Me estaba poniendo el jersey para salir a almorzar cuando Lillian dijo:
– Sé que no tienes nada que ver con este lío y creo que es injusto lo que te ha pasado. Ese policía que vino a preguntarme si de verdad habías estado trabajando conmigo toda la mañana…, anoche acabé de decidir que era ridículo. Ya es suficiente.
Por una vez estábamos de acuerdo en algo.
– Gracias, Lillian -le dije.
Me sentí un poco mejor mientras conducía hacia casa. Tomé una ruta alternativa para no tener que pasar otra vez frente a la casa de los Buckley. Tras almorzar, vi las noticias y contemplé cómo Benjamin disfrutaba de su minuto de fama.
Tenía la tarde del jueves libre, ya que tenía programado trabajar esa misma noche. Hice bien en esforzarme por ir a trabajar por la mañana, concluí una vez a solas en casa. Si bien me gustaba mi trabajo, disfrutaba mucho más de mi tiempo libre. Pero hoy era una excepción. Tras cambiarme y ponerme unos vaqueros y unas deportivas, no fui capaz de centrarme en ninguna actividad. Adelanté algo de la colada y leí un poco. Intenté hacerme algo con el pelo, pero se me vino abajo el invento a medio camino de la meta. Se me había enredado el pelo, así que tuve que cepillarlo con tanta energía que casi se puso a chisporrotear en una nube de ondas eléctricas. Era como si acabase de entrar en contacto con los marcianos.
Llamé al hospital para consultar si podía visitar a Lizanne, pero la enfermera me dijo que solo podía recibir visitas de los familiares. Entonces se me ocurrió encargar unas flores para el funeral y llamé a Sally Allison al periódico para que me dijera dónde se iba a celebrar. Era la primera vez que la recepcionista del Sentinel me preguntaba el nombre antes de pasarle la llamada a Sally. Estaba en su momento de más notoriedad, eso estaba claro.
– ¿En qué puedo ayudarte, Roe? -preguntó con vehemencia. Tuve la sensación de que todavía aceptaba hablar conmigo porque aún conservaba parte de mi notoriedad mediática. El día anterior me había calentado, pero ya me iba enfriando. La falta de emoción en la voz de Sally me sentó como un tiro de adrenalina.
– Solo quería saber dónde va a celebrarse el funeral de los Buckley, Sally.
– Bueno, se los han llevado para hacerles la autopsia y no sé cuándo les darán salida. Así que, según la tía de Lizanne, todavía no han podido hacer planes firmes para el funeral.
– Oh, vaya…
– Oye, ya que estamos hablando…, uno de los polis dijo que ayer estuviste en la escena del crimen. -Sabía que Sally había visto mi foto con Lizanne en el periódico. Ya empezaba a pasarse-. ¿Quieres contarme lo que pasó mientras estuviste allí? -preguntó, aduladora-. ¿Es verdad que descuartizaron a Arnie?
– Me pregunto si eres la persona adecuada para encargarse de esta historia, Sally -dije después de una larga pausa en la que medité furiosamente.
Sally se quedó sin aliento, como si su corderito se hubiese vuelto para darle un mordisco.
– A fin de cuentas, formas parte del club y supongo que todos estamos implicados, de un modo u otro, ¿no? -Y Sally tenía un hijo que también era socio y que no podía considerarse del todo normal.
– Creo que puedo mantener la objetividad -declaró fríamente-. Y no creo que formar parte de Real Murders te convierta automáticamente en… sospechosa.
Al menos había dejado de hacerme preguntas.
Alguien llamó al timbre de la puerta.
– Tengo que dejarte, Sally -dije amablemente, y colgué.
Sentí un poco de vergüenza propia mientras me dirigía hacia la puerta. Sally estaba haciendo su trabajo, pero lo cierto es que me estaba costando encajar su repentino cambio de amiga a periodista y el mío de amiga a fuente de información. Al parecer, el que otros «hicieran su trabajo» implicaba que mi vida tenía que dar un vuelco.
