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Después de que él se despidiera de sus padres, lo acompañó al porche. En cuanto traspasaron la puerta mosquitera y los envolvieron las sombras, Trevor la tomó entre sus brazos y la besó.

Fue un beso íntimo y evocador, sus bocas se acoplaron. La lengua de Trevor empujaba la suya, las manos se deslizaron por su espalda hasta su cintura, treparon por las costillas y se cerraron sobre sus senos. Él gimió.

– Dios mío, no sé cómo voy a aguantar hasta el sábado por la noche -retiró las manos-. ¿Sabes cuánto deseo tocarte? Pero ahora no puedo; si empiezo, no podré parar hasta que los dos estemos desnudos y esté abrazándote, besándote la boca, el pecho…, todo el cuerpo.

Le susurró las últimas palabras al oído. Luego, la boca se deslizó por su cuello hasta la base de la mandíbula. El roce del bigote le resultaba muy placentero, era como si borrara todos los recuerdos y la dejara temblando, caliente y mojada. Si él hubiera querido estrecharla con más fuerza, ella habría consentido. Pero no lo hizo.

– Buenas noches, cariño.

Desapareció en la oscuridad. Mucho rato después de que las luces de su coche se hubieran desvanecido, Kyla seguía en el porche, temblando con la idea de la noche de bodas. Trataba de convencerse de que esos estremecimientos eran fruto de la aprensión.

Pero ni ella misma lo creía.

La semana siguiente todos estaban de un humor festivo. Desde la muerte de Richard, no había visto a sus padres tan animados. Era evidente que adoraban a Trevor y confiaban en que haría felices a su hija y su nieto. El entusiasmo de Babs era incontenible y, hacia mediados de semana, se había desbordado.

– Pero no necesito nada de esto -dijo Kyla al ver el salto de cama tan sexy que le mostraba Babs.

– Toda novia necesita este tipo de prendas. Aunque no duran mucho -dijo con una mueca. La insinuación hizo que Kyla sintiera nervios en el estómago.

– Tengo muchos camisones -objetó con voz apagada.

– Los conozco. No sirven para una luna de miel.

– No vamos a ir de luna de miel. No inmediatamente. Vamos a mudarnos a la casa de Trevor.

– Querrás decir a «vuestra» casa. Y sabes a qué me refiero cuando hablo de luna de miel. No hay que salir de Chandler para tenerla. Ni siquiera tienes que salir del dormitorio -se rió alegremente-. Yo misma he tenido varias. Así que cuál va a ser ¿el azul o el de color melocotón?

– Me da igual -respondió Kyla petulantemente, y los arrojó sobre la silla del probador-. Tú eras la que insistía en que necesitaba un camisón, elígelo tú.

– ¡Dios! -exclamó Babs, exasperada-. ¿Qué es lo que te ocurre?

Su amiga no la creería si se lo contara, se dijo Kyla, y no iba a hacerlo. Cuando uno estaba loco de atar, raramente iba anunciándoselo a sus amigos.

– Nada.

– Estás hecha una cascarrabias. Espero que después de pasar unos días en la cama con Trevor Rule mejore tu humor.

Se dio la vuelta para llamar al dependiente y no vio la expresión tensa de Kyla. A ésta le habría gustado dejarse llevar por el ánimo festivo de la ocasión, pero entusiasmarse con la boda sería una deslealtad hacia Richard. Nadie mencionaba su nombre esos días. Parecía que todos excepto ella lo hubieran borrado de su memoria.

Se aferraba a su recuerdo con más empeño que nunca, pero, inevitablemente, parecía que se le escapara. Notaba esos lapsos sobre todo cuando estaba con Trevor, que desempeñaba a la perfección su papel de novio.

Todas las tardes iban a comprar cosas para la casa. Trevor quería que le diera su opinión sobre cada detalle, desde batidoras hasta cojines. Era como si pudiera leerle el pensamiento, elegía siempre los muebles que a ella le gustaban más. Sus gustos coincidían plenamente. A menudo se sentía como Cenicienta, como si todos sus deseos le fueran concedidos. Él no reparaba en gastos. Cuando el interior de la casa empezó a tomar forma, estuvo tentada de pellizcarse para estar segura de que no se trataba de un sueño.

