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Ante eso, Tink se cubrió el rostro con las manos y estalló en lágrimas.

— ¡Oh, gracias, gracias! — sollozó— Me esfuerzo mucho por ayudar… ¡Yo también os amo!

Quedé atónito.

— ¿Tú eres el hada de las ideas?

Ella asintió, siempre con el rostro oculto.

— Tink es quien dirige este lugar — dijo Atkin, en voz baja, reacomodando los parámetros de su máquina en cero — Y se toma muy en serio el trabajo.

La joven se limpió los ojos con la punta de los dedos.

— Ya sé que me dais esos apodos tontos — dijo —, pero al menos prestáis atención. Os extraña que, cuantas más ideas usáis, más obtenéis, ¿verdad? Eso es porque el hada de las ideas sabe que os interesa. Y como os interesa, también vosotros le interesáis a ella. Siempre digo a todos, aquí, que debemos empeñarnos a fondo, porque estas ideas no están flotando en el espacio cero, ¡sino llegando a los objetivos! — Buscó su pañuelo. — Perdonadme las lágrimas; no sé qué me atacó. Atkin, quiero que te olvides de esto.

El la miró sin sonreír.

— ¿Qué me olvide de qué, Tink?

Ella se volvió hacia Leslie para explicar, apresuradamente:

— Debéis saber que no hay en esta planta una persona que no sea mil veces más sabia que yo…

— La clave está en el encanto — aclaró Atkin — Todos hemos sido maestros; nos gusta este trabajo y, por momentos, no somos demasiado torpes con él. Pero ninguno de nosotros es tan encantador como Tink. Sin encanto, la mejor idea del universo es vidrio muerto; a nadie le interesará. Pero cuando se obtiene una idea del hada del sueño, es tan encantadora que uno no puede resistir y allá sale, a la vida, a cambiar mundos.

Como estas dos personas nos pueden ver, pensé, ambos deben de ser nosotros alternativos, aspectos que eligieron diferentes senderos en el esquema. Aun así me parecía increíble. ¿Que el hada de las ideas era nosotros? ¿Diferentes planos de nosotros, dedicados a pasar vidas enteras dando claridad cristalina al conocimiento, con la esperanza de que nosotros lo viéramos en nuestro mundo?

En ese momento, una máquina no más grande que un perro ovejero pasó zumbando sobre su senda de caucho, con un lingote en blanco entre los brazos. Haciendo chirriar la goma bajo el peso, depositó cuidadosamente el cristal en la mesa de Atkin y lo soltó. Luego emitió dos señales sónicas, suavemente, y retrocedió hacia el pasillo para marcharse por donde había venido.

— De este lugar — dije—… ¿todas las ideas, las invenciones, las soluciones?

— No todas — dijo Tink — Las respuestas que uno obtiene de la propia experiencia, no. Sólo las extrañas, las que sobresaltan y sorprenden, aquéllas con las que uno tropieza cuando no está hipnotizado por la vida diaria. No hacemos sino tamizar infinitas posibilidades para hallar la que os pueda gustar.

— ¿Las ideas para escribir también? — pregunté — ¿Las ideas para libros? ¿Juan Salvador Gaviota salió de aquí?

— La historia de la gaviota era perfecta para ti — replicó ella, con el ceño fruncido —, pero tú eras un escritor principiante y no querías escuchar.

— ¡Pero si estaba escuchando, Tink!

Sus ojos lanzaron un destello.

— ¡No me digas que estabas escuchando! Querías escribir, pero sólo si no tenias que decir nada demasiado extraño. ¡Me volví loca para llamarte la atención!

— ¿Loca?

— Tuve que recurrir a una experiencia psíquica — dijo aquella almita, reviviendo su frustración —, y no me gusta hacerlo. Pero si no te hubiera gritado el título en voz alta, si no hubiera hecho pasar la historia como una película delante de tu nariz, ¡el pobre Juan Salvador habría estado condenado a la nada!

