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Otros dramas, en otras pantallas, llenaban el escaparate a lo largo de la acera. Desde cada pantalla pendía un cartelito carmesí: ¡CÓMPREME!

— ¡Simultáneo! — dije.

— Por lo tanto, el pasado o el futuro no depende del año que corra— observó ella —, sino del canal sintonizado… ¡Depende de lo que elegimos ver!

— Un infinito número de canales— dije, interpretando el escaparate —, pero ningún televisor puede transmitir más de un canal en un momento dado. Por eso cada uno está convencido de ser el único canal existente.

Ella señaló por sobre mi hombro.

— Un aparato nuevo.

En la otra esquina del escaparate, un aparato de alta tecnología mostraba a Spencer Tracy desconcertado por Katharine Hepburn, mientras una inserción de cinco pulgadas, dentro de la imagen, mostraba un montón de coches de carrera lanzados hacia la meta.

— ¡Ajá! — exclamé —. Si somos lo bastante avanzados, podemos sintonizar más de una vida.

— ¿Y cómo llegamos a ser tan avanzados? — se preguntó Leslie.

— ¿Costamos más?

Ella se echó a reír.

— Ya sabía que había una manera.

Seguimos caminando, abrazados. Entramos en nuestro restaurante preferido y buscamos una cabina. Ella abrió el menú y lo abrazó.

— ¡Ensalada «raíces del cielo»! — exclamó.

— Hay cosas que nunca cambian.

Leslie asintió, feliz.

22

Durante la cena no podíamos dejar de conversar. El escaparate colmado de televisores, ¿había sido coincidencia o vivíamos rodeados por respuestas sin darnos cuenta? Pese a estar hambrientos, nos olvidábamos de la comida.

— No es coincidencia — dije —. Cuando lo pensamos, todo es metáfora.

— ¿Todo?

— Ponme a prueba — dije —

Después de lo que hemos aprendido, cualquier cosa que puedas mencionar… está tratando de enseñarnos algo que puedo demostrarte.

Aun a mí me sonaba audaz.

Ella echó un vistazo al paisaje marino pintado al otro lado del salón.

— El océano — dijo.

— El océano contiene muchas gotas de agua — empecé; apenas necesitaba pensar; la idea estaba tan clara en mi mente como si fuera uno de los cristales de Atkin flotando ante mí. — Gotas hirvientes y gotas heladas, brillantes y oscuras, gotas que vuelan en el aire y gotas estrujadas por toneladas de presión. Gotas que se transforman una en otra y en la siguiente, gotas que se evaporan y se condensan. Cada gota es una con el océano. Sin el océano, las gotas no pueden existir. Sin las gotas, el océano no puede ser. Pero no se puede hablar de «una gota» en el océano. No hay límites entre las gotas hasta que alguien lo traza.

— ¡Muy bien! — ponderó ella —. ¡Eso estuvo muy bien, Richie!

Contemplé mi mantel individual, que mostraba el mapa de Los Angeles.

— Calles y autopistas — dije.

Ella cerró los ojos.

— Las calles y las autopistas vinculan cada lugar con todos los demás, pero cada conductor elige adónde quiere ir — dijo, lentamente. — Puede dirigirse a una bella campiña o a los suburbios de tabernas, a una universidad o a un bar; puede seguir la ruta hasta el horizonte o ir y venir por una misma huella; puede también aparcar y no ir a ninguna parte.

Leslie observaba la idea en su mente, la hacía girar, divirtiéndose.

— Puede elegir el clima según su punto de destino; puede conducir con prudencia o peligrosamente; puede viajar en un coche de carrera, uno de paseo o un camión; puede mantener su vehículo a la perfección o dejar que se haga pedazos. Puede conducir sin mapa y hacer de cada giro una sorpresa o planear exactamente adónde irá y de qué modo llegará a ese sitio. Cada ruta que tome estará ya allí antes de que él la escoja y después de que haya pasado. Cada viaje posible ya existe y el conductor, la conductora, es una con todos ellos. Se limita a elegir, todas la mañanas, qué viaje hará ese día.

