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– Quiero que os conozca a los dos. Sólo puede quedarse una noche, mañana se marcha a Los Ángeles para trabajar en un caso -se llevó un trozo de beicon a la boca y masticó con entusiasmo-. Quiero darle una vuelta por la ciudad para enseñarle algunos de los edificios que estoy construyendo. Nosotros dos… Lo siento, no quería dejarme llevar.

En realidad ella estaba disfrutando con su entusiasmo.

– Sigue -lo animó-. ¿Qué ibas a decir?

– No nos llevábamos muy bien antes del accidente.

– ¿Quería que fueras abogado?

– Y yo tenía otras ideas sobre mi futuro. Pero cuando estuve en el hospital, las cosas cambiaron y ahora tenemos una buena relación.

Kyla sonrió.

– ¿Vas a ir a buscarlo a Dallas?

– Si no te importa. Me ha dado su número de vuelo. He pensado que podríamos ir todos y cenar allí.

– ¿Aaron incluido? -preguntó ella preocupada.

– Por supuesto, Aaron incluido. Es parte de la familia -levantó al niño del regazo de Kyla y lo alzó en el aire. Aaron gorgojeaba encantado-. A papá le encantan los restaurantes italianos -mencionó un conocido restaurante de Dallas-. ¿Te parece que llame para reservar?

Ella no quería arruinar su entusiasmo, pero al parecer Trevor no había reparado en los riesgos de salir a cenar con un niño de quince meses a un restaurante tranquilo.

– No sé si es buena idea, Trevor. No estoy segura de que admitan niños tan pequeños.

– Eh, si no admiten niños, nos iremos a otro lado.

Desde el jefe de comedor hasta el último lavaplatos, todos los que trabajaban en el restaurante familiar estaban encantados con los tres hombres: George Rule, Trevor y Aaron. La ansiedad de Kyla no tenía razón de ser, porque Trevor había hablado conel jefe de comedor personalmente al hacer la reserva y todos estaban preparados para atender a Aaron.

Su primer encuentro con el padre de Trevor en el ajetreado aeropuerto había resultado más relajado de lo que Kyla esperaba. Al principio Aaron se mostró tímido con el hombre alto de pelo blanco y voz autoritaria. Pero no más que George con el niño.

Deliberadamente, Trevor los sentó a los dos en el asiento trasero del coche y para cuando llegaron al restaurante, situado en Turtle Creek, una zona de Dallas muy distinguida, ya se habían hecho amigos. Fue George quien llevó a Aaron al interior del restaurante y se lo presentó a todos como su nieto.

– Trevor me ha dicho que no voy a poder conocer a tus padres -comentó George en el camino de regreso a Chandler.

– Ayer recibimos una postal de ellos desde Yellowstone -dijo Kyla-. Se lo están pasando en grande.

Explicó a George que los Powers habían vendido su casa a los pocos días de la boda. Los muebles que ella no quiso, los subastaron. Trevor había ayudado a Clif a elegir la caravana que mejor satisficiera sus necesidades. Meg la había decorado con la ilusión de una niña por su nueva casa de muñecas. Se habían marchado hacía dos semanas.

– Los echa muchísimo de menos -bromeó Trevor. Alargó el brazo derecho por encima del respaldo del asiento y le tiró del pelo cariñosamente-. La mimaban mucho.

– Y tú también me mimas.

Trevor giró la cabeza. Kyla estaba tan sorprendida como él de oírse hacer semejante afirmación, pero después de decir aquello se dio cuenta de que era verdad. Trevor miró hacia delante para asegurarse de que la carretera estaba despejada y luego volvió a posar sus ojos en ella.

– Me alegro. Es lo que pretendo.

Siguieron mirándose el uno al otro hasta que George tosió con fuerza.

– No sé tú, Aaron, pero empiezo a sentir que estamos de más.

Todavía era de día cuando llegaron a Chandler, y Trevor bajó del coche para enseñarle a su padre algunas de las obras en las que estaba trabajando. Kyla se quedó en el interior del vehículo y miraba las siluetas de padre e hijo recortadas en la luz del atardecer. Trevor había colocado a Aaron sobre sus hombros y el niño tenía las piernas enroscadas en torno a su cuello. Formaban una estampa conmovedora.

