Выбрать главу

– No con cualquiera. Pero si un Richard Stroud o un Trevor Rule irrumpieran de pronto en mi vida, los atraparía con el lazo y los llevaría a rastras al altar.

Sintiéndose mal por su amiga, Kyla se puso la falda.

– Lo siento, Babs. Sé que he tenido mucha suerte.

– Eh, no me hagas mucho caso. No llamaría suerte a que mataran a mi marido en un atentado terrorista. Estoy celosa porque a mí no me ha querido ningún hombre estupendo y tú en cambio has tenido a dos arrodillados a tus pies.

Las descripción de Babs hizo reír a Kyla.

– No creo que Trevor se haya arrodillado nunca en su vida.

Babs también se rió.

– Pensándolo bien, yo tampoco -suspiró-. Por Dios, Kyla, Trevor es un semental. Pero un semental con buen corazón, y esas dos cosas casi nunca se dan juntas.

Kyla no quería pensar en el hombre que la estaba esperando abajo. Cada vez que pensaba en Trevor y la noche que los aguardaba, se ponía a temblar.

– ¿Estás segura de que este vestido es apropiado? -preguntó para cambiar de tema-. Tengo la sensación de que debería haber elegido algo más sencillo.

– Es perfecto.

El traje de seda de dos piezas de color amarillo pálido la hacía parecer un sorbete de limón. Sólo se había puesto un par de pendientes.

– ¿No crees que deberías quitarte eso?

Kyla siguió los ojos de Babs, fijos en su mano izquierda.

– Mi alianza.

Ni siquiera se había parado a pensar en ello, ese anillo había llegado a ser indisociable de su mano, tanto como sus huellas dactilares. Los ojos se le llenaron de lagrimas cuando pensó en quitárselo. Desde el día que Richard lo había puesto en su dedo y había prometido solemnemente amarla hasta el día de su muerte, no se lo había quitado nunca.

Lentamente, fue haciéndolo girar para hacerlo salir. Lo guardó con cuidado dentro de su joyero y cerró la tapa.

– ¿Estás lista? -preguntó Babs.

– Supongo que sí-respondió Kyla, agitada. Separarse de la alianza de casada había sido una sacudida emocional tan violenta como cuando había dejado el cuerpo de Richard en su tumba. Llevaba toda la semana restando importancia a la boda, pero ya no podía seguir haciéndolo. Estaba a punto de casarse con otro. En cuestión de unos minutos, ese hombre, no Richard, sería su marido.

– ¿Papá ya ha llevado a Aaron abajo?

– ¡Eres la novia! Deja de preocuparte por Aaron. Entre tus padres y yo podemos ocuparnos de él -Babs le pasó una gran caja cuadrada que había llevado antes al dormitorio-. Trevor me ha pedido que te dé esto antes de bajar.

Era un ramo de orquídeas blancas, de campana, las que tanto le gustaban, adornadas con capullos blancos.

– Dios santo -murmuró Kyla tomando el ramo de las manos de Babs-. Aquí debe haber…

– Una docena de orquídeas en total. Fue muy específico -los ojos azules de Babs centelleaban-. Te digo que ese hombre es una joya, Kyla, y si echas a perder este matrimonio, yo le echaré el guante sin pedirte permiso y sin cargo de conciencia.

– Haré lo que pueda para que funcione -murmuró Kyla mientras miraba hacia la puerta con aire atolondrado.

Abajo, Babs la precedió al entrar en el salón. Kyla oyó que las conversaciones se apagaban. Respiró hondo. Todos la estaban mirando.

Meg tenía un pañuelo húmedo apretado contra su mejilla, pero estaba sonriendo. Clif tragó saliva, emocionado, y el gesto hizo que en el cuello la nuez subiera y bajara. Babs sonreía con la malicia de una ninfa del bosque. Los Haskell, Ted y Lynn, estaban muy solemnes, algo poco habitual en ellos.

Finalmente Kyla miró a Trevor. Estaba tan guapo que casi se derrite. Llevaba el mismo traje oscuro que se había puesto el día de la cena de los promotores y camisa color crema. La corbata era listada en colores negro y crema, y del bolsillo del traje asomaba un pañuelo de seda.

