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– Ahh -la espalda de Kyla se arqueó y apartó la boca de la de Trevor.

– ¿Qué pasa?

– Están muy sensibles.

– Ah. Yo no… ¿Sensibles?

– Sí.

– Lo siento.

– No, no… La verdad es que me gusta.

– ¿Sí?

– Sí, sí… -suspiró ella cuando él volvió a acariciarlos.

– ¿Así?

– Mmm.

– ¿Y los pezones?

– Sí, sí.

– Dime si…

Pero no pudo terminar la frase, porque los dedos de Kyla se enredaron en su pelo y atrajo su cabeza avariciosamente en busca de otro beso.

Cuando acabó, Trevor bajó la cabeza hasta sus senos y los cubrió con una lluvia de besos ardientes. La abrazó por debajo de las costillas y le separó las piernas con la rodilla. Le subió el camisón hasta la cintura. Ella notaba el muslo fuerte de Trevor entre los suyos. Se movió contra él. Se rozaba, se frotaba contra su pierna.

«Maldita sea».

Él se dejó caer encima de ella, Kyla notaba su respiración en el oído. Notaba el palpitar acelerado de su corazón, pues su pecho aplastaba el de ella. Le sujetaba la cabeza entre las manos y tenía la cara enterrada en su pelo.

– No te muevas, cariño.

– ¿Qué pasa?

– Por favor, no te muevas -gimió-. Quédate quieta un minuto solamente.

Ella hizo lo que le pedía. Al cabo de unos momentos, él levantó lentamente la cabeza. La expresión de su cara era de compasión. Uno de los extremos del bigote estaba curvado por una sonrisa pesarosa.

– ¿No lo sabías? Te tengo donde quería, pero me he equivocado de noche.

Incómoda, ella apartó la vista de su cara. Él la besó en la mejilla y se levantó de la cama. Se inclinó y le puso una mano en la mejilla.

– ¿Estás bien?

Los dolores que experimentaba su cuerpo en ese instante no se debían precisamente a la menstruación, sino a la necesidad de sentirlo dentro de ella.

– Me encuentro mejor -dijo anodinamente.

Él se incorporó e, incómodo, cambió el peso de pierna.

– Te has saltado la cena. ¿Tienes hambre?

– No. ¿Tú has comido?

– He picado algo. No tengo hambre -se miraron un momento el uno al otro y luego ambos desviaron la mirada, pues se dieron cuenta de lo banal que resultaba esa conversación después de la pasión que acababan de compartir-. Entonces te dejo sola. Buenas noches.

Él se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Los músculos se marcaban bajo la piel suave de la espalda. Los pantalones cortos le marcaban las nalgas.

– ¿Trevor?

Él se giró.

– ¿Qué?

– Que… -«no te calles ahora. Has ido demasiado lejos»- que no tienes que irte.

Él la miró. Estaba apoyada en los codos. Tenía el camisón subido a la altura de los muslos y estaba despeinada. Los mechones dorados le caían por los hombros. Tenía los labios hinchados por sus besos y muy rojos. La tela del camisón estaba húmeda allí donde había estado su boca y los pezones se transparentaban bajo ella.

Él hizo una mueca y se frotó las palmas húmedas contra la tela de los pantalones.

– Sí, es mejor que me vaya. Si me quedo…

Si volvía a tocarla ya no podría contenerse. Consumarían su matrimonio y aplacaría aquel deseo arrebatador. Pero la primera vez que hicieran el amor, no quería que ella se sintiera incómoda o que lo lamentara.

– Pero recuerda lo que me has dicho -añadió en un murmullo ronco antes de desaparecer tras la puerta.

Aaron estaba sentado en la trona y Trevor, concentrado en dar la vuelta a las tiras de beicon que se estaban friendo en la sartén cuando Kyla entró en la cocina a la mañana siguiente.

– Buenos días, cariño -se inclinó para besar a Aaron. Éste le restregó afectuosamente en la nariz un trozo de beicon-. Muchas gracias -murmuró ella.

– O lo sacaba de la cuna o lo dejaba allí saltando hasta que se rompieran todos los barrotes -dijo Trevor retirando la sartén del fuego y yendo hacia ella.

– Gracias por encargarte de él.

– Es un placer.

