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– Estás preciosa, Kyla -se acercó y se detuvo a menos de un metro de ella.

Ella no podía adivinar lo atractiva que en ese momento le resultaba. Era la mujer de las cartas, la mujer cuyas cartas habían cautivado su corazón antes incluso de conocerla. Y estaba allí, delante de él, desnuda debajo de aquel camisón de gasa color de melocotón. Una fantasía erótica estaba al alcance de la mano. Podía sentir su aliento en el pecho desnudo.

El halo de luz dorada resaltaba los colores. El pelo de Kyla brillaba como el cobre y su piel parecía de seda. Sus ojos, muy abiertos e increíblemente brillantes, eran de terciopelo oscuro. El salto de cama era transparente y cubría su cuerpo como un velo. Tenía un lazo bajo el pecho, que realzaba la plenitud de sus senos. Los pezones eran una tentación oscura bajo la gasa.

El cuerpo de Kyla se recortaba a contraluz bajo la gasa. A medida que sus ojos la recorrían, la excitación de Trevor aumentaba, el deseo lo llenaba. Tenía la cintura muy estrecha, teniendo en cuenta además que había tenido un hijo. Estaba paralizado por la hendidura en sombras que se insinuaba entre sus muslos, el centro mismo de toda mujer. Quería acariciarlo; acariciarlo con su cuerpo, con su sexo, con su boca.

Incapaz de contenerse, extendió el brazo, llevó la palma de la mano hasta ese dulce delta y lo apretó.

– Eres tan cálida -murmuró-. Aquí de pie, contigo, me siento más débil que después del accidente, cuando me desperté y no podía moverme -la mano subió por su vientre hasta el pecho-. Te deseo tanto que me duele.

Movió el dedo sobre el pezón y, cuando éste respondió a su caricia, dejó escapar un gemido y se pegó a ella. La besó con ferocidad y siguió acariciándole el pecho mientras el otro brazo se cerraba en torno a la cintura.

Kyla intentaba mostrarse indiferente. Quería desdoblarse, salir de sí misma y contemplar su abrazo desde fuera, pero resultaba difícil permanecer indiferente cuando la pasión de Trevor atravesaba su cuerpo y los dedos de éste la hacían estremecerse allí donde la tocaban. La invadía una lasitud que amenazaba con hacerle incumplir su promesa de no participar con su corazón en aquel acto.

A través del fino camisón, ella notaba la caricia del vello de su pecho y sus tetillas endurecidas. Los muslos de Trevor eran fuertes y empujaban los suyos. Su sexo se acomodaba en el refugio que ella le ofrecía. Estaba excitado y ella lo deseaba.

Su mente y su cuerpo estaban enzarzados en una batalla. Luchaba para que aquello no afectara a sus emociones, pero, al hacerlo, su cuerpo se volvía tan insensible como su mente.

De repente, Trevor retiró su boca. El movimiento fue tan inesperado que a ella se le cayó hacia atrás la cabeza. Una mirada verde y fría se clavó en ella.

Trevor la agarró por los brazos y la apartó, sujetándola lejos de él.

– No, gracias, Kyla.

Ella lo miró llena de temor. Estaba furioso y se notaba. Sus cejas oscuras estaban fruncidas y las aletas de la nariz se inflaban ligeramente con cada respiración.

– ¿«No, gracias»? -repitió ella con un hilo de voz-. No entiendo.

– Te lo explicaré -hablaba con voz tensa y ella sabía que le debía costar trabajo no gritar-. No quiero que te sacrifiques como un cordero. No quiero hacer el amor con un cordero.

Ella bajó los párpados, era tanto como una confesión.

– Eres mi marido. Tienes derecho a exigir…

Él se rió.

– Si supieras lo risible que resulta eso. Exigir no es mi estilo, Kyla. ¡No tengo la menor intención de convertirme en un hombre de las cavernas con mi mujer!

La soltó tan bruscamente que ella se chocó con la mesilla.

– Relájate -dijo con ironía-. Estás a salvo. No voy a imponerte mi deseo. Ni ahora ni nunca.

Ella volvió a mirarlo.