Fue hacia Kyla, pero Aaron, que se movía como un relámpago cuando uno menos lo esperaba, echó a correr hacia su madre y llegó primero hasta ella. Meg y Babs se lanzaron hacia ellos para evitar que el niño le hiciera una carrera en las medias o le arrugara la falda.

Pero Trevor llegó primero y alzó a Aaron en brazos.

– ¡Qué guapa está tu madre, eh, scout! -exclamó con un murmullo ronco cuando se incorporó.

Aaron balbuceó algo que sonaba como «mamá»repetido varias veces, y luego se estiró hacia delante y plantó un beso húmedo en la mejilla de Kyla. Parecía contento en brazos de Trevor. Mejor, porque ella no sabía cómo habría hecho para agarrar a su hijo y el ramo de orquídeas al mismo tiempo.

– Parece que siempre te voy a estar dando gracias por las flores que me regalas.

– ¿Te gustan?

– Son preciosas. Claro, me encantan. Te has excedido un poco, ¿no?

Él sacudió la cabeza a ambos lados.

– Es el día de mi boda y tú eres la novia. Todo es poco para nosotros, cariño.

Se quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos hasta que Aaron empezó a moverse, inquieto, en brazos de Trevor. Éste salió del trance al que lo había inducido la aparición de Kyla y la tomó del brazo. Juntos, avanzaron por el salón, donde los esperaban los demás.

– Kyla, Trevor, éste es un día feliz -empezó a decir el pastor.

Aunque era media tarde y el sol entraba por las ventanas, Babs se había empeñado en encender unas velas. Las llamas parpadeaban, esparcidas por los rincones de la habitación, y despedían una fragancia dulce a vainilla. A alguien se le había ocurrido poner un disco de música instrumental, melodías románticas. Babs debía de haber agotado las existencias de Traficantes de pétalos, a juzgar por la cantidad de flores que decoraban el lugar y llenaban jarrones y cestas. Las había de todos los colores del arco iris.

La ceremonia fue obligadamente informal. Mientras repetían los votos matrimoniales, Aaron estornudó sobre el hombro de Trevor. Automáticamente, Kyla extendió el brazo y agarró el pañuelo que le tendía su madre para limpiarle las gotas que habían caído en el traje. Trevor sonrió cariñosamente. Luego el pastor continuó. Cuando pidió la alianza, Trevor se cambió a Aaron de brazo y metió la mano en el bolsillo derecho. Kyla se quedó con la vista clavada en la mano, en cuyo dedo anular él deslizó un anillo de brillantes.

Trevor se fijó en la marca circular blanca que tenía en el dedo y, cuando cayó en la cuenta de su origen, levantó los ojos y la miró. Una expresión que ella no pudo descifrar cruzó su rostro, pero desapareció inmediatamente. Algo como una disculpa. Luego empujó la alianza de brillantes hasta arriba y le apretó con fuerza la mano. El instante quedó atrás y sólo ellos fueron conscientes de que algo había sucedido.

Al cabo de unos instantes el pastor dijo:

– Trevor, puedes besar a la novia.

Se miraron el uno al otro. Los ojos de Kyla estaban fijos en el nudo de su corbata, y parecía que se negaban a moverse. Por fin, subieron tímidamente hasta la barbilla; luego hasta la boca sensual que surgía bajo el espeso bigote; después hasta la nariz, perfecta, y finalmente hasta su ojo verde, brillante. Ella tragó saliva.

Trevor inclinó la cabeza y bajó los labios hasta los de ella. Los de él se separaron, húmedos y cálidos, y la besaron con ternura no exenta de posesividad. Cuando se retiraron, sonrieron y luego se posaron en la mejilla de Aaron.

– Os quiero a los dos -susurró al oído a Kyla. Ésta sintió ganas de echarse a llorar.

Antes de que pudiera hacerlo, se vio rodeada y abrazada por sus padres. Babs fue hacia Trevor y aprovechó la oportunidad para volver a besarlo en la boca. Ted y Lynn se unieron al intercambio de besos.

Para tener un recuerdo de ese día, Clif sacó la máquina de fotos. Kyla sonrió a la cámara, pero no pudo evitar pensar en el álbum con tapas forradas de seda que tenía arriba, en su armario, y que contenía las fotos de otra boda.

Se estaba sirviendo un plato de comida junto al bufé cuando Trevor se acercó a ella.