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— ¿El parque Yosemite? — pregunté.

— Sabíamos que te encantaba — asintió Hy —; se nos ocurrió que quizá te gustaría sentarte aquí para conversar.

Buscamos un bosquecillo bañado de sol y nos sentamos sobre una alfombra de hojas. Nos miramos mutuamente, pura alegría. ¿Por dónde empezar? me preguntaba, ¿por dónde?

Otra parte de mí sabía; formuló la pregunta que me había acosado por tantos años.

— Ronnie, ¿por qué? Sé que fue un accidente, sé que no moriste por propia voluntad. Pero he estado descubriendo hasta qué punto manejamos nuestra vida. No puedo dejar de pensar que, en algún plano, tú elegiste abandonarnos en ese momento.

La respuesta llegó como si él lo hubiera pensado por tanto tiempo como yo.

— Fue una mala elección — respondió, con desenvoltura —. Estaba convencido de que, con tan mal comienzo en la vida, jamás podría progresar. A pesar de todas mis bromas yo era un alma extraviada, ¿lo sabías?

Esbozó una sonrisa traviesa para disimular la melancolía.

— Creo que, en el fondo, lo sabía — reconocí, con el corazón destrozado otra vez —, y eso es lo que nunca pude aceptar. ¿Cómo podías estar extraviado cuando todos te amábamos tanto?

— Yo mismo no me inspiraba tanta simpatía como a vosotros — explicó —. No me creía digno de amor ni de nada, en realidad. Ahora, al recordar, comprendo que podría haber llevado una buena vida, pero por entonces no lo veía de ese modo. — Apartó su rostro. — Mira, no se puede decir que yo haya decidido: «Ahora saldré a matarme», pero tampoco me esforzaba mucho por vivir. No trataba de sacarle jugo a la vida, como tú. —Meneó la cabeza. — Mala elección.

Nunca lo había visto tan serio. ¡Qué extraño y maravilloso era oírlo hablando así, borrando mi confusión y el dolor de décadas con unas pocas palabras de explicación!

Me sonrió con timidez.

— Te he estado vigilando — dijo —. Por un tiempo pensé que te reunirías conmigo muy pronto. Después te vi revertir la situación; comprendí que yo también habría podido hacerlo y me lamenté… Bueno, era una vida dura. Debería haberla manejado de otro modo. Pero aprendí muchísimo. Desde entonces no he dejado de aprovecharlo.

— ¿Que me vigilabas? — repetí —. ¿Sabes lo que ha estado pasando en mi vida? ¿Conoces a Richard?

Me apasionaba pensar que él estaba enterado de la existencia de mi maravilloso marido.

El asintió.

— Es estupendo. ¡Me alegro por ti!

¡Richard!

De pronto volvió el pánico. ¿Cómo podía estarme sentada allí, conversando tranquilamente? ¿Qué me pasaba? Richard me había dicho que las personas pasaban por un momento de confusión después de la muerte, pero ¡eso era inconcebible!

— Está preocupado por mí, ¿sabes? Piensa que me ha perdido, que nos hemos perdido mutuamente. No puedo quedarme, por mucho que os ame a ambos, ¡no puedo! Comprendéis, ¿verdad? Tengo que volver a él…

— Leslie — dijo Hy —, Richard no podrá verte.

— ¿Por qué? — ¿Qué cosa terrible sabía Hy que yo no hubiera tenido en cuenta? ¿Acaso me había convertido en el fantasma de un fantasma? ¿Acaso estaba…? — ¿Vas a decirme…? ¿Quieres decirme que en realidad he muerto? ¿Que esto no es una muerte a medias, con la posibilidad de regresar, sino la muerte real? ¿Sin alternativas?

El asintió. Me interrumpí, estupefacta.

— Pero Ronnie ha estado conmigo, dijo que me vigilaba, que siempre estuvo.

— Pero tú no podías verlo, ¿verdad? — señaló Hy —. No sabías que estaba allí.

— A veces, en sueños…

— En sueños, claro que sí, pero…

Sentí un súbito alivio.

— ¡Bien!

— ¿Es ése el tipo de matrimonio que deseas? — dijo —. ¿Que Richard te vea cuando duerme y te olvide todas las mañanas? En vez de prepararte para salirle al encuentro cuando llegue, para enseñarle lo que has aprendido, ¿quieres flotar a su alrededor sin ser vista?

