— ¿Eres tú, Mize? — Rió entre dientes —. ¿Qué haces por aquí, payaso?
Phil Mizenhalter, me dije. Qué gran tipo. Dentro de diez años habrá muerto, derribado en Vietnam con su F-105.
— No soy Mize — respondí— Soy Richard Bach.
Tú venido del futuro, de treinta años a partir de ahora. El forzó la vista en la oscuridad.
— ¿Quién dices que eres?
Si insistimos con esto, pensé, tendremos que acostumbrarnos a esa pregunta.
— Soy usted, teniente. Usted mismo, con un poco más de experiencia. Soy el que cometió todos los errores que usted va a cometer y se las compuso para sobrevivir.
El se acercó un poco más para inspeccionarme en la oscuridad. Aún pensaba que todo eso era una broma.
— ¿Voy a cometer errores? — dijo, con una sonrisa —. Cuesta creerlo.
— Podríamos llamarlos experiencias inesperadas de aprendizaje.
— Creo que puedo manejarme con ellos — dijo.
— Ya has cometido el peor — insistí — unirte a los militares. Lo inteligente seria renunciar ahora. No, lo inteligente no: sería lo sabio.
— ¡Jo! — exclamó —. ¡Acabo de graduarme como piloto! Aún me cuesta creer que soy un piloto de la Fuerza Aérea y tú me dices que renuncie. Qué bien. ¿Qué más sabes?
Si pensaba que eso era un juego, estaba dispuesto a jugar.
— Bueno — dije —, en el pasado que yo recuerdo, creía estar usando a la Fuerza Aérea para aprender a volar. En realidad, la Fuerza Aérea me estaba usando a mí y yo no lo sabía.
— ¡Pero yo sí lo sé! — exclamó — Ocurre que amo a mi país. Y si hay que combatir para mantenerlo libre, quiero participar.
— ¿Te acuerdas del teniente Wyeth? Háblame del teniente Wyeth.
Me miró de soslayo, intranquilo.
— Se llamaba Wyatt — corrigió — Instructor en adiestramiento previo al vuelo. No sé qué le pasó en Corea, pero se volvió un poquito loco. Se plantó frente a nuestra clase y escribió en la pizarra, en letras bien grandes: ¡ASESINOS! Después giró en redondo, con cara de muerte sonriente, y dijo: «¡Esos son ustedes!» Se llamaba Wyatt.
— ¿Sabes qué vas a descubrir en tu futuro, Richard? — dije —. Vas a descubrir que el teniente Wyatt era la persona más cuerda de cuantas conocerás en la Fuerza Aérea.
El sacudió la cabeza.
— Fíjate — dijo —: de vez en cuando imagino cómo sería conocerte, hablar con el hombre que voy a ser dentro de treinta años. Tú no eres como él. ¡En absoluto! ¡El estará orgulloso de mí!
— Yo también estoy orgulloso de ti — dije —, pero por motivos diferentes de los que imaginas. Estoy orgulloso porque sé que estás poniendo lo mejor de ti. Pero no me enorgullezco de que lo mejor de ti se ofrezca para matar gente, para asolar aldeas atacándolas desde aviones, a ametralladora, cohetes y napalm, aldeas llenas de niños y mujeres aterrorizados.
— ¡Ni hablar de eso! — dijo —. ¡Yo voy a estar en la defensa!
No dije una palabra.
— Bueno, lo que me gustaría hacer es dedicarme a la defensa aérea. Me limité a mirarlo en la oscuridad.
— Caramba, quiero servir a mi país y haré cualquier cosa que…
— Podrías servir a tu país de diez mil maneras diferentes — le aseguré —. Vamos, di, ¿por qué estás aquí? ¿Lo sabes siquiera? ¿Eres tan franco contigo mismo?
Vaciló.
— Quiero volar.
— Antes de enrolarte en la Fuerza Aérea sabías volar. Podrías haber piloteado Piper Cubs y Cessnas.
— No son lo bastante… rápidos.
— No son como los que figuran en las propagandas, ¿verdad? Los Cessnas no son como los aviones de las películas.
Silencio. Luego:
— No.
— Bueno, ¿por qué estás aquí?
— Porque hay algo en el alto desempeño… — Se contuvo, ya tan sincero como le era posible. — Hay algo en los aviones de combate. Hay una gloria que no se encuentra en otro sitio.
