Выбрать главу

Luego, se llevó una mano a la cadera y dobló ligeramente la rodilla derecha. En esa postura beligerante y llena de arrogancia, se volvió para mirarla. Ella podía leer en su expresión lo que estaba pensando: «Tú lo has querido».

Furiosa consigo misma por haber hecho aquella escena y furiosa con él por habérselo permitido, se fue corriendo a su dormitorio y cerró de un portazo que hizo temblar todos los cristales de la casa.

– ¿Sigo castigado?

Estaba atardeciendo. A través de los postigos del dormitorio se filtraba una luz violeta. Kyla estaba tumbada de lado, con las rodillas dobladas contra el pecho. Después de mucho llorar, se había dado una ducha y puesto el camisón. La sábana la cubría hasta la cintura. Tenía la mejilla apoyada en las manos, las cuales tenía juntas, con las palmas pegadas.

Levantó un poco la cabeza. Trevor estaba en la puerta. Su cabeza asomaba ligeramente, como si temiera que se abatiera sobre su persona una lluvia de objetos si pretendía ir más lejos.

– No. Lo siento.

Él entró. Únicamente llevaba unos pantalones cortos. Kyla cerró los ojos antes de volver a apoyar la cabeza en la almohada. Recordaba demasiado bien su cuerpo, chorreando agua. Los rayos del sol que se filtraban entre los árboles incidían en las gotas de agua que salpicaban el vello del pecho. Parecía que estaba viendo los músculos bien dibujados de su abdomen, sus piernas largas y el sexo, impresionante, alojado en una mata de pelo oscuro.

Había llorado lágrimas amargas. Amargas porque se había fijado en el cuerpo tan imponente que tenía, amargas porque a pesar de sus buenas intenciones, lo deseaba, y amargas porque se lo había negado durante mucho tiempo.

Notó que el colchón se hundía cuando él se tumbó detrás de ella y su cuerpo adoptó la forma del de ella. Le pasó los dedos por el pelo y le recogió los mechones que le caían sobre la mejilla. Esos movimientos sencillos la aliviaban.

– ¿Has tenido un día difícil?

Ella notaba su aliento en la oreja.

– Espantoso.

Él sonrió.

– Entonces me imagino que no estabas preparada para encontrarte a tu hijo cubierto de natillas de chocolate, ¿no?

«Para lo que no estaba preparada era para verte surgir de jacuzzi como una versión masculina de Venus».

– Siento haber armado tanto lío. Se han juntado muchas cosas.

Trevor estaba apoyado en el codo derecho, inclinado sobre ella. El dedo índice subía y bajaba por su mejilla.

– Ahora entiendes por qué no salí de la bañera cuando te vi llegar cargada.

– Sí.

– Esperaba que volvieras más tarde, si no habría salido antes y habría tenido a Aaron bañado y listo para cenar.

– No es culpa tuya, Trevor. Nada de lo que ha pasado. Es mía -suspiró-. No me siento bien, y…

– ¿Qué es lo que va mal? -él se puso inmediatamente alerta, con el cuerpo en tensión.

– Nada.

– Algo es. ¿Estás enferma? Cuéntamelo.

Ella se dio la vuelta y se quedó mirándolo fijamente para hacerle entender de qué se trataba.

– Ah -dijo él compungido-. Eso.

– Sí, «eso». La regla -volvió a colocarse en la posición en la que estaba antes.

– ¿Cuándo?

– Me di cuenta cuando entré en el baño. Debería haberlo sabido, me porté como una víbora.

– Estás perdonada -él se aventuró a tocarla, le puso una mano en la cintura-. ¿Te… te duele?

– Un poco.

– ¿Has tomado algo?

– Unas pastillas.

– ¿Eso ayuda?

– Un poco.

– ¿No mucho?

– No. Tiene que acabar de bajar.

– Ya veo.

Con movimientos lentos, se introdujo debajo de la sábana. El camisón era corto, de tirantes estrechos. Era de una tela blanca muy fina, como esos pañuelos de hombre tan caros. Tenía unas flores blancas bordadas. Por debajo, se veía la sombra de la braga. Tenía un aspecto vulnerable, virginal, y Trevor empezó a sentir que el deseo brotaba en su interior.

