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Kyla salió del baño veinte minutos más tarde, peinada y maquillada. Entonces cayó en la cuenta de que Trevor y ella no compartían la cama pero sí el dormitorio.

Lo sorprendió justo cuando se estaba poniendo los pantalones. Le pareció ver unos calzoncillos azul claro antes de darse la vuelta.

– Lo siento.

Casi se había vuelto a meter en el baño cuando la voz de Trevor la detuvo.

– Kyla.

– ¿Qué?

– Date la vuelta.

– ¿Por qué?

– Porque quiero hablar contigo.

Ella se giró poco a poco, con los ojos fijos en un punto por encima de la cabeza de Trevor. Éste se subió la cremallera de los pantalones con naturalidad, todavía sin camisa y descalzo, y fue hacia ella.

– Me he duchado en el cuarto de baño de la habitación de invitados para no molestarte, pero tengo toda la ropa en estos armarios y sería bastante incómodo tener que trasladarla.

Ella se humedeció los labios rápidamente.

– Claro, claro. Simplemente, podemos intentar no cruzarnos el uno en el camino del otro.

– Yo no -se rió, pero cuando vio que ella fruncía el ceño, dijo-: De acuerdo, vamos a fijar las diferencias. Tú puedes cruzarte en mi camino siempre que quieras y yo trataré de no cruzarme en el tuyo. ¿Trato hecho?

Era demasiado complicado para ponerse a analizarlo, particularmente mirando su torso desnudo así que ella se limitó a repetir como un loro.

– Trato hecho.

– Bien.

Trevor le dio la espalda, bronceada y musculosa, y volvió a su armario, de donde procedió a sacar una camisa y a ponérsela con la naturalidad de quien se está vistiendo a solas.

Kyla se obligó a ir hasta su propio armario. Se quedó allí paralizada, reuniendo valor para quitarse la bata.

«Te estás portando como una niña», se reprochó, enfadada. El camisón de la noche anterior era mil veces más revelador que el sujetador y la braga blancos que llevaba bajo la bata. Rápidamente, antes de que le diera tiempo a cambiar de opinión, se deshizo de ella.

– He estado pensando.

Al oír la voz de Trevor, Kyla dio un salto, como si le hubieran pegado un tiro en la espalda, que ahora estaba descubierta y expuesta a él.

– ¿En qué?

Intentó que sus manos temblorosas colgaran la bata de una percha y volvieran a poner ésta en la barra metálica del armario. Aquello le exigía mucha concentración, porque sabía que probablemente él estaba mirándole la espalda y los tirantes de seda color marfil del sujetador.

– En Aaron.

Ella aventuró una mirada por encima del hombro. Trevor no la estaba mirando, se estaba haciendo el nudo de la corbata con ayuda del espejo que había dentro del armario. Se había abrochado la camisa, pero la tenía por fuera del pantalón.

– ¿Qué pasa con él? -sacó el vestido que había decidido ponerse.

– Tal vez debiéramos apuntarlo en una guardería.

– ¿Tú crees que ya es lo bastante mayor?

– Tú sabes más que yo de eso. Sólo me estaba preguntando qué vamos a hacer con él durante el día si Meg y Clif se compran la caravana y se lanzan a la aventura.

A Kyla también la preocupaba aquello.

– Me imagino que debería estar con otros niños de su edad, que eso sería más educativo.

– Sin duda. Si no ¿cómo va a aprender a decir palabrotas?

Ella recibió el comentario con risas.

– Pero me gustaría informarme bien antes de matricularlo en un sitio.

– Completamente de acuerdo. Tenemos que buscar el mejor y estar convencidos antes de mandarlo. ¿Necesitas que te ayude?

Antes de que ella pudiera responder, las manos de Trevor apartaron las suyas, que intentaban en vano abrochar el botón inferior del traje. ¿Cómo podía moverse tan sigilosamente un hombre de su altura y corpulencia? Ella se quedó muy tiesa mientras los dedos de Trevor se ocupaban de los botones. Después de abrochar el de arriba del todo, habían ido bajando por su espalda hasta sus caderas.

– Nadie podría adivinar que has tenido un hijo. ¿Fue difícil el embarazo?

