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– Si no te gusta la alianza, podemos cambiarla.

– No me lo esperaba -respondió Kyla, mirándose la sortija nueva-, pero me gusta mucho.

Y era verdad. Era sencilla y elegante.

– Los brillantes son de la alianza de mi madre. Papá me la mandó hace unos días. La montura era anticuada, pensé que no te gustaría, así que pedí que montaran las piedras de nuevo.

– ¿Que has encargado esta alianza para mí con los brillantes de tu madre? -preguntó ella, pasmada.

– Antes de morir me dio su alianza para que yo se la regalara a mi esposa el día que me casara.

– Pero Trevor, deberías haberla guardado para… -se interrumpió al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir: «para una mujer que te quisiera».

– ¿Para quién? -él le puso el dorso de la mano debajo de la barbilla para obligarla a alzar la mirada y le echó la cabeza levemente hacia atrás-. Tú eres mi esposa, Kyla, la única -se inclinó hacia delante y posó un beso en sus labios antes de retirar la mano.

– Yo no te he comprado alianza, lo siento -no iba a reconocer que ni siquiera se le había ocurrido. La verdad era que no se había acordado de los anillos hasta que Babs, bendita fuera, le había sugerido que se quitara el suyo unos minutos antes de la ceremonia-. No estaba segura de si querrías llevar anillo. A algunos hombres no les gusta.

– Bueno, he estado pensándolo -se metió una aceituna en la boca y la masticó exagerando el movimiento de la mandíbula, como si fuera a hacer un anuncio importante-. He pensado que me gustaría algo diferente, no lo tradicional.

– ¿Cómo qué?

– Tal vez un pendiente de oro en la oreja.

Ella se quedó mirándolo con la boca abierta. Entonces se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo y se echó a reír.

– ¿Qué ocurre? -quiso saber Trevor, como si su risa lo ofendiera-. ¿No crees que un pendiente de oro iría bien con el parche negro?

– Sí, sí -dijo ella con sinceridad-. Los pendientes para hombre están muy de moda, y creo que te quedaría muy bien.

– Entonces ¿por qué te ríes?

– Me estaba preguntando qué dirían los hombres que trabajan en las obras.

– Mmm, tienes razón. Tal vez debería reconsiderarlo.

Los dos se echaron a reír.

– Por algo se empieza.

– ¿A qué te refieres?

– Por fin he conseguido que cambies esa expresión tensa y sonrías. Incluso te has reído.

– Yo siempre me río.

– Conmigo no. Quiero verte riéndote siempre -se inclinó y añadió en un murmullo-: Excepto cuando me desnude.

La mera idea hizo que Kyla dejara de reírse.

– Te prometo no reírme.

Le habría dado un beso a su padre por interrumpirlos en ese momento para tomarles otra foto. Les hicieron más fotos. Comieron, bebieron varios vasos del ponche que había preparado Meg, dijeron adiós a los Haskell con la promesa de volver a verse pronto.

Babs se marchó, tenía un cita.

– Pobre hombre -dijo a Trevor y a Kyla en la puerta cuando se marchaba-, no sabe lo que le espera esta noche. Todo esto de la boda me ha puesto muy romántica -guiñó un ojo con picardía y agitó la mano en señal de despedida.

– Mamá, deja que te ayude a limpiar todo esto.

– No, no, no -dijo Meg, empujando a Kyla fuera de la cocina-. Trevor y tú, marchaos.

– Pero las cosas de Aaron todavía no están preparadas. Pensé cambiarme primero y luego… -se quedó callada al darse cuenta de que los demás, sus padres y su marido, la miraban como si estuviera loca. Sólo Trevor parecía divertido. Ella ya se había dado cuenta de que ese ligero movimiento de su bigote anunciaba una sonrisa-. ¿Qué ocurre?

– Bueno, tu madre y yo nos imaginábamos que, al menos esta noche, dejarías aquí a Aaron -dijo Clif, incómodo.

Kyla abrió la boca para hablar y se dio cuenta de que no tenía nada que decir. Volvió a cerrarla.

– Gracias a los dos -dijo Trevor para llenar el incómodo silencio-. Os lo agradecemos. Si no os importa, dejaremos que duerma aquí esta noche. Mañana vendremos a buscarlo con la ranchera para llevarnos todas las cosas. A Kyla todavía le quedan algunas cajas, ¿no, cariño?