Así se sentía esa tarde cuando la llevó al dormitorio para que viera el resultado de sus esfuerzos.

– Las sillas y la cama las han traído hoy -dijo mientras encendía la lámpara, cuya pantalla era de seda, con forma de loto-. Todos los muebles combinan muy bien unos con otros, ¿no crees?

La habitación era preciosa, parecía sacada de sus fantasías, se dijo ella. Sus ojos la recorrieron lentamente, y cuando se posaron de nuevo en Trevor, éste la estaba contemplando con intensidad. La luz de la lámpara hacía brillar el pelo de Kyla y la silueta de su cuerpo se recortaba a contraluz bajo el vestido de gasa.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella con voz tranquila.

– Vamos a probar la cama.

Ella parpadeó y tomó aire. El corazón le brincaba dentro del pecho. Él se acercó a ella y, sin que tuviera tiempo de darse cuenta, Kyla se encontró tumbada en la cama con Trevor inclinado encima de ella. Sin dejar de mirarla, la mano de él se deslizó por su cuello hacia abajo, descansó un instante sobre su pecho y, a continuación, fue hasta el primer botón del vestido. Lo desabrochó. El segundo. El tercero.

Ella seguía sin poder moverse. Ni siquiera cuando Trevor deslizó la mano bajo el vestido. La respiración de Kyla se aceleró. Cerró involuntariamente los ojos.

Él metió los dedos bajo el tirante del sujetador y se lo bajó. Más, más, más, hasta que la curva superior del pecho surgió bajo la copa de encaje.

– Dios santo, eres preciosa -puso una mano en su pecho y acarició la curva que éste dibujaba. Luego la llevó más abajo y le rozó el pezón.

Suspiró su nombre justo antes de reclamar su boca. Ese beso no fue tan tempestuoso como ella habría esperado, sino infinitamente dulce, tierno y amoroso. Tan amoroso como la mano que seguía acariciándole el pezón.

Él llevó la boca hasta su oreja.

– Quiero estar dentro de ti, Kyla. Quiero sentir cómo te dejas ir.

Ahogó su gemido con otro beso lleno de intensidad. Con las yemas de los dedos seguía acariciándole el cuerpo, que se contraía aún más en respuesta a sus últimas palabras.

– Por favor, cariño, no gimas de esa manera tan sexy -se quejó, mientras las yemas de sus dedos le acariciaban el pecho-, o no voy a ser capaz de parar. Y quiero que estemos casados la primera vez que me acueste contigo.

Ejerciendo un tremendo control, se refrenó y no siguió acariciándola. Le abrochó el vestido y tiró de ella para ayudarla a ponerse de pie. Ella se dejó caer contra él con debilidad.

Sonriendo por encima de los cabellos de Kyla, le puso una mano encima del corazón.

– Te haré feliz, Kyla, te lo juro.

Ella enterró la cara en su cuello, no empujada por la pasión sino por la desesperación. Trevor sabía cómo hacer vibrar su cuerpo, pero no podía devolverle la promesa que él acababa de hacerle. Porque eso supondría no cumplir otra que había hecho mucho antes de conocer a Trevor Rule, la que le había hecho a Richard el día que había muerto.

Nueve

Babs llenó la habitación de flores. Meg preparó un bufé suntuoso. El pastelero llevó una tarta de varios pisos. Lo que Kyla pretendía que fuera sólo una pequeña reunión familiar con el pastor empezaba a parecerse demasiado a una boda.

Se estaba quejando de ello en su dormitorio.

– Todos están haciendo mucho ruido con esta boda -estiró los brazos hacia los botones de la espalda para abrocharse el vestido.

– Todos deberían. Es un boda, por todos los santos -Babs la obligó a girarse para abrocharle la botonadura.

– Una segunda boda.

– ¿De qué te quejas? Algunas todavía estamos esperando la primera.

Kyla se quedó mirando fijamente a Babs, sorprendida.

– No sabía que hubieras pensado alguna vez en casarte.

Babs parecía apenada por haber dicho algo que le habría gustado poder retirar.