– En absoluto.

– Eres muy delgada -dijo mientras le apretaba ligeramente las caderas antes de dejar caer sus manos-. ¿Puedes ayudarme un poco?

Insensatamente, ella dio media vuelta para mirarlo a la cara. Los separaban apenas unos centímetros.

– ¿Ayudarte? ¿Cómo?

– Mira a ver si tengo el cuello de la camisa bien puesto. A veces no lo bajo bien y asoma la corbata por debajo.

Ella lo revisó detenidamente.

– Por detrás no te lo has bajado.

– ¿Me lo puedes bajar tú? Yo no llego bien.

– Claro -dijo con más naturalidad de la que sentía. En realidad se preguntaba cómo iba a lograr que sus manos no se enredaran en los rizos negros de su pelo, que se enroscaban justo encima del cuello de la camisa.

En cuanto ella alzó los brazos para bajarle el cuello de la camisa, él se bajó la cremallera de los pantalones para meterse por dentro los faldones de la camisa. Las manos de Kyla se quedaron heladas. Levantó la vista hacia él. La expresión de Trevor era afable mientras con desenfado se remetía los faldones. A veces, demasiadas veces, sus nudillos le rozaban la cintura.

– ¿Ocurre algo? -preguntó él.

– No, no, nada -balbució ella, y rápidamente le bajó el cuello. Se estaba asegurando de que había tapado completamente la corbata cuando oyó el ruido de la cremallera. Bajó los brazos. Él terminó de abrocharse el botón de la cintura.

Y entonces se quedaron mirándose el uno al otro.

– Gracias -dijo él al cabo de lo que a Kyla le pareció una eternidad.

– Gracias a ti -él levantó una ceja, divertido-. Por abrocharme los botones -se apresuró a añadir.

– Ah. De nada.

De nuevo se quedaron mirándose en silencio. Kyla fue la primera en apartarse. Dio media vuelta y fue a buscar los zapatos al armario, pero de vez en cuando en su mente surgía la imagen de unos calzoncillos azul claro que enfundaban unas nalgas redondeadas y firmes.

Los Powers estaban impresionados de ver la cantidad de personas que saludaban a su yerno en el selecto Club del Petróleo, a donde habían acudido para comer. Incluso Aaron parecía algo cohibido en aquel entorno. Se portó estupendamente.

Después del almuerzo, Trevor llevó a los Powers a conocer la casa del bosque. Los padres de Kyla se iban quedando boquiabiertos a medida que recorrían las habitaciones. Luego los llevó de vuelta a su casa en la ranchera. El resto de la tarde lo pasaron empaquetando las cosas que Kyla todavía no había trasladado.

– Está noche está cansadísimo -dijo Trevor refiriéndose a Aaron mientras lo ponía en la cuna. Los parpados del niño estaban ya a medio cerrar. Alrededor de los barrotes habían colocado sus peluches favoritos para que velaran su sueño.

– Así es mejor -señaló Kyla, cubriendo a su hijo con una manta ligera-. La primera noche en un sitio desconocido podría ser traumática si no estuviera tan cansado.

– ¿Te parece que no le ha gustado la habitación?

Kyla notó la ansiedad que había en la voz de Trevor y levantó la vista para averiguar si estaba verdaderamente preocupado.

– ¿A qué niño no le gustaría?

Echó una ojeada a la habitación, decorada con motivos ferroviarios. En la pared habían pintado una locomotora que ascendía una colina. Otra pared estaba ocupada por un cajón para guardar juguetes que tenía forma de locomotora antigua. Un raíl en miniatura recorría una moldura que sobresalía de la pared a unos quince centímetros del techo y daba la vuelta a la habitación. Con sólo pulsar un interruptor, sobre él se desplazaba un diminuto tren de mercancías que cada tanto tocaba la sirena y emitía una diminuta nube de humo blanco. Aaron había aplaudido con entusiasmo al verlo, hasta que se había dado cuenta de que quedaba completamente fuera de su alcance.

Kyla volvió a mirar a Trevor.

– A lo que me refería es a que cuando un niño duerme en un sitio desconocido suele estar intranquilo. Pero, aparentemente, a Aaron no le ha perturbado el cambio.