– Mira, Kyla -habló con voz tranquila al ver lo sorprendida que estaba-. Todavía te quiero, y ese amor no está condicionado a que te acuestes o no conmigo. Pero te advierto -la señaló con un dedo- que, queriéndote como te quiero, será imposible que no te enamores de mí.

Antes de que ella se diera cuenta, Trevor ya estaba otra vez a su lado, con la mano izquierda enredada en su pelo. La derecha la apretó contra él, y a ella no le quedó duda de que seguía igual de excitado y dispuesto a tomarla si ella así lo decidía. Él le hizo bajar la cabeza hacia atrás para obligarla a mirarlo.

– Te prometo -habló con énfasis- que nadie te ha querido tanto como te quiero yo ni nadie puede hacerte el amor tan bien como yo. Me enterraré dentro de ti tan profundamente que cuando no esté allí, sentirás que has perdido una parte vital de tu cuerpo -bajó la cabeza y puso la boca sobre los senos de Kyla-. Cuando te libres de esos fantasmas que te acechan, dímelo y estaré encantado de mostrarte de qué estoy hablando.

La soltó, giró sobre sus talones y fue hasta la puerta.

– Que duermas bien -se despidió, y salió dando un portazo.

Diez

– Buenos días.

No era el tono de voz que ella esperaba ni el que probablemente se merecía, admitió para sí.

Malhumorado, arisco, sarcástico, cruel. Kyla habría esperado que él se mostrara de cualquiera de esas maneras, pero no agradable y de buen humor.

– Buenos días.

Rodeó la mesa a la que él estaba sentado leyendo el periódico y se dirigió directamente a la cafetera que había sobre la encimera. Había una taza vacía esperándola. Se sirvió el café recién hecho.

– Espero que no te resulte demasiado fuerte.

Kyla dio un sorbo.

– Está bien. Me gusta fuerte.

– A mí también.

Ella no se dio cuenta de que él se había levantado y se había acercado hasta que notó su aliento en el cuello. Se dio la vuelta inmediatamente para mirarlo. Los brazos de Trevor rodearon su cintura y la estrechó contra él. Inclinó la cabeza hacia un lado y besó su sorprendida boca. No fue un beso apasionado sino tierno, que casi no duró.

– ¿Qué tal has pasado la noche? -preguntó solícito.

Había pasado una noche horrible. Después de que Trevor cerrara de un portazo la puerta perfectamente lacada del dormitorio, Kyla se había derrumbado sobre la cama y había estado llorando durante lo que a ella le parecieron horas. Echaba de menos su habitación, a Aaron, la presencia consoladora de sus padres. Deseaba ardientemente poder volver atrás en el tiempo, deseaba estar con Richard.

Y anhelaba estar con Trevor.

Ese anhelo en particular había hecho que se pusiera a llorar de nuevo.

Al final, poco antes de que amaneciera, se había quedado dormida, y se había despertado con dolor de cabeza y los ojos hinchados. Cuando salió del dormitorio envuelta en una vieja bata que había conseguido ocultar al ojo atento de Babs, no sabía qué esperar de su recién estrenado marido, al que con su actitud había negado poder disfrutar de una noche de bodas. Estaría hecho una furia.

No estaba preparada para el cálido abrazo en el cual la envolvía en ese instante. Ni para los besos leves que sembraba en su frente, ni para el delicado masaje que con las manos le estaba dando en la espalda.

Kyla sintió que su ansiedad desaparecía. Dejó la mejilla apoyada en los pectorales, marcados por la camiseta blanca que llevaba encima de los pantalones cortos.

– ¿Sabes cocinar?

– ¿Qué? -murmuró ella medio dormida.

– Que si sabes cocinar.

Ella levantó la cabeza y retrocedió un paso.

– Claro que sé -respondió con algo de aspereza.

Su bigote se curvó en una sonrisa.

– Entonces, ¿qué te parece si desayunamos?

– ¿Qué te gustaría comer?

– ¿Qué me puedes preparar?

– Lo que sea -se ahuecó un poco el pelo en un gesto coqueto-. Si te quitas de en medio, te demostraré lo buena cocinera que soy.

Él hizo una reverencia y extendió el brazo en dirección a la cocina.