— No gritaste.

— Bueno, ésa fue mi sensación, después de todo lo que soporté para llegar a ti.

¡Conque había sido la voz de Tink la que oyera! Aquella noche oscura, hace tanto tiempo, no a gritos, sino calma como ninguna: Juan Salvador Gaviota. Estuve a punto de morir de susto al oír ese nombre donde no había nadie que lo pronunciara.

— Gracias por creer en mí — dije.

— De nada — dijo, ablandándose. Levantó la vista hacia mí, solemne— Las ideas flotan a tu alrededor, pero con mucha frecuencia no las ves. Cuando buscas inspiración, lo que buscas son ideas. Cuando rezas pidiendo orientación, pides ideas que te muestren el rumbo. ¡Pero tienes que prestar atención! Y a ti te corresponde poner las ideas en funcionamiento.

— Sí, señora — murmuré.

— Juan Salvador fue la última idea-para-libro que recibiste de mí por medios psíquicos. Espero que lo tengas en cuenta.

— Ya no necesitamos fuegos artificiales — le aseguré— Confiamos en ti.

Tink irradió una sonrisa refulgente.

Atkin, riendo entre dientes, volvió a su mesa de trabajo.

— Salud, vosotros dos — dijo — Hasta la próxima vez.

— ¿Volveremos a veros? — Leslie, en su mente, ya alargaba la mano hacia el acelerador del avión.

La directora de la fundición de ideas se tocó la comisura de un ojo.

— Por supuesto. Mientras tanto, pegaré notas a todos los pensamientos que enviemos. Acordaos de no despertar demasiado rápido. ¡Y de dar muchos paseos; nadar bastante, daros duchas a montones!

Nos despedimos con la mano y la habitación se derritió, se derrumbó en el caos familiar. Un momento después, sin duda alguna, estábamos una vez más en el Avemarina, elevándonos desde el agua, con la mano de Leslie sobre la palanca de potencia. Por primera vez desde el comienzo de esa extraña aventura, despegamos inundados de placer y no de pena.

— ¡Qué alegría, Pye! — dijo Leslie — ¡Gracias!

— Me alegro de haber podido haceros felices antes de partir.

— ¿Te vas? — pregunté, súbitamente alarmado.

— Por un tiempo — dijo — Ya sabéis cómo hallar los aspectos que deseáis conocer, los lugares de aterrizaje para vosotros. Leslie sabe cómo continuar cuando llega el momento de partir. Y tú también lo sabrás, Richard, cuando aprendas a confiar en tu percepción interior. No os hace falta ningún guía.

Sonrió como sonríen los instructores de vuelo a los estudiantes antes de enviarlos a volar solos.

— Las posibilidades son infinitas. Dejaos atraer por lo que os importa más y explorad juntos. Ya volveremos a vernos.

Una sonrisa, un azul destello de láser, y Pye desapareció.

9

— Ya no parece tan cálido sin ella, ¿verdad? — comentó Leslie, observando el diseño— ¿No lo ves más oscuro?

Así era. El mar, antes chispeante, se había tornado lúgubre allá abajo. Hasta los colores habían cambiado. Los suaves tonos pastel, los plateados, los dorados, habían dado paso a carmesíes y borravinos; los senderos se habían convertido en carbón.

Me moví en el asiento, inquieto:

— Hubiera querido tener tiempo de hacerle más preguntas antes de que se fuera.

¿Por qué estará tan segura de que podemos hacer esto sin ayuda? — preguntó Leslie.

— Si es una nosotros avanzada, ha de saberlo. — Ajá.

— Podríamos elegir un lugar y ver qué ocurre, ¿no te parece?

Ella asintió:

— Pero quiero hacer lo que Pye dijo: elegir algo importante, buscar lo que pesa más.

Cerró los ojos, concentrada. Minutos después los abrió.

— ¡Nada! Nada me atrae. ¿No es extraño? Déjame pilotear y prueba tú.