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Nada de suicidio, había dicho yo, pero no había prometido a mi esposa no pilotear como para ganar.

Me levanté trabajosamente de la tumba y caminé hasta la casa, pesados los pasos. Antes el crepúsculo era colores de fuego en el cielo; Leslie, una nube flotando de placer por lo que el ocaso hacía con sus flores: me señalaba una cosa, me mostraba otra. Ahora todo era gris.

Pye nos había dicho que. podíamos hallar el camino de regreso a nuestro propio tiempo. ¿Por qué había callado que el camino de regreso era un accidente en el mar y que uno de nosotros debía morir?

Durante el día estudiaba mis libros sobre la muerte. Compraba más. ¡Cuántas personas se habían estrellado contra esa muralla! Sin embargo, el único modo de cruzarla era desde el otro lado hacia éste. Si Leslie estaba conmigo, observando, escuchando, no me daba señales. Ningún libro caía de los estantes, ningún cuadro se inclinaba en la pared.

Por las noches arrastraba mi almohada y mi saco de dormir a la terraza, bajo el cielo. No soportaba dormir sin ella en nuestra cama.

El sueño (en otros tiempos mi escuela, mi salón de conferencia, mi cúpula de aventuras en alter-mundos) era ahora sombras perdidas, fotografías tomadas de películas mudas. En cuanto captaba por un instante su imagen y avanzaba para estar con ella, despertaba solo, desolado. ¡Maldición! ¡Ella debería haber estudiado!

Revivía aquellos extraños vuelos por el diseño una y otra vez, mentalmente, por mucho que dolieran, como el detective examina el cadáver en busca de pistas. En algún lugar tenía que haber una respuesta. De lo contrario moriría, con promesa o sin ella.

La noche era más brillante que nunca; las estrellas se arremolinaban en horas que se arremolinaban en estrellas, luminosas como aquella noche con le Clerc, en la antigua Francia…

Sabe que siempre, en derredor de ti, está la realidad del amor, y a cada momento tienes el poder de transformar tu mundo por obra de lo que has aprendido.

No temas ni te espantes ante la apariencia que es la oscuridad, ante el manto vacío que es la muerte.

Vuestro propio mundo es tan espejismo como cualquier otro. Vuestra unidad en el amor es la realidad, y los espejismos no pueden cambiar la realidad. No lo olvidéis. No importa lo que parezca ser…

Dondequiera vais, estáis juntos, a salvo con quien más amáis, en el punto de toda la perspectiva.

No creéis vuestra propia realidad. Creáis vuestras propias apariencias.

Necesitas el poder de Leslie. Ella necesita tus alas. ¡Juntos, voláis!

Es fácil Richie. ¡Sólo hay que enfocar!

Golpeé la terraza con el puño, furioso; el fiero espíritu de Atila se liberaba para ayudarme.

No me importa si nos estrellamos, pensé; ni siquiera creo que nos hayamos estrellado. ¡No nos estrellamos, qué diablos! No me importa lo que vi, lo que oí, lo que toqué ni lo que gusté; ¡no me importan más pruebas que la vida! ¡Nadie está muerto nadie está enterrado nadie está solo siempre he estado con ella ahora estoy con ella siempre estaré con ella y ella conmigo y nada nada nada tiene la facultad de interponerse entre nosotros!

Oí a Leslie, una pelusa de su grito:

— ¡Richie! ¡Es verdad!

No nos habíamos estrellado más que en mi mente. Me niego a aceptar esa mentira como verdad. No acepto este supuesto lugar no acepto este supuesto tiempo no existe ese maldito Honda Starstreak, Honda ni siquiera fabrica aviones nunca los fabricó nunca los fabricará, me niego a aceptar que no estoy psíquicamente tan bien dotado como ella, he leído mil libros y ella ninguno, maldición, y tomaré ese acelerador y empujaré esa condenada cosa a través del cielo si es necesario, nadie se estrelló, nadie fue arrojado, éste es sólo otro aterrizaje en medio de ese maldito esquema y ya estoy harto de esta convicción de muerte-dolor y llanto sobre su tumba y voy a demostrarle que puedo hacer esto, que no es imposible…

Sollocé, furioso, enorme el poder que estallaba en mí, Sansón empujando los pilares que sostenían al mundo. Lo sentí moverse, como hierro que se curvara, los terremotos astillaron la casa. Las estrellas se estremecieron, se borronearon. De inmediato impulsé el brazo derecho hacia adelante.

