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— Fue tan rápido, Lorraine… Ayer me enrolé en el ejército. ¡Y fue hace treinta años! ¿Por qué nadie te dice que todo pasa tan rápido?

— Te lo dicen — murmuró ella.

El suspiró.

— ¿Y por qué no prestamos atención? — ¿Habríamos cambiado algo?

— Ahora sí — aseguró él — Si tuviera que vivir otra vez, sabiendo…

— ¿Qué dirías ahora a nuestros hijos, si los tuviéramos? — preguntó la mujer.

— Les diría que piensen siempre: ¿De veras quiero hacer esto? ¡No importa lo que se haga, sino que uno lo haga porque quiere!

Ella lo miró, sorprendida. Sin duda no suele hablar de ese modo, adiviné.

— Les diría que no es divertido — continuó el hombre —, cuando te quedan seis meses de vida, preguntarte qué pasó con lo mejor que pudiste haber sido, qué pasó con lo que importaba. — Tosió, con el ceño fruncido, y apagó. el cigarrillo en el cenicero. — Les diría que nadie quiere dejarse llevar por la… mediocridad, pero así ocurre, muchachos; ocurre, a menos que uno piense en todo lo que quiere hacer, a menos que uno decida siempre lo mejor que pueda.

— Deberías haberte dedicado a escribir, Davey. El hizo un gesto negativo con la mano.

— Es como si, al final, te encontraras con un examen sorpresivo: ¿Estoy orgulloso de mí mismo? ¡Entregué mi vida para convertirme en la persona que soy ahora! ¿Valía el precio que pagué?

De pronto se lo oía terriblemente cansado.

Lorraine sacó un pañuelo de papel de su bolso, apoyó la cabeza en el hombro de Dave y se enjugó las lágrimas. El marido la abrazó, le dio palmaditas, se enjugó también los ojos y ambos guardaron silencio, sin contar aquella tos empecinada.

Tal vez fuera demasiado tarde para dar el mensaje a sus hijos, pensé, pero lo había dado a alguien. Lo había dado a su esposa y a nosotros, que estábamos a una mesa y un universo de distancia. Oh, Dave…

¿Cuántas veces había imaginado a ese hombre, cuántas veces había probado ciertas decisiones con él? Si me negara a esta prueba, si optara por lo más seguro, ¿cómo me sentiré cuando mire hacia atrás? Algunas elecciones eran fáciles noes: no, no quiero asaltar bancos; no, no quiero ser drogadicto; no, no quiero arriesgar la vida por una emoción barata. Pero la decisión de seguir cualquier aventura verdadera se medía por el punto de vista de sus ojos: cuando recuerdo esto, ¿me alegraré de haber tenido coraje o me alegraré de no haberlo tenido? Y allí lo tenía, en persona, explicándolo.

— ¡Pobrecitos! — dijo Leslie, con suavidad —. ¿Somos nosotros, Richie, lamentándonos de no haber vivido de otro modo?

— Trabajamos demasiado — murmuré, a mi vez —. Es una gran suerte estar juntos. Me gustaría que tuviéramos más tiempo para disfrutarlo, para gozar tranquilamente de la mutua compañía.

— ¡También a mí! Mira, podemos tomarnos las cosas con más calma, wookie — dijo Leslie —. No hace falta que asistamos a tantas conferencias, que filmemos películas, que iniciemos diez proyectos al mismo tiempo. Creo que ni siquiera es necesario luchar contra la Dirección Impositiva. Quizás deberíamos haber abandonado el país, ir a Nueva Zelandia y pasar el resto de nuestra vida de vacaciones, como tú querías.

— Me alegro de que no lo hayamos hecho así — dije —. Me alegro de que nos hayamos quedado. — La miré, la amé por los años que habíamos pasado juntos. Por muy trabajosos que hubieran sido, también me habían dado el mayor goce de mi vida.

Tiempos difíciles, tiempos felices dijo ella, con los ojos, yo tampoco los cambiaría por nada.

— Cuando volvamos a casa tomaremos unas largas vacaciones — propuse, recorrido interiormente por una nueva comprensión, una nueva perspectiva brindada por esa pareja ya desvaída.

Ella asintió.

— Replantearemos la vida.