Volvió a tocarle la cintura. Ella no protestó. Fue deslizando la mano hacia abajo y alrededor, gradualmente, dándole tiempo a protestar si no le gustaba. Como no lo hizo, llevó la palma de la mano hasta la parte inferior de su abdomen.

– ¿Ahí te duele?

– Ajá.

Él le daba masajes circulares con la mano.

– ¿Mejor?

Ella asintió.

– Pobrecita -la besó con ternura en la sien.

Kyla suspiró y sus ojos, somnolientos, se cerraron.

– ¿Trevor?

– ¿Mmm?

– ¿Has vivido alguna vez con una mujer?

Su mano se detuvo sólo un instante, fue una vacilación casi imperceptible.

– No, ¿por qué?

– Entonces, ¿qué sabes de la regla?

– Solamente que me alegro de no tener que sufrirla todos los meses.

Ella sonrió sin abrir los ojos.

– Típica respuesta masculina.

– Pero sincera -le dio un mordisco amoroso en el hombro desnudo.

No pensó en mover las piernas. Ellas solas se estiraron para facilitarle el acceso a su dolorida barriga.

– ¿Os las habéis arreglado bien para cenar sin mí?

– Estupendamente.

– ¿Qué has hecho?

– Bueno -respondió estirando él también las piernas y pegándose a ella-, primero lo he regado con la manguera para quitarle todo el chocolate que tenía pegado.

Ella se rió.

– Que conste que me parece una buena idea lo de pintar con natillas. Parecía que se lo estaba pasando bien. Cualquier otro día, me habría puesto un bañador y me habría unido a él.

– Como ya hemos dicho, tienes derecho a estar de mal humor.

– No debería haberte gritado.

– Me gustó la parte sobre la maestra y yo teniendo una «conversación amigable». Por el modo en que lo dijiste, me pareció que podías estar celosa -acercó la boca a la oreja de Kyla y la lengua le acarició delicadamente el lóbulo-. Mmm, es muy suave…

– Sigue -dijo ella con voz jadeante.

– Se me ha olvidado lo que estaba diciendo.

– Estabas… estabas… mmm, lo lavaste con la manguera.

– Ah, sí, verdad, y luego le he preparado la cena.

– ¿Qué ha comido?

– Su plato preferido.

– ¿Perritos calientes?

– Ajá.

– Sin el pan.

– Por supuesto -la besó en el cuello y ella gimió dulcemente-. Mañana por la mañana, los pájaros de los alrededores tendrán tres panecillos de perrito caliente para desayunar. Espero que les guste la mostaza.

Ella se rió, Trevor no sabía si por su broma o por las cosquillas que le estaba haciendo con el bigote en la base del cuello, como si fuera de porcelana.

– ¿Has…?

– Sé lo que vas a decir. He vigilado que se lo comiera todo y que masticara bien cada trozo.

– Gracias -su boca buscó la de Trevor.

– De nada -los labios de él se fundieron con los de Kyla.

El beso fue como una chispa que saltara al poner en contacto dos cables.

Trevor enterró su boca en la de ella, hambriento, y sus labios se separaron para dejar paso a la lengua. Kyla se giró un poco hacia él hasta que quedaron cara a cara. Los brazos de ella le rodearon los hombros. Sus senos se tensaron contra la tela del camisón hasta que tocaron el vello del pecho de Trevor. Éste se colocó parcialmente encima de ella.

– Kyla, tú…

– Trevor, yo…

– ¿Qué?

– ¿Trevor?

De la cama surgían gemidos de satisfacción. El ruido que producía el roce de las sábanas. Respiraciones entrecortadas. Murmullos incoherentes. La música de la unión de dos personas.

Las manos de Trevor se movían con incansable anhelo. Le acarició los muslos; le pasó la mano por las pantorrillas. Le acarició los huesos frágiles de la base del torso. Meció sus pechos.