– Pero debería ser Richard -murmuró Kyla, luchando por contener las lágrimas que asomaron a sus ojos.

Lloró porque no podía convencerse de ello. Si el hombre debía ser Richard, ¿por qué resultaba tan natural que las manitas gordezuelas de su hijo se agarraran a los cabellos de Trevor? ¿Por qué la conmovía tanto ver cómo Trevor hacía descender a Aaron con cuidado y lo abrazaba contra su pecho? ¿Y por qué quería que esos brazos la rodearan también a ella?

George se mostró impresionado con la casa y muy orgulloso de su hijo. Kyla fue a acostar a Aaron, y después de un rato, ella también se retiró para dejar a solas a padre e hijo.

– Tengo un moratón en la espinilla del tamaño de una moneda de cincuenta centavos -dijo George-. ¿Por qué me has dado una patada cuando he mencionado tu paso por el cuerpo de marines?

Menos mal que en ese momento Kyla estaba ocupada limpiando de la boca de Aaron los restos de la salsa de los espaguetis y no había oído el inoportuno comentario de su padre, recordó Trevor.

– Prefiero que Kyla no sepa nada de eso. No le he contado cómo perdí el ojo.

– ¿No le has contado nada?

– No.

– Mmm.

Trevor conocía a su padre lo suficiente para saber que ni siquiera esos murmullos eran gratuitos.

– La verdad es que te has enamorado y te has casado muy deprisa, ¿no?

– ¿Te parece tan raro?

– En tu caso, sí -su hijo le dirigió una mirada penetrante y George sonrió-. Tu fama con las mujeres llegó a oídos incluso de tu viejo padre. Este repentino enamoramiento no cuadra con tu personalidad.

Estaban sentados en las cómodas chaise longue del porche. George chupaba un cigarro, a pesar de que su médico lo había advertido de que lo dejara. Trevor se alegraba de que fuera de noche y la oscuridad lo ayudara a ocultar su malestar. No le gustaba el rumbo que había tomado la conversación.

– La quiero, papá.

– No lo dudo, ahora que os he visto juntos. Sólo que me resulta raro que Besitos, como te llamaban tus compañeros, se haya dejado atrapar de ese modo.

– Llevo mucho tiempo enamorado de ella -dijo Trevor, en voz casi inaudible.

George hizo girar el cigarro entre los dedos, estudiando la brasa.

– ¿No tendrá algo que ver con esas cartas que tanto leías en el hospital y que nunca perdías de vista?

Trevor debería haberlo sabido. A su padre no se le escapaba nada, ni el detalle más insignificante. Se levantó y caminó hasta el borde del porche. Se apoyó en uno de los pilares y dejó vagar su mirada en la oscuridad, como llevaba haciendo semanas mientras rumiaba cómo decirle a Kyla quién era él en realidad.

– Papá, voy a contarte un historia que te va a resultar increíble.

Cuando concluyó su relato, siguieron unos momentos de silencio.

– Te prometí que no volvería a intentar meterme en tu vida, Trevor, pero estás jugando con fuego.

– Ya lo sé -admitió él, y se dio la vuelta para mirar a su padre.

– ¿Cómo crees que va a reaccionar esta chica cuando se entere de la verdad?

Trevor dejó colgar la cabeza hacia delante y se metió las manos en los bolsillos.

– Me espanta pensarlo.

– Pues será mejor que lo pienses -lo previno su padre-, porque antes o después terminará por enterarse -se puso de pie y apagó el cigarro en el cenicero que Trevor le había dado. Puso una mano ert el hombro de su hijo-. Pero ¿quién sabe? Tal vez salgáis adelante, si la quieres lo suficiente.

– Yo la quiero.

– ¿Y ella?, ¿te quiere?

Trevor vaciló. Sus ojos se dirigieron hacia la ventana del dormitorio, a oscuras.

– Creo que puede estar enamorándose de mí. O tal vez tan sólo se ha acostumbrado a tenerme cerca. Maldita sea, no lo sé.

George sonrió. Su mirada profunda se detuvo en el parche y le recordó una vez más lo cerca que había estado de perder a su hijo, y lo valioso que era para él. Se le humedecieron los ojos y atrajo a Trevor hacia sí para darle un abrazo emotivo y breve.