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Primero. Primero. Había pronunciado una palabra con muchas implicaciones. Kyla sabía que era lo que venía tras aquellos «primeros».

– Lo del champán suena bien -¿notaría él cómo le temblaban las comisuras de los labios cuando intentaba sonreír?

Según entraba en la cocina, Trevor se quitó la chaqueta y se deshizo el nudo de la corbata. Con naturalidad, lanzó ambas encima de una de las sillas. Se desabrochó los tres primeros botones de la camisa y, después de quitarse los gemelos, se remangó hasta el codo.

Parecía sentirse muy a gusto. Kyla envidiaba su naturalidad. Le habría gustado descalzarse, quitarse esos zapatos nuevos que le estaban estrangulando los dedos, pero no se sentía lo bastante cómoda.

– Ah, bien frío -dijo sacando la botella del frigorífico tamaño industrial.

Kyla se fijó que estaba lleno de comida, incluidas las cosas que le gustaban a Aaron. ¿Es que a Trevor no se le había olvidado nada?

– ¿Me pasas las copas, cariño? Están en ese armario -dijo señalando uno-. Puedes cambiar de sitio lo que quieras para ponerlo a tu gusto.

– Seguro que todo está fenomenal -respondió Kyla inexpresivamente.

Encontró las copas de champán y le llevó dos. Cuando el corcho salió disparado, dio un brinco. Él se rió y sirvió el espumoso en las copas. Una pequeña parte se derramó y las burbujas cubrieron las manos de Kyla. Ella también se rió. Las burbujas heladas fueron estallando una a una.

Dejó las copas sobre la encimera y sacudió las manos, pero Trevor se las agarró y las llevó hasta su boca.

– Déjame.

Ella vio cómo su dedo desaparecía entre el bigote y el labio inferior, pero no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que notó cómo la lengua de Trevor le lamía la yema.

Aturdida, se limitó a quedarse quieta mientras él terminaba con un dedo e introducía el siguiente en su boca. Deslizó la lengua por los dos siguientes, lamiendo los restos de champán. Su lengua recorrió también la preciosa alianza que había deslizado antes en su dedo.

A Kyla la invadían sensaciones maravillosas. Las caricias de su lengua se limitaban a las yemas de los dedos, pero parecía como si estuviera acariciándole todo el cuerpo, en lugares prohibidos. Despertaban en ella respuestas que pensaba haber enterrado para siempre con el ataúd envuelto en la bandera, allá en Kansas.

Esa sensación de que su cuerpo iba a derretirse. Ese dolor en el pecho que sólo la lengua de Trevor podría aliviar, lamiéndolo igual que estaba lamiendo las yemas de sus dedos. La respiración acelerada. Los latidos de su corazón.

Finalmente él besó la palma de su manó antes de soltarla. Ella sintió el impulso de esconderla debajo del brazo, como uno hacía cuando se pillaba un dedo o se pinchaba. ¿O la razón por la que quería esconder la mano era que le daban vergüenza sus respuestas eróticas?

– Aquí tienes -Trevor le ofreció una copa-. Por nosotros -hicieron chocar las copas y bebieron un sorbo. Luego él bajó la cabeza y la besó dulcemente-. ¿Sabes una cosa? -dijo con los labios todavía pegados a los de ella.

– ¿Qué? -¿qué colonia usaba?, se estaba preguntando Kyla en aquel momento. La aturdía tanto como el champán.

– Que sabes mejor que el champán -la lengua de Trevor exploró su labio inferior-. La verdad es que sabes mejor todo. Voy a volverme un glotón contigo, hasta saciarme, pero nunca tendré bastante. Siempre voy a querer más… y más… y más… -entre palabra y palabra, no dejaba de posar besos tiernos en sus labios. Después del último «más», dejó los labios sobre los de ella e introdujo la lengua en su boca.

Le quitó la copa de la mano. Trastabillaron y se apoyaron en la encimera sin dejar de besarse.

Lentamente, él agarró las manos de Kyla y las puso sobre sus hombros. Sin ser consciente de lo que hacía, ella le rodeó el cuello. Las manos de Trevor la abrazaron por la cintura. El beso se hizo más profundo. Se pegaron más el uno al otro hasta que ella quedó atrapada entre el cuerpo de Trevor y la encimera. Él empezó a frotar las caderas contra ella.