— Háblame de esa gloria.
— La gloria proviene de un… dominio de la cosa. Al pilotear este avión — dijo, dando una palmadita amorosa al ala —, no estoy chapoteando en el barro, no estoy atado a escritorios, ni a edificios ni a nada en mundo. Puedo volar a una velocidad superior a la del sonido, a doce mil metros de altura, donde prácticamente no ha estado nunca otro ser viviente. Algo en mí sabe que no somos seres del suelo, me dice que no tenemos límites, y como más logro acercarme a vivir lo que sé cierto es piloteando uno de éstos. Da la causalidad de que es un avión de combate.
Por supuesto. Por eso había deseado yo la velocidad, el deslumbramiento, el rayo. Nunca lo había dicho con palabras, nunca lo había expresado en mis pensamientos. Me limitaba a sentirlo.
— Detesto que cuelguen bombas a los aviones — continuó él — pero no puedo evitarlo. De lo contrario no habría aparatos como éste.
Sin ti, pensé, la guerra moriría. Moví la mano hacia el Sabre. Hasta el día de hoy sigo considerándolo como el avión más hermoso de cuantos se han construido.
— Hermoso — dije —. Carnada.
— ¿Carnada?
— Los aviones de combate son carnada. El pez eres tú.
— ¿Y cuál es el anzuelo?
— El anzuelo te matará cuando lo descubras — dije —. El anzuelo es que tú, Richard Bach, ser humano, eres personalmente responsable por cada hombre, mujer y niño que mates con esta cosa.
— ¡Un momento! Yo no soy responsable. No tengo nada que ver en decisiones como ésa. Obedezco órdenes…
— La guerra no es excusa, la Fuerza Aérea no es excusa, las órdenes no son excusas. Cada asesinato te perseguirá hasta tu muerte; todas las noches despertarás gritando y volverás a matar a cada uno, otra vez, otra vez más.
Se puso tieso.
— Mira, sin la Fuerza Aérea, si nos atacan… ¡Estoy aquí para proteger nuestra libertad!
— Dijiste que estabas aquí porque deseabas volar y por la gloria.
— Al volar protejo a mi país…
— Eso es lo que dicen también los otros, palabra por palabra. Los soldados rusos, los soldados chinos, los soldados árabes, los soldados puntos suspensivos de la nación puntos suspensivos. Se les enseña el lema «En Nosotros Confiamos», «Defiende a la Patria, a la Matria, contra Ellos.» Pero el Ellos de los otros, Richard, ¡eres tú!
Súbitamente perdió la arrogancia.
— ¿Recuerdas los modelos de aviones? — dijo, casi suplicante —. Mil modelos de aviones, y un diminuto yo piloteaba cada uno de ellos. ¿Recuerdas lo de trepar a los árboles para mirar hacia abajo? Yo era el pájaro que esperaba volar. ¿Recuerdas haberte arrojado desde los trampolines, fingiendo que eso era volar? ¿Recuerdas el primer ascenso, en el Globe Swift de Paul Marcus? Por días enteros no volví a ser el de antes. ¿Nunca más volví a ser el de antes!
— Así es como está planeado — observé.
— ¿Planeado?
— En cuanto aprendiste a ver, ilustraciones. En cuanto aprendiste a escuchar, cuentos y canciones. En cuanto aprendiste a leer, libros, letreros, banderas, películas, estatuas, tradición, clases de historia, juramentos de lealtad, saludos a la bandera. Por un lado, Nosotros; por el otro, Ellos. Ellos nos harán daño si no estamos atentos, suspicaces, furiosos, armados. Obedece las órdenes, haz lo que se te dice, defiende a tu país.
«Se alienta en el niño varón la curiosidad por las máquinas que se mueven: automóviles, barcos, aviones. Después se les pone ante los ojos lo más excelso de esas máquinas mágicas en un solo lugar: en los cuarteles, en las fuerzas armadas de todos los países del mundo. Metes a los automovilistas en tanques de un millón de dólares, botas a los amantes del mar en cruceros nucleares y ofreces a los futuros pilotos (a ti, Richard) los aviones más veloces de la historia. Todo tuyo, y también usarás este vistoso casco y esta visera, y pintarás tu propio nombre en el flanco de la cabina.