Volver a la vida no era imposible, no era siquiera difícil. Una vez franqueado el muro que nos supone incapaces de intentar lo imposible, vi el diseño en el tapiz, tal como Pye había dicho. ¡Hebra a hebra, paso a paso! No volvía a la vida, sino a un enfoque de forma; es un enfoque que cambiamos todos los días.
Encontré a mi querido Richard en un mundo alternativo que, de algún modo, había tomado por real. Estaba caído en tierra, sobre mi tumba. Su dolor era una sólida muralla a su. alrededor; no podía verme ni oír que estaba con él.
Pujé contra la muralla.
— Richard…
Nada. ¡Richard, estoy contigo!
Sollozó contra mi lápida. ¿No habíamos acordado nada de lápidas?
— Querido mío, estoy contigo en este mismo instante, mientras lloras en el suelo; estaré contigo cuando duermas y cuando despiertes. ¡Sólo nos separa tu convencimiento de que estamos separados!
Las flores silvestres, sobre la tumba, le decían que la vida cubre el sitio mismo donde la muerte sólo puede parecer, pero su mensaje le pasaba tan desapercibido como el mío.
Por fin se levantó trabajosamente y caminó como alma en pena hacia la casa, rodeado por su muro de dolor. Pasó por alto el crepúsculo y su mensaje a gritos: lo que parece noche es el mundo preparándose para un alba que ya existe. Y arrojó su saco de dormir en la cubierta.
¿Cuántos gritos puede bloquear un hombre, impidiéndoles llegar al saber? ¿Era ése mi esposo, mi querido Richard, siempre convencido de que nada ocurre por azar, desde la caída de una hoja hasta el nacimiento de una galaxia? ¿Llorando hasta perder el corazón, en su saco de dormir, bajo las estrellas?
— ¡Richard! — le dije —. ¡Tienes razón! ¿Siempre estuviste en lo cierto! ¡El accidente no ocurrió por azar! ¡La perspectiva! ¡Ya sabes todo lo necesario para hacer que volvamos a estar juntos! ¿Recuerdas? ¡Enfoque!
De pronto descargó el puño contra la cubierta, descargando la ira contra sus murallas.
— ¡No hemos terminado! — le grité —. ¡Nuestra historia no ha terminado! Tenemos… tanto… por qué vivir… ¡Puedes cambiar ahora! ¡Querido Richard, AHORA!
La muralla que lo rodeaba se movió, resquebrajada en los bordes. Cerré los ojos y enfoqué todo mi ser. Nos vi a ambos en la cabina intacta de Gruñón, suspendida por sobre el diseño; sentí que volábamos juntos. Sin dolor, sin pesar, sin separación.
El también lo sintió. Se esforzó por impulsar el acelerador hacia adelante. Tenía los ojos cerrados y cada fibra de su cuerpo se estremecía contra esa sencilla palanca.
Como si hubiera estado hipnotizado, como si se arrancara ahora de ese trance por pura voluntad, tembló y aplicó cada gramo de músculo contra sus propios convencimientos de hierro. Los convencimientos cedieron medio centímetro. Un centímetro.
Mi corazón casi estallaba por él. Agregué mi voluntad a la suya.
— ¡Querido mío! ¡No he muerto, nunca morí! ¡Estoy contigo ahora mismo! ¡Estamos juntos!
Las paredes temblaron a su alrededor, dejando caer algunos trozos. El motor de Gruñón cobró impulso y ronroneó. Los indicadores del tablero se movieron imperceptiblemente.
Richard contuvo el aliento. Las venas palpitaban en su cuello; tenía los dientes apretados y luchaba por cambiar lo que había tomado por verdad. Negó el accidente. Contra toda la prueba de las apariencias, negó mi muerte.
— ¡Richie! — le grité— ¡Es cierto! ¡Sí, por favor! ¡Aún podemos volar!
En ese momento el acelerador cedió y el motor cobró velocidad en un trueno; la espuma voló debajo de nosotros.
¡Era una gloria verlo! Abrió los ojos en el segundo en que Gruñón se desprendía de las olas.
Al fin oí su voz, en un mundo que volvíamos a compartir.
— ¡Leslie! ¡Oh, Leslie! ¡Has vuelto! ¡Estamos juntos!
Ella tenía la cara bañada en lágrimas y risas. — ¡Richie, tesoro! — exclamó —. ¡Lo hiciste, te amo, LO HICISTE!