– Sí -asintió ella-. Mañana terminaré de guardarlo todo y por la noche estarán las dos habitaciones despejadas.

En la semana que había mediado entre el anuncio de su compromiso y la boda, los Powers habían vendido la casa. Kyla sabía que cuanto antes se llevara todas sus cosas, antes cerrarían el trato.

Sin embargo, no estaba pensando en eso cuando habló. Estaba pensando en que esa noche no podría escudarse en Aaron para mantener lejos de ella a su marido.

– Tu madre sabe cómo organizar una fiesta -dijo Trevor cuando ya estaban en el coche, camino de su casa.

– Siempre ha sido muy buena anfitriona.

– Le agradezco mucho cuánto ha trabajado.

– Le encanta hacer este tipo de cosas.

– Me gusta tu vestido.

– Gracias.

– ¿Es de seda?

– Sí.

– Me gusta cómo cruje la tela cuando te mueves.

– ¿Cruje?

– Ese frufrú me invita a imaginar cómo se mueve tu cuerpo debajo.

Kyla se quedó con la vista fija en el horizonte.

– No sabía que hiciera ruido.

– Claro que hace ruido. Cada vez que te mueves. Resulta tremendamente sexy… -extendió el brazo derecho hacia ella, le agarró la mano y la puso encima de su muslo, casi en su regazo-, y excitante.

A Kyla, el corazón le golpeaba el pecho. Le resultaba difícil respirar. Intentó concentrarse en el tacto de la tela de los pantalones que rozaba la palma de su mano, pero su mente parecía empeñada en no apartar su atención del regazo de Trevor, cuya excitación resultaba evidente. Con sólo subir un poco la mano…

Las luces iluminaron la fachada de la casa y el coche se detuvo.

– ¿Necesitas algo de lo que está en la bolsa esta noche?

– Sí. Tengo el desmaquillador y… cosas.

– Ah, ya. Cosas -la sonrisa de Trevor no ayudaba ni al corazón ni a los pulmones de Kyla, que parecían haber dejado de funcionar-. Y no puedes pasarte ni una noche sin las cosas, ¿no?

Una vez en el porche, dejó la bolsa en el suelo, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Sin previo aviso, tomó a Kyla en brazos.

– Bienvenida a casa.

La llevó dentro. En cuanto traspasaron el umbral, inclinó la cabeza y la besó. Y la besó otra vez, y otra… hasta que ya no se sabía cuándo terminaba un beso y empezaba otro.

Tenía ambas manos ocupadas. Kyla podría haber apartado la cara para poner termino a aquellos besos, pero no tenía fuerza de voluntad para hacerlo. Sentía un deseo irresistible de comprobar hasta dónde podía llegar la lengua de Trevor. Se introducía una y otra vez en su boca con una codicia atemperada por la ternura.

Él retiró el brazo que tenía bajo sus rodillas pero la mantuvo abrazada con el otro mientras el cuerpo de Kyla se deslizaba hacia el suelo. Hasta que ella estuvo de pie, pegada a él. Pero el beso no se interrumpió en ningún momento.

Con los brazos ya libres, las manos de Trevor empezaron a explorar. Se deslizaron por la espalda de Kyla. Ella notó la presión de las palmas en el trasero, animándola a pegarse más a él. Una vez que la hubo atraído más contra sí, le pellizcó los pezones hasta que éstos se endurecieron.

A ella le costaba respirar. Las manos de Trevor se retiraron inmediatamente. La abrazó, protector, y apoyó la cabeza de Kyla contra su pecho.

– Estoy a punto de dejarme llevar -murmuró en el pelo de Kyla-. Hacer el amor en el vestíbulo no es lo que tenía planeado para nuestra noche de bodas -sonrió, se apartó un poco de ella y la miró a los ojos-. Al menos vamos a cerrar la puerta.

Cuando se dio la vuelta para hacerlo, Kyla se alejó de él cuanto pudo, sin que pareciera que estaba huyendo.

– ¿Tienes hambre? -preguntó, esperanzada-. Te prepararé algo.

– ¿Después de la comilona que nos ha dado Meg? -preguntó él con incredulidad-. Una alcachofa marinada más y exploto. Pero tengo una botella de champán en el frigorífico. ¿Quieres cambiarte primero?