– Y podemos lavarlo. Ya sabemos.
– Te hemos ayudado antes y ahora sabemos hacerlo solos.
Erin trató de no reírse. ¿Qué iba a pasar?. ¿Qué podía hacer Matt?
– Yo no tengo tiempo de vigilaros. Pero si Erin quiere ir con vosotros y queréis intentarlo…
– No podrán hacerlo- protestó Charlotte.
Pero Matt sonrió.
– Pueden intentarlo. NO querría perderme el concurso. Cecil es un buen animal, pero no puede ganar si no va.
– ¿Podemos intentarlo entonces?- preguntaron los gemelos, mirando a Erin.
– ¿Has reservado de verdad habitaciones?- preguntó Erin.
Porque si permitía que los niños hicieran un esfuerzo así, no quería que luego Matt los dejara sin ir.
– Sí, de verdad- contestó Matt.
Cuando ambos se miraron, algo ocurrió entre ambos. Algo que no tenía nada que ver con aquel concurso.
– ¿A qué estamos esperando?-dijo finalmente Erin. ¡Vamos, chicos!
Y cuatro horas después, Cecil estaba de nuevo reluciente. Después de cepillarlo concienzudamente, los tres estaban agotados. Y Cecil también, imaginaba Erin, después de haber aguantado aquello dos veces en un solo día.
Los niños habían trabajado hasta la extenuación para dejarlo impecable. Se pararon un rato a cenar y luego continuaron hasta que terminaron. A las ocho, estaban dándole los últimos retoques, justo cuando llegó Matt.
Se había mantenido toda la tarde alejado de ellos, aunque le había costado mucho hacerlo. Y en ese momento, al entrar en el cobertizo y ver a los tres orgullosos y al toro reluciente, decidió que había merecido la pena.
– ¿Qué te parece?- preguntó Erin con evidente ansiedad.
Matt se dio cuenta de que ella no terminaba de creerse que él fuera a mantener su palabra.
Pensaba que pondría una excusa o que diría que no estaba bien. Pero Matt era un hobmre de palabra, así que después de que Charlotte se hubiera ido, una hora antes, había hecho algunas llamadas y todo estaba arreglado. Excepto el mal humor de Charlotte, pensó. Esta se había ido dando un portazo y Matt sospechaba que se le avecinaban bastantes problemas.
Erin se había pasado con su amenaza. Aunque Matt sabía que Charlotte hab´ria sido capaz de pegar a los niños. Porque ella no entendía que pegar a los niños, cuando habían sufrido tanto en el pasado, habría sido como tirar a la basura todo el trabajo de Erin.
Así que Matt no podía culpar a Erin por lo que había hecho. ¿Y cómo iba a culparla?. Toda mojada y llena de barro, estaba más atractiva que nunca.
– ¿Qué te parece?- pregunto de nuevo.
– Creo que Cecil nunca ha estado tan limpio. Buen trabajo- afirmó, sonriendo a los tres.
– ¿Eso quiere decir que podemos ira al concurso?-le preguntó Henry.
Matt asintió.
– Caro, os lo prometí, ¿no?
William y Henry se miraron y Erin se dio cuenta de que Matt había ganado otro punto con ellos. Allí tenían a un adulto que mantenía su palabra y no habían conocido a muchos que lo hicieran. A sus ojos, Matt se estaba convirtiendo en un héroe.
¿Y para Erin?.
Acarició el lomo de Cecil. Prefería distraerse, antes que pensar en Matt. Era difícil, pero necesario. Matt estaba comprometido con Charlotte, y aunque no lo hubiera estado, para ella seguiría siendo inaccesible. Aunque su corazón estuviera empezando a pensar de otra manera.
Debía ser por el modo en que le sonreía, se dijo. Y por el modo en que la hacía sonreír a ella. Su amabilidad y su forma de tratar a los niños…
– Yo…pagaré nuestra habitación- dijo de pronto, tratando de dejar de pensar en él.
– No. Los niños han trabajado mucho y será su sueldo.
– Pero-…
– Nada de peros. Ahora, dadme las gracias y marchaos a dormir.
Erin sonrió.
– Dadle las gracias- les dijo Erin a los niños.