18
Un buen modo de caer de narices, cuando se pilotea un avión, es tirar el volante de mando hacia atrás después del despegue y retenerlo allí. Pero estábamos arrebatados por el júbilo de la resurrección; Gruñón podría haber perdido las alas sin que dejáramos de ascender como cohetes.
La abracé, sentí sus brazos contra mí mientras ascendíamos.
— ¡Leslie! — exclamé — ¡No estoy soñando! ¡No has muerto!
No había muerto, no estaba enterrada en la colina, estaba conmigo, radiante como un amanecer. El sueño no era ese momento, sino esos meses transcurridos en la creencia de que ella había muerto, esos meses de llorar a solas en el tiempo alternativo.
— Sin ti era… — dije —. El mundo se detuvo. ¡Nada tenía importancia! — Le toqué la cara. — ¿Dónde has estado?
Ella rió entre lágrimas.
— ¡Estaba contigo! — dijo — Cuando nos hundimos te observé bajo el agua. Te vi sacar mi cuerpo del avión. Pensé que buscabas tu chaqueta, pero cuando vi lo que era no pude creerlo. Estaba allí mismo, contigo, pero no me veías; no veías más que mi cadáver.
Ella había estado conmigo.
Después de todo lo que habíamos aprendido juntos, ¿qué me hizo olvidar súbitamente y tomar las apariencias por realidad? Mi primera palabra, ante su muerte, había sido WO! Una sola palabra, verdad inmediata. ¿Por qué no presté atención? ¡Qué diferentes habrían sido las cosas si yo me hubiera negado a creer en esa mentira inmediatamente, en vez de negarme más tarde!
— Podría haberte ayudado — dije— si me hubiera aferrado a lo que sabía verdad…
Ella meneó la cabeza.
— Hacía falta un milagro para no enfocarse en lo que viste en el accidente. Y más tarde la pena fue como una muralla alrededor de ti. Yo no podía atravesarla. Si me hubiera dado prisa, tal vez…
— ¡Maldito sea! — Ella volvió a abrazarme. — ¡Estuviste maravilloso! Pese a todo lo que veías, empujaste el acelerador de Gruñón y nos sacaste tú mismo de ese mundo, ¿te das cuenta? ¡Lo conseguiste!
Con qué rapidez, en ese terrible mundo-de-su-muerte, había empezado a olvidar el sonido de su voz, su aspecto. Volver a encontrarla era el deleite de encontrar nuevamente el amor.
— ¡Tengo tanto que contarte! — dijo — Sé que sólo ha pasado una hora o dos, pero tanto…
— ¿Una hora? ¡Fueron meses, wookie! ¡Tres meses y una semana!
— No, Richie, una hora y media, cuanto más. — Me miró, desconcertada. — Me fui en medio de… — Contuvo el aliento, chispeantes los ojos. — ¡Oh, Richard, he visto a Ronnie! Estaba exactamente igual, como si nunca hubiera muerto. ¡Y también a nuestro querido Hy! Hy fue el primero en recibirme; me dijo que todo estaba bien, que tú y yo estaríamos juntos pronto, de un modo u otro. Y un momento después del accidente apareció esa bella luz, como en tus libros sobre la muerte…
Solía ocurrir que yo fuera a la ciudad a comprar mercancías; cuando volvía a casa, nos llevaba una hora ponernos al tanto con todo lo ocurrido mientras habíamos estado separados. Ese último viaje, una hora según su percepción, tres meses según la mía, ¿cuánto tardaríamos en relatárnoslo?
— ¡Es un lugar maravilloso, Richie! — exclamó —. Si no fuera por ti, no habría vuelto jamás. — Lo pensó por un momento. — Dime: ¿habrían sido distintas las cosas para ti si hubieras sabido que yo estaba bien, que estaba feliz, entre gente a la que amaba?
— Si hubiera sabido que estabas a salvo y feliz, sí — le dije —. Creo que sí. Habría podido tomarlo como un… como un traslado, como si tú te me hubieras adelantado para mudarte a nuestra nueva ciudad, a nuestro nuevo hogar, a fin de aprender las normas y las calles y para conocer a la gente mientras yo terminaba nuestro trabajo aquí. Eso me habría ayudado un poco. Pero no es un traslado. ¡No hay correspondencia, no hay teléfono, no hay manera de saber!