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— No importa que seamos vuestro futuro o no — dijo mi esposa —. No volváis la espalda al amor…

Se interrumpió en medio de la frase para mirarme, sobresaltada. La habitación temblaba; un rumor sordo recorría el edificio.

— ¿Un terremoto? — dije.

— No, no hay ningún terremoto — dijo la joven Leslie —. Yo no siento nada. ¿Y tú, Richard?

El sacudió la cabeza.

— Nada.

Para nosotros, todo el cuarto se estremecía en ondas de baja frecuencia, mas veloces a cada instante.

Mi esposa se levantó bruscamente, asustada. Había sobrevivido a dos grandes terremotos y no tenía muchas ganas de enfrentarse al tercero. Le tomé la mano.

— Los mortales de esta habitación no sienten ningún terremoto, wookie, y a los fantasmas no nos daña el yeso desprendido…

Y entonces todo aquello se estremeció como el azul celeste en un batidor de pintura; las paredes se borronearon y el rugido se hizo más potente que antes. Los nosotros más jóvenes quedaron confundidos por lo que estaba ocurriendo con Leslie y conmigo. La única cosa sólida era mi esposa, a mi lado, resistiendo y gritando a aquellos dos:

— ¡Seguid… juntos!

Un momento después, el cuarto de hotel desapareció con una sacudida, tragado por el rugir de motores y el torrente de agua. La llovizna voló hacia atrás, arrebatada del vidrio por el viento. Allí estábamos, en la cabina de nuestro hidroavión una vez más, con los instrumentos temblando en las líneas rojas, el mar poco profundo golpeteando secamente bajo nosotros, el Avemarina ya liviano sobre el casco, listo para volar.

Leslie chilló de alivio y dio una palmadita amorosa al vidrio antideslumbrante del hidroavión.

— ¡Oh, Gruñón, cuánto me alegro de verte!

Atraje la palanca de mandos hacia mí y, a los pocos segundos, nuestro pequeño barco se desprendía del agua, dejando un velo de llovizna; aquellas intrincadas líneas en el fondo del mar se alejaron hacia abajo. ¡Qué a salvo nos sentíamos otra vez en el aire!

— ¡Fue el despegue de Gruñón! — dije —. Gruñón nos sacó de Carmel. Pero ¿cómo supones que se operó el acelerador? ¿Qué puso en marcha el despegue?

La respuesta llegó desde atrás, antes de que Leslie pudiera decir nada:

— Fui yo.

Giramos al mismo tiempo, atontados por la sorpresa. De súbito, a noventa metros de altura por sobre un mundo que no conocíamos, teníamos un pasajero a bordo.

4

De inmediato mi mano se preparó para impulsar hacia adelante la palanca de mandos, a fin de inmovilizar a la intrusa contra la parte alta de la cabina.

— ¡No os asustéis! — dijo ella —. ¡Soy amiga! — Y se echó a reír. — De mí es de quien menos debéis temer.

Mi mano se aflojó un poquito. Leslie la miró con fijeza, diciendo:

— ¿Quién…?

Nuestra pasajera vestía blue jeans y una blusa a cuadros; su piel era oscura y tersa; los ojos, negros como la medianoche; el pelo, moreno con tintes azulados, le llegaba a los hombros.

— Me llamo Pye — dijo —. Soy a vosotros lo que vosotros sois a aquellos que dejasteis en Carmel. — Se encogió de hombros, corrigiéndose —: Por varios miles.

Volví a poner el motor a velocidad de crucero y el ruido se perdió.

— ¿Cómo hiciste…? — pregunté — ¿Qué haces aquí?

— Se me ocurrió que podíais estar preocupados — dijo —. He venido a ayudar.

— ¿Por qué dijiste «por varios miles»? — inquirió Leslie —. ¿Eres yo venida del futuro?

Ella asintió, inclinándose hacia adelante al hablar.

— Soy vosotros dos al mismo tiempo. Pero no del futuro, sino de… — Entonó una curiosa nota doble. —..un ahora alternativo.

Me mona por saber cómo era posible que ella fuera nosotros dos al mismo tiempo y qué era un ahora alternativo, pero por sobre todo quería saber qué estaba pasando.