Estos se echaron a reír y Erin se quedó mirando sus caritas agotadas, pero felices. Entonces le entraron ganas de besar al hombre responsable de esa felicidad.
Estuvo a punto de hacerlo, pero recordaba demasiado bien lo que había pasado la última vez que le había dado un beso. Y con una vez había sido suficiente.
Una segunda podía ser desastrosa.
Así que a las nueve de la mañana siguiente, Erin iba en un coche, detrás del remolque que llevaba a Cecil. Tenían que ir en coches separados, ya que en la camioneta no cabían los cinco y el coche de Erin no era lo suficientemente potente como para arrastrar el remolque.
El BMW de Charlotte podría haber servido, ero Matt tuvo la suficiente inteligencia como par no sugerirle que los llevara. Charlotte ya estaba suficientemente enfadada y llevar a los gemelos sentados en su carrocería de piel habría sido el remate. Ella tampoco lo había sugerido, aunque Matt sabía que no le gustaba ir en la camioneta.
De ese modo, pensó Charlotte, iría sola con Matt, mientras Erin los seguía en su coche.
Pero a ella no le importaba en absoluto, pensó Erin mientras veía cómo la camioneta tomaba la primera curva. Iban muy rápido, pero le daba igual.
Oyó a los niños atrás, encendió la radio y se puso a cantar una melodía a pleno pulmón.
Los niños estaban locos de contentos de poder ir a la feria de Lassendale. Y ella también. Y ni siquiera Charlotte podía estropear su felicidad. Era difícil decir quién estaba más impresionado, si los niños o Erin.
La feria es un paraíso agrícola. Duraba dos semanas ya había concursos de todo tipo, aunque Matt hubiera ido solo a pasar dos días.
Matt, como participante, tenía pases y le había dado uno a Erin antes de salir. Así que ella aparcó su coche al pie de la montaña que dominaba Lassendale y luego se sumergió entre el gentío con sus dos pequeños acompañantes.
Aquel evento tenía sus orígenes en el siglo XIX y en esos momentos era la feria más grande de toda Australia y se desarrollaba en uno de los parajes más bellos. Sobre el murmullo de la gente, se oía el sonido susurrante del mar lejano.
Erin miró a su alrededor, casi nerviosa por la belleza que la rodeaba.¡Era precioso!.
– No tenemos ninguna prisa- les dijo a los niños. Podemos ver todo con tranquilidad.
Había muchas cosas con las que los niños podían disfrutar: máquinas extrañas, carreras de fantasmas y payasos a los que podías intentar meter pelotas en la boca…
Matt y Charlotte ya habrían llegado con Cecil. El concurso sería una hora después, así que Erin podía entretener a los niños y luego buscar a Matt relajadamente.
Pero…
– Tenemos que ver a Cecil ahora mismo- dijeron los chicos, agarrándola de la mano y iterando de ella.
¿Y si Matt necesita que lo ayudemos?. Cecil tiene que estar impecable. ¿Y si se tira al suelo y se ensucia todo?. Además, queremos ver al jurado. Rápido, Erin.
Esta sonrió. Los niños se sentían totalmente responsables del toro. Ojalá ganara el concurso.
Pero daba igual, si el jurado decidía que el toro no era magnífico, los niños los llamarían idiotas y darían su propio veredicto. A sus ojos, Cecil era el mejor.
Igual que Matt.
No tuvieron que insistir mucho para convencerla y en seguida se encontraron caminando en dirección al pabellón del ganado. Incluso sabiendo que allí estaría también Charlotte…
Cecil tenía un aspecto estupendo.
– Ha nacido para ser un campeón- dijo Matt con orgullo.¿Veis como levanta la cabeza?. Eso no lo hace nunca en casa. Sabe que lo estamos mirando y le gusta pavonearse.
– ¡Por el amor de Dios!- exclamó Charlotte.
Esta había llegado harta de la camioneta de Matt y llevaban, además, una hora sin moverse de allí mientras Matt cepillaba a su preciosos toro. Ella quería salir a ver los caballos, pero no iba porque sabia que de un momento a otro llegarían Erin y los niños y su sexto sentido le aconsejaba quedarse al lado de Matt.
– Hablas con él de una manera…¡pero si parece que hasta crees que es inteligente!