Trevor le puso una mano en la cintura y la llevó hacia delante. Le dio en la mejilla uno de esos besos de buenos días que olían a loción de afeitar y a dentífrico. A ella no le habría importado que se hubiera prolongado más, pero después de plantarle otro beso rápido en la boca, dijo:

– Siéntate. Debes estar muerta de hambre.

Ella miró el reloj preocupada.

– Tengo que darme prisa. Me he levantado tarde.

– Tranquila. He llamado a Babs y le he explicado que ibas a retrasarte un poco. Y en la guardería no esperan a Aaron hasta las diez.

Puso delante de ella un plato con beicon y tostadas francesas con cuya visión a Kyla se le hizo la boca agua.

– Me muero de hambre.

– ¿Cómo te encuentras de lo demás? -se inclinó y le puso una mano debajo de la cintura-. ¿Te siguen doliendo los ovarios?

– Estoy mucho mejor.

– ¿Y aquí? -puso la palma de la mano debajo de uno de sus pechos y le pellizcó el pezón con el pulgar y el índice.

Ella apenas podía respirar.

– Mejor, mucho mejor… -jadeó.

– Me alegro -le dio un beso en la coronilla y se sentó frente a ella.

Mientras Kyla se ponía la servilleta en el regazo e intentaba recordar cómo se usaba el tenedor, Trevor untó con mantequilla una de las tostadas, la puso encima de un plato y la dejó en la bandeja de la trona de Aaron.

– Ahí tienes, scout. Al ataque.

Ambos se rieron al ver los modales atroces del niño en la mesa.

– Tenemos que empezar a hacer algo a este respecto -señaló Kyla. Al darse cuenta de que había incluido a Trevor en el «tenemos», y de que aquello sonaba a definitivo, levantó la vista hacia él, que la estaba mirando con expresión cálida. Se sintió reconfortada.

– ¿Cómo has dormido? -preguntó él.

Ella se fijó en que los dedos de Trevor eran tan largos y fuertes que apenas cabían en el asa de la taza. Sin embargo, podían ser suaves cuando tocaban su cuerpo, como hacía sólo unos instantes. Consiguió tragar el trozo de tostada que tenía en la boca.

– Bastante bien.

Había soñado con él y se había despertado sudando, con el corazón latiéndole deprisa y casi sin poder respirar. Al menos ahora podría satisfacer la curiosidad de Babs y decirle sin temor a exagerar que el cuerpo desnudo de Trevor le cortaba a una la respiración.

– Yo no he dormido demasiado bien -dijo él.

– Lo siento. ¿Qué te pasaba? -ella desde luego se había quedado sin aliento al verlo salir del jacuzzi. El pecho, los muslos y…

– Estaba muy duro.

Kyla agarró el cuchillo y, al levantarlo, tiró sin darse cuenta el vaso y el zumo de naranja se derramó sobre la mesa.

– Uh-oh. Uh-oh -dijo Aaron señalando el estropicio con el dedo.

Trevor echó hacia atrás su silla, se levantó a buscar una bayeta y empapó el zumo en ella.

– Me refiero al colchón de la cama de invitados.

– ¿Qué? -Kyla volvió la cabeza para mirar al fregadero, donde él estaba escurriendo la bayeta. Tenía el bigote ligeramente curvado hacia arriba por las ganas de echarse a reír.

– El colchón es demasiado duro.

Las mejillas de Kyla estaban al rojo vivo. Gracias a Dios, en ese instante sonó el teléfono y aquello la libró de seguir sufriendo aquella conversación. Trevor fue a contestar.

– ¡Papá! -exclamó.

Kyla sacó a Aaron de la trona y lo puso encima de su regazo. El niño había comido la tostada en un tiempo récord. Alargó la mano hacia los restos que quedaban en el plato de su madre y se los comió también mientras ella lo cubría de besos. Kyla miró a Trevor, que estaba sonriendo con el auricular en la oreja.

– Claro, ningún problema. ¿A qué hora…? ¿Para cuántos días…? ¿Solamente? Bueno, mejor que nada… De acuerdo, allí estaremos. Hasta luego -colgó.

– ¿Tu padre?

– Viene hoy para pasar la noche con nosotros. Te parece bien, ¿verdad?

– Pues claro. Sé que te decepcionó que no viniera para la boda.