— ¿Dónde estamos? — le pregunté — ¿Sabes qué nos mató?

Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.

— ¿Qué los mató? ¿Y por qué pensáis que habéis muerto?

— No sé —reconocí —. Estábamos descendiendo hacia Los Angeles; de pronto se oyó un fuerte zumbido y la ciudad desapareció. Eso es todo. Lo que era civilización se evapora en medio segundo y nos encontramos solos, por sobre algún océano que no existe en el planeta Tierra. Y cuando aterrizamos somos fantasmas frente a nuestro propio pasado, frente a los que éramos cuando nos conocimos, y nadie puede vernos, aparte de ellos; la gente pasa a través de nosotros con carritos. de ropa sucia y nuestros brazos atraviesan las paredes… — Me encogí de hombros, desolado. — Descontando eso, no se me ocurre por qué pensamos que hemos muerto.

Ella se echó a reír.

— Bueno, pues no habéis muerto.

Mi esposa y yo cambiamos una mirada; sentíamos una oleada de alivio.

— En ese caso ¿dónde estamos? — preguntó Leslie —. ¿Qué nos pasó?

— Esto no es tanto un lugar como un punto de perspectiva — dijo Pye — Probablemente, lo ocurrido se relaciona con la electrónica. — Miró nuestro tablero de instrumentos con el ceño fruncido. — Allí hay transmisores de muy alta frecuencia. Receptor loránico, transponedor, pulsos de radar… Pudo haber sido una interacción. Rayos cósmicos… — Estudió los instrumentos e hizo una pausa. — ¿Hubo un gran destello dorado?

— ¡Sí!

— Interesante — dijo ella, con una sonrisita —. Las posibilidades de que ocurra algo así son de una en trillones. — Se mostraba totalmente familiar, cálida y simpática. — No contéis con hacer este viaje con mucha frecuencia.

— Y volver ¿también se da una vez en trillones? — pregunté —. Mañana tenemos un congreso en Los Angeles. ¿Llegaremos a tiempo?

— ¿A tiempo? — Se volvió hacia Leslie —. ¿Tienes hambre?

— No.

Hacia mí:

— ¿Sed?

— No.

— ¿Y por qué suponéis que no hay hambre ni sed?

— Por la excitación — dije yo —. Por la tensión nerviosa.

— ¡Por el miedo! — dijo Leslie.

— ¿Tenéis miedo? — preguntó Pye.

Leslie lo pensó por un momento y le sonrió. — Ya no.

Yo no podía decir lo mismo. El cambio no es mi deporte favorito. Pye se volvió hacia mí.

— ¿Cuánto combustible estáis usando?

El indicador aún seguía petrificado.

¡Nada! — exclamé, comprendiendo súbitamente — Gruñón no está consumiendo combustible. No consumimos combustible porque el combustible, el hambre y la sed se relacionan con el tiempo y aquí no hay tiempo.

Pye asintió.

— La velocidad también está relacionada con el tiempo — señaló Leslie — sin embargo, nos movemos.

— ¿Os movéis? — Pye arqueó las cejas oscuras en una interrogación dirigida a mí.

— A mí no me mires — pedí —. ¿Nos movemos sólo en convicción? ¿Nos movemos sólo en…?

Pye me hizo un gesto de aliento que decía «tibio, tibio», como si estuviéramos jugando a las adivinanzas.

— ¿…conciencia?

Se tocó la punta de la nariz, encendiendo una sonrisa brillante.

— ¡Exacto! Tiempo es el nombre que se da al movimiento de la conciencia. Cada acontecimiento que pueda suceder en el espacio y en el tiempo sucede ahora, al unísono, simultáneamente. No hay pasado, no hay futuro: sólo el ahora, aunque tengamos que usar un lenguaje basado en el tiempo para poder entendernos. Es como… — Buscó una comparación en la parte alta de la cabina. — Es como la aritmética. En cuanto uno aprende el sistema, sabe que todos los problemas con números ya están resueltos. El principio de la aritmética ya sabe la raíz cúbica de seis, pero a uno puede llevarle lo que llamamos tiempo, algunos segundos, descubrir cuál ha sido siempre la solución.