— ¡Vaya! ¡Perfecto!

— Esto ¿lo acabamos de aprender — preguntó ella— o lo hemos sabido siempre sin preguntárnoslo? — Antes de que pudiera responderle me puso a prueba de nuevo: — La aritmética.

No pudimos hacerlo con todos los temas, pero sí con casi todos los sistemas, las aficiones y las vocaciones. Programación de computadora, filmaciones, ventas al menudeo, bolsos, manufacturas, vuelo en avión, jardinería, ingeniería, arte, educación, navegación a vela… Detrás de cada vocación yace una metáfora con la misma visión serena del funcionamiento universal.

— Leslie, ¿no tienes la sensación de que…? ¿Somos ahora las mismas personas que antes?

— No, no lo creo — respondió —. Si hubiéramos vuelto sin cambios después de lo que pasó, seríamos… Pero no es eso lo que quieres decir, ¿verdad?

— No, me refiero a una verdadera diferenció —manifesté, sin levantar la voz —. Mira a los que nos rodean, a las personas de ese restaurante.

Ella lo hizo, por un tiempo larguísimo.

— Tal vez pase, pero…

— … conocemos a todos — completé.

A la mesa vecina había una mujer de Vietnam, agradecida por la bondad, la crueldad, el odio y el amor de América, orgullosa de sus dos hijas, que se desempeñaban maravillosamente en la escuela y eran las mejores alumnas. Lo comprendimos todo y nos sentimos orgullosos con ella, y también de lo que había hecho para que la esperanza cobrara realidad en la vida de las tres.

Al otro lado del salón, cuatro adolescentes reían e intercambiaban palmadas, ignorantes de todo, salvo de sí mismos, suplicando atención por motivos que no conocían. Esos años torpes y dolorosos de nuestras propias vidas levantaron ecos en nuestro corazón: una comprensión instantánea.

Más allá, un joven estudiaba intensamente para los exámenes finales, ajeno a todo lo que no fuera la página que tenía delante, en la que seguía gráficos con el lápiz. Sabía que probablemente no volvería a graficar los momentos de flexión de las vigas en doble T en toda su vida, pero sabía también que lo importante es el sendero, que el valor está en cada paso dado por él. Nosotros también lo sabíamos.

Una pareja de pelo blanco y ropas pulcras murmuraba en la cabina del rincón. ¡Tanto que recordamos lo que hacíamos con una existencia, sensaciones tan cálidas por haber hecho lo mejor que sabíamos, planear futuros que nadie más pudiera imaginar!

— Qué sensación extraña — dijo.

— Sí —confirmó ella —. ¿Ha pasado antes alguna vez?

Algunas raras experiencias de viaje astral, pensé, tienen cierta unidad cósmica. Pero nunca me había sentido en unidad con la gente de los restaurantes.

— A este punto, no, no lo creo.

Recuerdos diseminados que se remontaban hasta donde la memoria, conexiones de gasa con todos los demás: eso subyacía bajo lo que se presentaba como diferencias.

Uno, había dicho Pye. Es difícil criticar, pensé, difícil juzgar cuando somos nosotros mismos los que estamos bajo los reflectores. No hay necesidad de juzgar cuando ya comprendemos.

Uno: ¿Eran aquéllos los jovencitos que habíamos sido, las almas sapientes que aún debíamos ser?

Un enfoque de íntima y expectante curiosidad conectaba a cada uno de nosotros con el otro, mudo y sereno deleite ante nuestra capacidad de construir vidas, aventuras y anhelos de saber.

Uno. Al otro lado de la ciudad, ¿ellos eran también nosotros? ¿El actor no descubierto y la gran estrella, el traficante de drogas y el policía, el abogado, el terrorista y el músico de conservatorio?