— ¿Sabes qué estoy pensando, Davey, tesoro? — dijo Lorraine, componiéndoselas para sonreír. El carraspeó y le devolvió la sonrisa.

— Nunca sé en qué estás pensando.

— Creo que deberíamos tomar una servilleta, así — metió la mano en su bolso —, y un lápiz, y hacer una lista de lo que más deseamos, para que estos seis meses sean… los mejores de nuestra vida. ¿Qué haríamos si no existieran los médicos, con todos sus esto-sí y esto-no? Si reconocen que no pueden curarte, ¿qué derecho tienen a decirnos qué debemos hacer con el tiempo que nos queda para vivir juntos? Creo que deberíamos hacer esta lista y ¡adelante! vivir como deseamos.

— Eres una locuela — dijo él.

Lorraine escribió en la servilleta:

— Lecciones de vuelo, por fin.

— Oh, vamos — protestó Dave.

— Tú mismo dijiste que podías hacer lo que hizo ese tipo — recordó ella, tocando el libro —. Vamos, dime, sólo para entretenernos: ¿qué más?

— Bueno, siempre he querido viajar. Si vamos a soñar, me gustaría ir a Europa.

— ¿A qué lugar de Europa? ¿Algún país en especial?

— A Italia — dijo él, como si lo hubiera soñado toda su vida.

Ella arqueó las cejas y lo anotó.

— Y antes del viaje me gustaría estudiar un poco de italiano, para que podamos hablar con la gente de allá.

Ella levantó la vista, asombrada; el lápiz quedó varado en el aire por un momento.

— Conseguiremos algunos libros de italiano — dijo al fin, escribiendo — Sé que también hay cassettes. — Lo miró otra vez. — ¿Qué más? La lista debe incluir cualquier cosa que desees.

— Oh, no tenemos tiempo — le recordó él —. Deberíamos haberlo hecho…

— ¡Nada de «deberíamos esto» ni «deberíamos aquello»! No tiene sentido desear un pasado que ya no podemos solucionar. ¿Por qué no desear las cosas que aún podemos hacer?

El quedó pensativo. Su mirada melancólica desapareció, como si ella le hubiera infundido vida nueva.

— ¡Tienes razón, qué diablos! — exclamó — ¡Ya es hora! Anota esquí acuático.

— ¿Esquí acuático? — repitió ella, con los ojos dilatados.

— ¿Qué va a decir el doctor? — preguntó él, con una sonrisa demoníaca.

— Dirá que no es saludable — rió la mujer, mientras lo anotaba — ¿Qué más?

Leslie y yo sonreímos.

— Tal vez no nos hayan dicho cómo volver a casa — le dije —, pero sí nos han dicho qué hacer cuando volvamos.

Leslie asintió. Empujó el acelerador invisible y el bar se perdió a los tumbos.

16

Ya en el aire otra vez, buscamos cualquier pista que el diseño pudiera ofrecemos, cualquier señal de un camino para volver a casa. Los senderos, por supuesto, iban en todas direcciones al mismo tiempo.

— Digo yo — murmuró Leslie —: ¿vamos a pasarnos la vida asomando la cabeza en vidas ajenas mientras buscamos la propia?

— No, queridita, está aquí no más — mentí — ¡Tiene que estar! Sólo hay que ser pacientes hasta descubrir la clave, cualquiera sea.

Ella me miró.

— Te sientes mucho más despejado que yo, en estos momentos. ¿Por qué no eliges un sitio para probar?

— ¿Por intuición, una vez más?

En cuanto cerré los ojos comprendí que ya estaba.

— ¡Recto hacia adelante! Prepárate para aterrizar.

Estaba solo, tendido en la cama de una habitación de hotel. Mi gemelo, mi gemelo. exacto, incorporado sobre un codo, con la vista perdida por la ventana. No era yo, pero se me parecía tanto que tuve la seguridad de no estar lejos de casa.

Las puertas de vidrio enmarcaban un balcón que daba a un campo de golf; atrás, altos árboles de follaje perenne. Nubes bajas. El castigo parejo de la lluvia sobre el techo. Si no empezaba a atardecer, las nubes eran tan densas y oscuras que el mediodía se había convertido en crepúsculo.