La luz decía: «No te preocupes», con una seguridad tan maravillosa, suave y perfecta que confié en ella con todo mi ser.
Dos siluetas avanzaban hacia mí. Una era la de un muchacho adolescente, tan familiar… Se detuvo a cierta distancia; se detuvo y permaneció inmóvil, observando.
La otra silueta se acercó; era un hombre mayor, no más alto que yo. Reconocí ese modo de caminar.
— Hola, Leslie — dijo, por fin. Su voz era grave y ronca, desgastada por los cigarrillos de muchos años.
— ¿Hy? Hy Feldman, ¿eres tú? Cubrí corriendo los últimos pasos que me separaban de él y nos abrazamos, nos abrazamos, girando en círculos, juntando nuestras lágrimas de alegría.
No tenía en el mundo entero amigo más querido que ese hombre, que me había apoyado en los viejos tiempos en que tantos otros me habían vuelto la espalda. No podía iniciar el día sin hacer un llamado a Hy.
Nos separamos para mirarnos, con sonrisas tan grandes que apenas nos cabían en la cara.
— ¡Querido Hy! ¡Oh, Dios, esto es maravilloso!
¡No puedo creerlo! ¡Cuánto, cuánto me alegro de volver a verte!
Había muerto tres años antes… ¡Qué golpe, qué dolor el de esa pérdida! Y me había puesto furiosa…
De inmediato di un paso atrás para clavarle una mirada fulminante.
— ¡Estoy enojadísima contigo, Hy!
El sonrió con los ojos chisporroteantes, como siempre. Yo lo había adoptado como sabio hermano mayor; él a mí, como hermana tozuda.
— ¿Todavía estás enfadada?
— ¡Por supuesto! ¡Qué cosa despreciable has hecho! ¡Yo te amaba, confiaba en ti! Prometiste no fumar otro cigarrillo mientras vivieras, pero seguiste fumando y rompiste dos corazones con el tabaco, Hy Feldman. ¡Rompiste también el mío! ¿Alguna vez se te ocurrió pensarlo? ¡Cuánto nos hiciste sufrir, a todos los que te amábamos, haciendo algo que nos privó de ti tan prematuramente! ¡Y por motivos idiotas!
El bajó la vista, manso y tímido, mirándome a través de esas cejas hirsutas.
— ¿Sirve de algo que pida perdón?
— No — respondí, con un mohín —. Podrías haber muerto por buenos motivos, Hy, por una buena causa, y yo habría comprendido: lo sabes. Podrías haber muerto luchando por los derechos humanos, para salvar los océanos o los bosques… o la vida de cualquier desconocido. ¡Pero moriste por fumar, cuando habías prometido abstenerte!
— No volveré a hacerlo— me sonrió —. Lo prometo.
— ¡Vaya promesa! — protesté. Y no pude dejar de reír.
— ¿Te parece que fue hace mucho tiempo? — preguntó.
— Ayer.
El me tomó de la mano y la estrechó. Giramos hacia la luz.
— Vamos. Hay aquí alguien a quien extrañas desde hace más tiempo que a mí.
Me detuve. De pronto no podía pensar en otra cosa que no fuera Richard.
— Hy — dije —, no puedo, tengo que regresar. Richard y yo estamos en medio de una aventura realmente extraordinaria; estamos viendo cosas, aprendiendo cosas… ¡No veo la hora de contártelo! ¡Pero ha ocurrido algo espantoso! ¡Cuando lo dejé estaba frenético de preocupación! — Y por entonces yo también estaba frenética. — Tengo que volver a su lado.
— Leslie — dijo él, sujetándome.la mano con fuerza —. Deténte, Leslie. Tengo que decirte algo.
— ¡No! No, Hy, por favor. Vas a decirme que he muerto. ¿Verdad?
El asintió con su triste sonrisa.
— Pero no puedo dejarlo, Hy. ¡No puedo desaparecer y no regresar jamás! No sabemos vivir el uno sin el otro.
Me miró, todo suave comprensión, borrada la sonrisa.