– Ay, Dios -suspiró Kyla cuando él levantó la boca para posar en su cuello, tan vulnerable, uno de esos besos traicioneros. Echó la cabeza hacia atrás, abrió los ojos y miró el techo mientras los labios de Trevor tocaban su piel.

¿Por qué Dios le hacía aquello a ella? ¿Por qué le mandaba esa tentación? Casarse con él ya era una traición a Richard. No amaba a Trevor, sólo lo deseaba desde un punto de vista físico. ¡No estaba bien! ¿Cómo iba a resistir tanta provocación sexual sin sucumbir?

– ¿Quieres ir tú primero al dormitorio? No sé, tal vez prefieras estar sola antes de que yo vaya -preguntó él con voz ronca.

Ella asintió con la cabeza y él la soltó. Se dio la vuelta como una sonámbula y se dirigió hacia el otro lado de la casa, al dormitorio. Trevor la siguió con la bolsa de viaje en la mano y dejó ésta al lado de la puerta.

– En seguida vengo -la puerta se cerró suavemente tras él.

Ella llevó la bolsa al baño y la abrió. Como si estuviera programada para hacer aquello, fue sacando los cosméticos y las cremas y tónicos y los fue poniendo junto al lavabo. Cuando se vio reflejada en el espejo, se quedó helada.

¡Sus ojos! ¿Qué les había pasado a sus ojos? Estaban radiantes, límpidos, resplandecientes. No brillaban de ese modo desde la noche que había descubierto que estaba enamorada de Richard Stroud.

¡Enamorada! Dios, sí. Eso parecía, una mujer enamorada.

Al pensar aquello, el brillo de su mirada se extinguió inmediatamente, tan deprisa que casi se convenció de que en realidad nunca había estado allí, de que había sido un reflejo de las luces del baño, producto de su imaginación.

¿Enamorada de Trevor Rule? Imposible. Hacía muy poco tiempo que se conocían. Ella quería a Richard. Única y exclusivamente a Richard. En su corazón no había espacio para nadie más.

Incluso si aceptaba acostarse con Trevor esa noche, no estaría traicionando a Richard. Después de todo, era sólo su cuerpo lo que le estaría entregando. El cuerpo no tenía nada que ver con su corazón, el corazón de Kyla Stroud.

Kyla Rule, le recordó una vocecilla insidiosa. Kyla Stroud, insistió ella. Se acostaría con Trevor porque había hecho un trato con él e iba a cumplirlo hasta el final. Ella lo aceptaría en su cama y él, a cambio, ejercería de padre con Aaron. Tendría derecho a su cuerpo, pero nunca, nunca, a su corazón. Había entregado su corazón a Richard y no permitiría que Trevor Rule rompiera esa promesa.

La tarde anterior, Babs y ella habían llevado sus cosas a la casa. Toda su ropa, la de verano y la de invierno, ocupaba tan sólo una pequeña parte del amplio armario del dormitorio. Se dio una ducha rápida, se puso el salto de cama que había comprado bajo coacción y se cepilló los dientes y el pelo. Casi mecánicamente, se puso unas gotas de perfume detrás de las orejas y en la base del cuello.

Fue al dormitorio y retiró la colcha que cubría la cama. Dejó sólo una lámpara encendida. Al oír el golpe suave de los nudillos en la puerta, se giró y entrelazó las manos.

– Pasa, Trevor.

Cuando la luz de la única lámpara cayó sobre Trevor, Kyla lamentó por un instante no estar enamorada de él. Llevaba los pantalones negros del pijama sujetos con un cordón a la altura de la cadera. El pecho era impresionante. El vello oscuro descendía por su abdomen en una flecha que desaparecía bajo su ombligo. No quería ni pensar adónde conduciría aquella flecha. La cicatriz que tenía bajo el pecho, en el lado izquierdo, la seguía intrigando. Quería tocarla, aliviarla de algún modo. Iba descalzo y el pie izquierdo estaba cubierto de cicatrices que cruzaban el empeine.

Sólo después de haber recorrido su cuerpo, los ojos de Kyla fueron hasta su cara. Él estaba contemplándola con un asomo de sonrisa que curvaba uno de los extremos de su bigote.