La casa desapareció. El agua de mar tronó en torrentes bajo nuestras alas, Gruñón se desprendió de las olas, se liberó del agua y alzó vuelo, raudo.

— ¡Leslie! ¡Oh, Leslie! ¡Has vuelto! ¡Estamos juntos!

La cara de mi esposa estaba bañada de lágrimas y risas.

— ¡Richie, tesoro! — gritó —. Lo hiciste, te amo. ¡LO HICISTE!

17

(Nota del autor: no hay error en esto; se trata de un segundo capítulo 17)

Mi esposo dejó al otro Richard sentado en la cama, discutiendo por teléfono con su Leslie, y escapó conmigo por el balcón.

Me besó y nos abrazamos por un largo instante, felices de estar juntos, felices de ser nosotros.

— ¿Por qué no intentas despegar tú, esta vez? — le dije —. Deberías comprobar que puedes hacerlo antes de que volvamos a casa.

El alargó la mano hacia el acelerador de Gruñón, pero no ocurrió nada. ¿Por qué le cuesta tanto? me pregunté. Demasiadas pistas en esa mente, todas circulando al mismo tiempo.

— Es fácil, Richie — lo alenté —. Sólo hay que enfocar.

Yo misma tomé el acelerador y lo empujé para mostrarle cómo se hacía; de inmediato empezamos a movernos. Es como cuando se termina de filmar una escena de una película y se desarma el decorado: las montañas y los bosques se convierten en tela estremecida; las rocas, en esponjas que rebotan; al escenario llegan fuertes ruedas para llevarse todo.

— Déjame intentarlo otra vez — dijo él.

— Bueno, tesoro— dije — La llevaré hacia atrás. Recuerda que el truco consiste en enfocar…

Me sorprendió que estuviéramos tan cerca de alzar vuelo. En cuanto llevé el acelerador hacia atrás, Gruñón saltó en el aire y allá abajo se vio el agua. El motor petardeó algunas veces, como cuando aún está demasiado frío para alzar vuelo. Nos elevamos, pero el morro cayó otra vez hacia abajo. El se apoderó de los controles, pero ya era demasiado tarde.

Todo parecía ocurrir en cámara lenta. Nos estrellamos lentamente, lentamente llegó una tormenta de ruido blanco, como si alguien pasara el dedo contra una púa de tocadiscos a todo volumen; lentamente hubo agua por doquier. Lentamente bajó el telón y las luces se apagaron en negro.

Cuando volvió el mundo, era verde y opaco; ya no había ruido alguno. Richard estaba aferrado al hidroavión, bajo el agua, arrancando trozos de la cabina, tratando frenéticamente de sacar algo mientras todo se hundía.

— No, Richie— le dije— Tenemos un problema grave. ¡Es necesario que hablemos! En el avión no hay nada que nos interese…

Pero a veces él tiene ideas fijas y el orden de prioridades no le interesa; lo que le interesa es rescatar su vieja chaqueta de piloto o algo así. Se lo veía sumamente afligido.

— Está bien, tesoro— le dije —. Tómate el tiempo que quieras. Te esperaré.

Lo vi forcejear por un rato; por fin consiguió lo que buscaba y nadó hacia arriba. ¡Qué extraña sensación! Lo que estaba sacando del avión no era su chaqueta, sino a mí, laxa, con el pelo suelto, como una rata ahogada.

Lo vi sacar mi cabeza por encima del agua.

— Todo va bien, querida — jadeó —. Nos salvaremos…

El barco pesquero estaba casi encima de él; se deslizó hacia un costado en los últimos metros, en el momento en que un hombre saltaba desde la borda, con una soga atada a la cintura. En la cara de mi querido Richard había tanto pánico que no pude mirar.

Cuando aparté la vista vi una luz gloriosa: amor, expandido delante de mí. No era el túnel del que él me había hablado tanto, pero así lo parecía, porque en comparación con la luz todo lo demás era tinta y no había más rumbo que el de ese amor asombroso.