Pero no olvidé mirar por la mirilla. Era Arthur. Su aspecto era tan mortecino como el mío momentos antes. Sus arrugas parecían más profundas. Parecía diez años mayor.
– ¿Has comido algo? -le pregunté.
– No -admitió tras pensárselo-. Nada desde las cinco de esta mañana. Es a la hora que me levanté para ir a la comisaría. -Deslicé una silla de debajo de la mesa de la cocina y él se sentó lentamente.
Es complicado hacer de buena ama de casa cuando la visita llega sin previo aviso, pero metí en el microondas un sándwich congelado de jamón y queso, vertí unas patatas de bolsa y conseguí armar una ensalada un poco deprimente. Aun así, Arthur pareció alegrarse de ver el plato y se lo comió todo después de una silenciosa plegaria.
– Come tranquilo -dije y me busqué una ocupación haciendo café y despejando la encimera. Resultaba un extraño intervalo doméstico. Me sentí más yo misma, menos atormentada, desde que me paré a ayudar a Lizanne. Quizá el turno de noche en el trabajo acabase siendo normal. Y volvería a casa para dormir, horas y horas, en un camisón limpio.
Apurado el plato, Arthur tenía mejor aspecto. Cuando fui a quitarlo de la mesa, él me agarró de la muñeca y tiró de mí para sentarme en su regazo y besarme. Fue largo, exhaustivo e intenso. La verdad es que lo disfruté mucho. Pero quizá estaba yendo demasiado rápido para mi gusto. Cuando nos separamos en un mutuo y silencioso acuerdo, me levanté y traté de pausar un poco la acción respirando hondo.
– Solo quería notar algo agradable -dijo él.
– Me parece muy bien -respondí, un poco insegura, y le serví una taza de café, señalándole el sofá. Me senté junto a él, a una distancia prudente, aunque no excesiva.
– ¿Algo va mal? -lo tanteé.
– Bueno, va, ahora que tengo un matarratas a la espalda. Por supuesto, nuestro experto en huellas ha tenido que repasar todo mi coche y ahora tengo que deshacerme de todos los polvos. Estoy seguro de que no sacará nada. El coche de Melanie Clark estaba limpio como una patena. He completado el registro de la casa de los Buckley y he preguntado en el vecindario por si alguien vio algo. Lo único que encontré en la casa es un cabello largo que seguramente sea de Lizanne. Tenemos que tomar una muestra suya para cotejarlo. Y que esto no salga de aquí. El arma aún no ha aparecido, pero está claro que fue un hacha o algo parecido.
– ¿No eres sospechoso?
– Bueno, si alguna vez lo fui, ya no es el caso. Yo estaba llamando de puerta en puerta con otro detective, haciendo preguntas sobre el caso Wright, mientras asesinaban a los Buckley. Bien pensado, justo antes de la última reunión, cuando mataron a Mamie Wright, yo estaba fichando a un conductor ebrio en la comisaría. Conduje a la reunión directamente desde allí. Y Lynn juró que el matarratas no estaba en el coche la mañana que pasamos visitando casas.
– Bien -dije-. Alguien tiene que salir de sospechas.
– Y doy gracias a Dios por ser yo, ya que el departamento necesita a todos los hombres para resolver esto. Tengo que irme. -Se levantó, recuperando el aire de cansancio.
– Arthur,… ¿qué hay de mí? ¿Alguien cree que sea yo?
– No, cielo. Al menos no desde lo de Pettigrue. Su bañera era una de esas de patas de animal, de las que no tocan el suelo, y él era un hombre alto, de uno noventa. Tú no podrías haberle metido en la bañera sola, ni hablar. Y en Lawrenceton mucha gente sabría si habías estado viéndote con alguien que pudiera ayudarte con el cuerpo. No, creo que Pettigrue te ha despejado de las dudas que pueda tener casi todo el mundo.
Me exasperaba que mi nombre hubiese surgido en boca de gente que ni siquiera conocía, gente que hubiese llegado a pensar seriamente que sería capaz de matar a alguien de una forma tan brutal. Aun así, con todo, me sentí mucho mejor después de hablar con Arthur.