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Nos miró, casi tímida en su relato.

— El pueblo de Paz ha descubierto que el odio es el amor sin los datos necesarios. ¿A qué decir mentiras que nos separen y nos destruyan, si la verdad es que somos uno? El pueblo de Ciudad Amenaza es libre de escoger la destrucción, así como nosotros somos libres de escoger la paz. Con el tiempo, otros en Ciudad Amenaza pueden cansarse de la violencia; tal vez sigan su propio mapa hasta Paz y elijan, como nosotros, dejar la destrucción atrás. Si todos toman esa decisión, Ciudad Amenaza se convertirá en una población fantasma.

Trazó en la arena un número ocho, una suave ruta curva entre Paz y Ciudad Amenaza.

— Y un día, el pueblo de Paz recordará, curioso, y quizá visite las ruinas de Ciudad Amenaza; entonces descubrirá que, una vez desaparecidos los destructores, la realidad vuelve a ser visible: arroyos límpidos, en vez de venenos torrentosos; nuevos bosques que surgirán entre las rutas y las minas, pájaros cantando en el aire puro.

Pye plantó otras ramitas en la nueva ciudad.

— Y los habitantes de Paz arrancan el letrero que cuelga en los lindes, torcido, el letrero que dice «Ciudad Amenaza», y lo reemplazan por un cartel nuevo: «Bienvenidos a Amor». Algunos vuelven para retirar los escombros, reconstruyen con suavidad las calles perversas y prometen que la ciudad hará justicia a su nombre. Elecciones, queridos míos, ¿comprendéis? ¡Todo consiste en elecciones!

En ese momento, en ese extraño lugar, lo que ella decía tenía sentido.

— ¿Qué podéis hacer? — preguntó —. En la mayor parte de los mundos, las cosas no cambian por medio de milagros súbitos. El cambio se produce con el girar de una hebra frágil y trémula entre país y país: los primeros Juegos Aéreos para aficionados en el mundo de Linda Albright; en el vuestro, los primeros bailarines, cantantes o películas soviéticas que se presentaron al público norteamericano. Lentamente, poco a poco, siempre eligiendo la vida.

— ¿Y por qué no de la noche a la mañana?

— pregunté —. En ninguna parte está escrito que el cambio rápido sea imposible.

— Claro que el cambio rápido es posible, Richard — replicó ella —. El cambio se produce a cada segundo, lo percibas o no. Vuestro mundo, con su primera hebra de esperanza de un futuro en paz, es tan cierto como el mundo alternativo que terminó en 1963 o en el primer día de su última guerra. Cada uno de nosotros elige el destino de nuestro mundo. Las mentes deben cambiar antes que los acontecimientos.

— ¡Entonces lo que dije al teniente era cierto! — exclamé — Uno de mis futuros, en 1963, fue que los soviéticos no se echaron atrás. Y yo inicié una guerra nuclear.

— Por supuesto. El diseño tiene miles de caminos que llegan a su fin en ese año, miles de Richards alternativos que eligieron experiencias de muerte allí. Tú no lo hiciste.

— Un momento — dije —. En los mundos alternativos que no sobrevivieron, ¿no había personas inocentes que estaban paseando cuando estallaron, quedaron congelados, se evaporaron, fueron comidos por las hormigas o lo que fuera?

— Por cierto. ¡Pero la destrucción de su planeta es lo que ellos eligieron, Richard! Algunos eligieron por abandono: no les interesaba; otros, porque creían que la mejor defensa era un buen ataque; otros pensaban que no estaba en su poder evitarlo. Un modo de elegir un futuro es considerarlo inevitable.

Hizo una pausa y dio unos golpecitos al círculo de los árboles diminutos.

— Cuando elegimos la paz, vivimos en paz.

— ¿Existe un modo de hablar con las personas que viven allí, una manera de dirigirnos a los nosotros alternativos cuando necesitamos saber lo que ellos han aprendido? — preguntó Leslie.

Pye le sonrió.