— Mira, Hy: pese a todo lo que hemos conversado sobre la muerte y la superación de la muerte, sobre nuestra misión conjunta a lo largo de muchas vidas, él sólo sabe que yo morí en un accidente de aviación y que ése fue mi fin. ¡Creerá que todas sus convicciones estaban equivocadas!

Mi viejo amigo me observaba con incredulidad. ¿Era posible que no comprendiera?

— ¡Hy! ¡El motivo de nuestra vida fue estar juntos, expresar el amor! ¡No habíamos terminado! Es como escribir un libro y abandonarlo por la mitad, en el capítulo 17, cuando debía tener veintitrés. No podemos abandonar y hacer de cuenta que ése es el final. Dejar que el libro sea publicado, cosa inútil sin final…

Me negaba a creerlo.

— Viene un lector que quiere saber qué descubrimos, quiere saber cómo usamos lo aprendido bella y creativamente, para vencer los desafíos que se nos presentaban, y en medio del libro todo acaba con una nota del editor: Entonces se estrellaron con su avión y ella murió; por eso nunca concluyeron con lo que habían empezado.

— Casi todo el mundo deja su vida sin terminar. Así fue la mía — observó Hy.

— ¡En eso tienes razón! — le espeté —. Entonces ya sabes lo feo que es eso. ¡Nosotros no vamos a dar nuestra historia por terminada cuando está apenas por la mitad!

Me sonrió con su cálida sonrisa.

— ¿Quieres que el relato diga que, después del accidente, Leslie volvió de entre los muertos y que vivieron felices por siempre jamás?

— No sería de lo peor. — Todos reímos. — Naturalmente, preferiría que dijera cómo lo hicimos, qué principios utilizamos, para que cualquiera pudiera hacer lo mismo.

¡Lo había dicho en broma, pero de pronto se me ocurrió que ésa podía ser una prueba más, un desafío más del esquema!

— Mira, Hy — dije —, Richard tuvo razón en muchas cosas que parecían locuras al principio. Ya conoces su ley cósmica, según la cual las cosas que tenemos en el pensamiento se hacen realidad. ¿Acaso la ley cósmica cambia súbitamente porque nos hayamos estrellado? ¿Cómo es posible que yo tenga ahora algo en el pensamiento, algo tan importante, sin que se torne realidad?

Vi que él cedía. Sonrió.

— Las leyes cósmicas no cambian.

Le estreché la mano.

— Por un momento me pareció que tratarías de detenerme.

— Nadie en el mundo tiene poder suficiente para detener a Leslie Parrish. ¿Por qué piensas que aquí podrían hacerlo?

Nos pusimos de pie. Hy me despidió con un abrazo.

— Tengo una curiosidad — dijo —. Si hubiera muerto Richard y no tú, ¿lo habrías dejado ir? ¿Habrías confiado en que se las compusiera bien por el tiempo que tú tardaras en concluir tu propia vida?

— No. Me habría matado.

— Cabeza de piedra — dijo.

— Sé que no tiene sentido. Nada tiene sentido, pero tengo que volver a él. No puedo dejarlo, Hy. ¡Lo amo!

— Lo sé. Anda, vete.

Me volví hacia Ronnie. Mi adorado hermano y yo nos abrazamos largamente, en silencio. ¡Qué difícil era separarse!

— Te amo — dije, mordiéndome los labios para contener las lágrimas, mientras daba un paso atrás —. Os amo a los dos. Siempre os amaré. Y volveremos a estar juntos, ¿verdad?

— Ya lo sabes — aseguró Ronnie —. Cuando mueras y busques otra vez a tu hermano, verás venir cierto perro viejo…

Reí entre lágrimas.

— Nosotros también te amamos — dijo.

Nunca había imaginado que pudiera llegar ese día. Bajo mi escepticismo había esperado siempre que Richard tuviera razón, que la vida fuera algo más que una sola existencia. Ahora lo sabía. Ahora, con lo que había aprendido del diseño y del morir, me alejé segura de ello. Sabía también que, algún día, Richard y yo caminaríamos juntos hacia el interior de esa bella luz. Todavía no.