues Meg había insistido en preparar helado de postre para celebrar la noticia. Kyla estaba dando de comer a Aaron para acostarlo después a dormir la siesta. Meg estaba cortando judías verdes. Trevor era el único que estaba disponible.

Babs se quedó mirándolo fijamente sin saber qué decir. Él empujó la puerta mosquitera y se hizo a un lado para dejarla pasar.

– Adelante. Están todos en la cocina.

Kyla no había contado a Babs su visita a la casa de Trevor. La última vez que éste y Babs se habían visto había sido hacía más o menos una semana, en el centro, cuando Kyla se había portado como una mema. De donde antes colgaba el cinturón de carpintero pendía ahora un trapo de cocina azul y blanco, con el pico sujeto por dentro de la cintura del pantalón. Trevor había insistido en ayudar a Meg en la cocina.

Babs lo siguió sin decir nada.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó a Kyla apenas hubo traspasado el umbral.

Los ojos de ésta pasaron de una cara a otra, pero como nadie parecía dispuesto a responder a Babs, le tocó hablar a ella.

– Trevor y yo vamos a casarnos.

Los ojos azules de Babs, muy abiertos, se posaron en Trevor. Éste sonrió.

– ¡Sorpresa!

– ¡Vais a casaros! -exclamó Babs. Cuando él asintió con la cabeza, se llevó las manos a las mejillas y luego le plantó un sonoro beso en los labios-. Dado que vas a casarte con mi mejor amiga, tengo todo el derecho del mundo a hacer esto.

Trevor se rió, la abrazó por la cintura y le devolvió el beso.

– Y yo también -dijo cuando la soltó.

Todos se rieron, incluido Aaron, que no entendía nada pero percibía la alegría que reinaba a su alrededor. Golpeó la bandeja de la trona con la cuchara que tenía en la mano.

El almuerzo transcurrió entre bromas y comentarios sobre el matrimonio y las bodas en general. Kyla no lograba acostumbrarse a la idea de que al cabo de menos de una semana fuera a casarse, ni tampoco al modo afectuoso como la trataba Trevor.

Estaba sentado a su lado y aprovechaba cualquier ocasión para tocarla. A menudo ponía el brazo alrededor de sus hombros. Las caricias brotaban espontáneamente de sus dedos, tanto como los besos de sus labios.

A Kyla no la molestaban aquellas muestras de afecto. Muy al contrario, se dio cuenta de que las anhelaba. La expectación se transformó en sentimiento de culpa. En lo que a ella respectaba era un matrimonio de conveniencia, ¿o no?

Trevor se quedó a pasar la tarde con ellos. Los puso al corriente de su pasado.

– Soy de Filadelfia, pero estudié en Harvard.

– ¿Tu made murió? -quiso saber Meg.

– Sí, hace algunos años. Le diré a mi padre que nos casamos, pero no creo que pueda venir avisándolo con tan poco tiempo.

– Es abogado, ¿no? -se interesó Clif.

– Sí, y es muy bueno. Fue una decepción para él que yo no quisiera seguir sus pasos, estudiar Derecho y hacerme socio en su bufete.

– Pero seguro que se alegrará de que te vaya tan bien en tu profesión -dijo Clif.

Trevor se quedó pensativo.

– Eso espero.

Por la tarde, toda la ciudad se había enterado de la noticia de su próxima boda.

– La señora Baker se ha ofrecido a hacer una fiesta para que todo el mundo te lleve su regalo.

Horrorizada, Kyla se apartó de la encimera de la cocina, donde estaba preparando unos sandwiches para sacar al porche.

– Ay, no, mamá. No quiero trastos. Por favor, da las gracias a todos los que llamen pero diles que no queremos regalos.

– Pero Kyla, todos se alegran mucho por ti.

Ella, inflexible, negó con la cabeza.

– No quiero fiestas. Nada. Por favor, ya he vivido todo eso una vez y es muy bonito, pero esta boda no es igual.

Meg la miró sin disimular su decepción.

– Muy bien, cariño, como tú quieras.

Sus padres, envueltos en una ola de romanticismo, nunca entenderían sus razones para casarse con Trevor. Tampoco estaba segura de que su futuro marido las comprendiera.