— Es lo que estáis haciendo ahora.

— Pero ¿cómo lo hacemos — intervine —, sin meternos en un hidroavión y encontrar la única oportunidad en billones de pasar a una dimensión diferente para reunirnos contigo?

— ¿Quieres algún modo de conversar con cualquier yo alternativo que se te ocurra?

— Por favor — pedí.

— No es muy misterioso, pero da resultado — aseguró Pye — Imagina al yo con quien querrías hablar, Richard; haz de cuenta que le preguntas cuanto necesitas saber. Haz de cuenta que escuchas la respuesta. Prueba.

De pronto me sentí nervioso.

— ¿Yo? ¿Ahora?

— ¿Por qué no?

— ¿Cierro los ojos?

— Si así lo prefieres:..

— Sin ritos, supongo.

— Si el rito te hace sentir más cómodo — aceptó ella —, aspira hondo e imagina que una puerta se abre hacia una habitación llena de luz multicolor; ves a esa persona moviéndose a la luz, o en una bruma. O puedes olvidarte de las luces y la bruma para fingir sólo que oyes una voz; a veces somos mejores para percibir sonidos que para visualizar. También puedes olvidarte de la luz y el sonido y limitarte a pensar que el conocimiento de esa persona fluye hacia el tuyo. Y también olvidarte de la intuición e imaginar que la próxima persona a quien encuentres te dará la respuesta si preguntas… y preguntar. O pronunciar una palabra que para ti sea mágica. Como gustes.

Elegí la imaginación y una palabra. Con los ojos cerrados, imaginé que, cuando hablara, encontraría frente a mí a un yo alternativo que me dijera lo que necesitaba saber.

Me relajé. Visualicé colores suaves, flotantes tonos pastel. Cuando diga la palabra veré a esta persona, pensé. No hay prisa.

Los colores se movieron a la deriva, nubes detrás de mis ojos.

— Uno — dije.

En un destello de obturador vi: el hombre estaba de pie junto al ala de un viejo biplano, posado en el heno; detrás de él, cielo azul y un fulgor de sol. Aunque no le veía la cara, la escena tenía la serenidad del verano en Iowa; oí su voz como si estuviera sentado con nosotros en la playa.

— Antes de que pase mucho tiempo, necesitarás todos tus conocimientos para poder rechazar las apariencias — dijo —. Recuerda que, para pasar de un mundo al siguiente en tu hidroavión interdimensional, necesitas el poder de Leslie y ella necesita tus alas. Juntos, voláis.

El obturador volvió a cerrarse, haciéndome abrir los ojos en un respingo.

— ¿Algo? — preguntó Leslie.

— ¡Sí! —respondí —. Pero no estoy muy seguro de cómo darle uso. — Le conté lo que había visto y oído. — No comprendo.

— Comprenderás cuando haga falta — aseguró Pye —. Cuando se encuentra el conocimiento antes que la experiencia, no siempre tiene sentido.

Leslie sonrió.

— No todo lo que aprendemos aquí es práctico. Pye volvió a trazar en la arena el número 8, pensativa.

— Nada es práctico hasta que lo comprendemos — dijo —. Hay algunos aspectos de vosotros que os adorarían como a Dios porque piloteáis un Martín Avemarina. Otros de los que podríais conocer os parecerían mágicos en sí.

— Como tú — observé.

— Como ocurre con cualquier mago — replicó ella —, parezco mágica porque no sabéis cuánto he practicado. Soy un punto de la conciencia que se expresa a sí misma en el diseño, al igual que vosotros. Como vosotros, nunca nací y no puedo morir jamás. Recordad que hasta el separar el yo del vosotros implica una diferencia que no existe.

Así como eres uno con la persona que eras hace un segundo, hace una semana — continuó Pye —, así como eres uno con la persona que serás dentro de un momento o de una semana, así también eres uno con la persona que eras hace una vida entera, la que eres en una vida alternativa, la que serás cien vidas hacia adelante en lo que llamas futuro.