— Hemos conversado mucho sobre el morir, sobre cómo sería— continué —, y nunca tuvimos miedo a la muerte. Lo que temíamos era vernos separados. Decidimos que, de algún modo, moriríamos juntos. Y lo habríamos hecho, de no ser por este estúpido… ¿Te imaginas? ¡Ni siquiera sé cómo nos estrellamos!
— No fue estúpido — corrigió él —. Hubo un motivo.
— Bueno, no conozco ese motivo y, si lo conociera, no importaría. ¡No puedo dejarlo!
— ¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez él debe aprender algo y que jamás lo descubriría si te tuviera a su lado? ¿Algo importante?
Sacudí la cabeza.
— No hay nada tan importante— repliqué — De lo contrario nos habríamos separado antes.
— Ahora estáis separados.
— ¡No, no lo acepto!
En ese momento, el joven avanzó hacia nosotros, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Era alto y delgado, tan tímido que se le notaba al caminar. No pude apartar la vista, pero su aspecto me provocaba tal dolor en el corazón que apenas podía soportarlo.
Por fin él levantó la cabeza: traviesos ojos negros que sonreían nuevamente a los míos, después de tantos años.
¡Ronnie!
Mi hermano y yo habíamos sido inseparables cuando niños. Nos abrazamos estrechamente, llorando nuestro desesperado júbilo por vernos reunidos otra vez.
Cuando yo tenía veinte años y él diecisiete, Ronnie se mató en un accidente. Lloré su pérdida hasta los cuarenta años. Su vitalidad había sido tan intensa, tan imposible resultaba imaginarlo muerto, que nunca pude creer en su desaparición ni logré aceptarla. Eso me cambió; perdí la esperanza y la decisión; extraviada, deseaba morir. ¡Qué poderoso había sido el vínculo entre nosotros!
Ahora estábamos juntos otra vez y nuestra felicidad era tan abrumadora como lo había sido el dolor.
— Estás igual — le dije, por fin, observándolo con sorpresa. Recordaba ahora por qué nunca había podido ver una película de James Dean sin llorar: la cara de Ronnie se parecía mucho a la suya. — ¿Cómo puedes estar igual después de tanto tiempo?
— Esto fue sólo para que me reconocieras. — Se echó a reír, pensando en otras ideas que había tenido para nuestro reencuentro. — Iba a venir bajo la forma de un perro viejo o algo por el estilo, pero… Bueno, hasta yo me di cuenta de que no era buen momento para una broma.
Bromas. Yo había sido la seria, la que se esforzaba y pujaba, indetenible. El había decidido que nuestra pobreza era abrumadora, que luchar no tenía sentido; prefería el alivio de la comicidad; reía y hacía travesuras cuando yo estaba en mis momentos más graves, hasta darme ganas de estrangularlo. Pero era encantador, divertido, apuesto; todo se le perdonaba. Todo el mundo lo amaba; especialmente, yo.
— ¿Cómo está mamá? —preguntó.
Me di cuenta de que lo sabía, pero que deseaba saberlo por mí.
— Mamá está bien, pero te echa de menos. Yo acabé por aceptar que ya no estabas, hace unos diez años, aunque no lo creas. Pero ella no lo aceptó. Jamás.
El suspiró.
Después de haberme negado a creer en su muerte, ahora apenas podía creer que estuviera allí, a mi lado. ¡Qué asombroso, tenerlo nuevamente junto a mí!
— Tengo tantas cosas que contarte, tanto que preguntar…
— Te dije que te esperaba algo maravilloso — dijo Hy.
Me echó un brazo sobre los hombros y Ronnie hizo lo mismo. Yo abracé a ambos por la cintura y los tres caminamos más hacia la luz, así abrazados.
— ¡Ronnie, Hy! — Meneé la cabeza, otra vez sobrecogida. — ¡Este es uno de los días más felices de mi vida!
En ese momento vi lo que tenia por delante. — ¡Oh…!
Un valle glorioso se extendió ante nuestra vista mientras caminábamos; un riacho centelleaba entre campiñas y bosques, llenos de dorados y escarlatas otoñales. Detrás de él, montañas muy altas, coronadas de nieve. A la distancia caían silenciosamente cascadas de trescientos metros de altura. Era apabullante, como mi primera visita a…